Galicia, ante las urnas del tr¨¢nsito a la democracia
Candidatura Democr¨¢tica Galega ao SenadoDesde viejas calendas, Galicia arrastra una leyenda. electoral poco edificante. La corruptela subvertidora de la pulcritud del sufragio llegar¨ªa a convertirse en fen¨®meno end¨¦mico. contra el que era necesario poner en juego medidas de control. Medidas no siempre f¨¢ciles de instrumentar y, en todo caso, imperfectas,
El ?pucherazo? ha sido la m¨¢s descarada de las formas de adulteraci¨®n del voto. No la ¨²nica, porque sin recurrir al tosco desafuero pueden votar los muertos. los ausentes, los abstenidos, etc¨¦tera, mediante persona interpuesta. Y, ya se sabe, que la manipulaci¨®n del censo suele producirse tanto a la hora de filtrarlo gota a gota en la urna, como en la pr¨¢ctica del recuento una vez cerradas las puertas del colegio.
No solamente tales mixtificaciones han prostituido la pr¨¢ctica electoral en el cuadril¨¢tero atl¨¢ntico. Los resortes de centralizaci¨®n del Poder sobre el ombligo del Buda -que es el Estado- vino desde antiguo funcionando por preelecci¨®n superimpuesta. De arriba a bajo mediante inducci¨®n forzada. Casi nunca en consonancia con la inclinaci¨®n o la conveniencia real del pa¨ªs llamado a manifestar su voluntad. Por el contrario, anteponiendo a ¨¦sta el arbitrio, cuando no la arbitrariedad, del mando.
A¨²n podr¨ªa reconocerse una atenuante a tal ingerencia, si con ella quisiera legitimarse la revelaci¨®n de valores aut¨¦nticos. dignos de considerarse tambi¨¦n representativos. La verdad es que nunca, o casi nunca, tal circunstancia ha resultado invocable. Y a¨²n habr¨ªa que esperar algo peor. Que la superimposici¨®n respondiera, como las aguas del Jord¨¢n, a la necesidad de lavar las culpas de la entrega servil o la colaboraci¨®n -descarada o vergonzante, pero real-, con el r¨¦gimen autocr¨¢tico condenado al derribo.
Todo lo cual supone un evidente menosprecio hacia los principios democr¨¢ticos. Especialmente cuando al pueblo no se le deja elegir nombres, sino que se le ofrece solamente. como en una rifa, el ?lo tomas o lo dejas? de la lista cerrada y bloqueada. ?Procedimiento todo lo moderno y cient¨ªfico que se quiera, pero ideal para colar en las urnas a los candidatos sin arraigo en el pa¨ªs, a los ?soldados desconocidos? que vivaquean en la pol¨ªtica, a los inexpertos y a los inaptos para una funci¨®n p¨²blica responsable. O a los que s¨®lo pueden aportar a ella sumisi¨®n, incondicionalidad irresponsable, en muchos casos sobradamente contrastada por haber marcado el paso bajo el santo y se?a dictatoriales, durante a?os y a?os.
Sucursalismo, democracia y autonom¨ªa
Bien se echa de ver que nos estarnos refiriendo s¨®lo al pasado. A veces el pasado reflota en nuestra memoria como imagen del presente. Nunca los procesos pol¨ªticos se repiten con identidades de forma y de grado. Sin embargo, es innegable que estamos asistiendo en Galicia -esperemos que in art¨ªculo mortis- a un trasensayo general de todo lo que deber¨ªamos considerar enterrado para siempre.
Cierto que la sensibilidad del elector gallego parece ser otra. Mucho m¨¢s aguda y vibr¨¢til que la de otro tiempo. Y, especialmente, de mayor concienciaci¨®n, para repeler cualquiera de las formas, descaradas o disfrazadas, de: colonialismo electoral. Lo que ahora, a ciertos niveles, se denomina sucursalismo.
Ninguna de las formaciones optantes a la elecci¨®n acepta semejante dictado. A veces. los esfuerzos de mimetizaci¨®n para alejarlo de s¨ª o de sus encasillados, rozaron con lo pintoresco. Pero lo cierto es que en ninguna ¨¦poca de la historia pol¨ªtica de Galicia la injerencia for¨¢nea en la din¨¢mica interna del proceso electoral ha llegado a tanto.
Madrid vomita a chorro propaganda sobre Galicia. En forma tan masiva y adulterada, que llega a difundir entre nosotros im¨¢genes y candidatos de Madrid o de Cuenja. Como si con ello, bajo el membrete de un partido, quisiera arroparse el anonimato de aqu¨¦llos que la misma formaci¨®n ha incorporado a la lista provisional. De aquellos que. por su propia virtualidad, ni a¨²n amparados en el prestigio de un partido vencer¨ªan la gravitaci¨®n negativa del anonimato. Mucho menos en circunstancias como las que concurren en esta llamada a los comicios tras un cuarentenar¨ªo de enmohecimiento del derecho a votar, y la m¨¢s r¨ªgida abstinencia en orden a la formaci¨®n ideol¨®gica y pol¨ªtica de las masas.
Todo lo cual tambi¨¦n pudiera identificarse como pr¨¢ctica. m¨¢s o menos declarada, de colonizaci¨®n electoral. Hasta los esl¨®ganes utilizados en la propaganda mural suelen tener un car¨¢cter tan gen¨¦rico, que dejan indiferente al electorado gallego. Precisamente porque este abigarrado cuerpo -en la mayor¨ªa de las zonas ultrasensibilizado- no responde a m¨®viles gen¨¦ricos o abstractos. Responde casi siempre clamorosamente a las urgencias de la reconstitucl¨®n soe loecon¨®mica de su tierra. A la renivelaci¨®n auton¨®mica de Galicia, en la hora de reestructurar el Estado espa?ol bajo nuevos nioldes. Aquellos que respeten, en sus diversos niveles y visajes la personalidad del pa¨ªs. Y que lo liberen de la reca¨ªda, tanto en la negaci¨®n o deformaci¨®n de la democracia, como en la sujecci¨®n al centralismo monol¨ªtico.
Galleguizaci¨®n radicalizada
Del conjunto de matices y tendencias que afloran en el proceso electoral, dentro del marco gallego, no es posible silenciar uno. El de la impetuosa recuperaci¨®n en el uso. hablado y escrito, religioso y profano. de nuestro idioma. Que no podemos, con propiedad y sin subestimaci¨®n, llamarlo regional o vern¨¢culo, dado que se trata de la misma lengua hablada en Portugal, en el Brasil, y en todo el orbe filolusitano, que alberga unos 150 millones de seres.
Por primera vez en la historia el gallego invadi¨® tribunas y carteleras, aldeas y villas y ciudades. El candidato que no domine el idioma de los versos de Rosal¨ªa y la prosa de Castelao resultar¨¢ desprovisto de su mejor arma para llegar a la conciencia del electorado. Alguna coal¨ªci¨®n importante en el ¨¢mbito nacional ha tenido que renunciar a la propaganda oral, a causa de la orfandad ling¨¹¨ªstica de sus candidatos. No s¨®lo para llegar al coraz¨®n del electorado, incluso para que sus parlamentos en castellano fuesen escuchados sin protesta no pocas veces airada.
Es necesario parar mientes en una sintomatolog¨ªa tan espec¨ªfica. Parece reveladora de una renacionalizaci¨®n de la masa que jam¨¢s hab¨ªa alcanzado intensidad parecida. La siembra del movimiento galleguista anterior al 18 de julio est¨¢ produciendo ahora -cuando estamos enterrando lo que de tal fecha arranca- una eclosi¨®n muy superior a la que se esperaba. A¨²n por los m¨¢s optimistas.
Parece que el factor desencadenante de esta niarea alta de la galleguidad pudiera ser la incorporaci¨®n del gallego a la liturgia eclesi¨¢stica. El apostolado, de gran n¨²mero de sacerdotes diseminados por las parroquias del campo y las ciudades de Galicia, sin excluir a bastantes comunidades religiosas se considera inseparable de la causa de las reivindicaciones gallegas, comenzando por el uso del idioma y su pr¨¢ctica formal en el culto.
No es f¨¢cil calcular anticipadamente la gravitaci¨®n que este movimiento del esp¨ªritu de un pueblo tendr¨¢ en la consulta electoral del d¨ªa 15. Debemos admitir que alguna habr¨¢ de ejercer. Seguramente menor del nivel a que sin duda llegar¨¢ cuando el relevo del clero preconciliar por promociones posconciliares se complete.
A pocos d¨ªas vista...
Sin llegar a m¨¢s profundas indagaciones en la materia, los datosy los s¨ªntomas ya configurados arrojan alguna luz sobre el panorama electoral gallego. Salvo la masa del p¨¦treo inmovilismo indulgente si no comulgante con los residuos de la era autocr¨¢tica. Galicia parece dicididamente incorporada a la voluntad de cambio. Tanto en el orden democr¨¢tico como en la condena al centralismo, y en favor de su sustituci¨®n por una f¨®rmula, federal o m¨¢s atenuada de autogobierno. El espantajo del separatismo parece identificado con la topiquer¨ªa para ingenuos que maneja la ultraderecha.
El voto, comprometido por vinculaciones al poder, est¨¢ siendo descaradamente manipulado hacia la formaci¨®n de Centro. No sorprende a nadie, pero hasta a los estratos m¨¢s populares alcanza el deterioro de la imagen de quien desde la c¨²spide del mando ha patrocinado tard¨ªamente una hibridaci¨®n semejante. Tan poco homog¨¦nea y de composici¨®n tan lastrada por antecedentes de servicio y entrega a las arbitrariedades de la autocracia.
No parece aventurado anticipar que ambas formaciones -entre las que el electorado no aprecia una l¨ªnea neta de definici¨®n- en conjunto obtendr¨¢n bastantes miles de votos menos que los partidos de oposici¨®n. En este grupo se comprenden desde la socialdemocracia al Partido Comunista. Podr¨¢ darse, sin embargo, la paradoja de que AP y UCD obtengan la mayor¨ªa de los veintisiete diputados a elegir en Galicia. No hace falta aclarar que este desenlace, falseador de la verdad del sufragio global, puede originarse a causa de la proliferaci¨®n excesiva de candidaturas para el Congreso. O sea, de la inadaptaci¨®n de los partidos no conservadores a las exigencias del sistema electoral que han ayudado directamente a elaborar.
Parece obvio pensar que tal perspectiva debe variar radicalmente en relaci¨®n al Senado. Primero, por haberse logrado que los partidos de la oposici¨®n renunciasen a presentar trilog¨ªas separadas. Despu¨¦s, por haber proclamado en las cuatro circunscripciones personalidades independientes, aunque comprometidas en la defensa de los derechos de Galicia, la convicci¨®n democr¨¢tica y la incontaminaci¨®n con el oligorr¨¦gimen desmontado aqu¨¦l d¨ªa... El d¨ªa en que en El Pardo y en Meir¨¢s doblaron a muerto las campanas.
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