?Una Iglesia para la democracia?
LA PREGUNTA por el papel o modo de presencia de la Iglesia en una democracia puede parecer gratuita y sofisticada: hay muchos reg¨ªmenes democr¨¢ticos y la Iglesia pervive en ellos tranquilamente sin apenas roces o con los ¨²nicos inevitables roces de toda convivencia. Desde el ralliement o acercamiento al r¨¦gimen republicano-democr¨¢tico por parte de Le¨®n XIII, puede decirse que queda liquidada la vieja oposici¨®n de la Iglesia a los reg¨ªmenes socio-pol¨ªticos nacidos de la revoluci¨®n de 1789. M¨¢s tarde, el r¨¦gimen democr¨¢tico ser¨ªa incluso magnificado no s¨®lo como el r¨¦gimen pol¨ªtico m¨¢s acorde con los principios cristianos, sino como una traducci¨®n pol¨ªtica de los mismos: las tesis de Maritain o de Dom Sturzo inspiraron as¨ª los consabidos movimientos democristianos. Desde luego, no puede ocultarse que todav¨ªa a estas alturas y en este clima la Iglesia o parte de ella tuvo sus complacencias con reg¨ªmenes autoritarios o dictatoriales como el fascismo de Mussolini, pero tambi¨¦n otros muchos cat¨®licos lucharon contra ellos, y las cosas han cambiado hoy bastante: tras el Vaticano II la iglesia se ha hecho la campeona en muchos pa¨ªses de los derechos humanos y de las libertades p¨²blicas.
En nuestro pa¨ªs se ha reflejado toda esta aventura del catolicismo contempor¨¢neo, pero una cosa parece evidente: esta Iglesia espa?ola no ha vivido jam¨¢s en un r¨¦gimen de democracia y en una sociedad moderna pluralista y secular. Durante la monarqu¨ªa liberal, Espa?a continu¨® siendo en realidad una cristiandad y la sociedad secular y pluralista s¨®lo hizo espor¨¢dicas y siempre conflictivas apariciones, casi siempre aplastadas o ahogadas por la presi¨®n socio-pol¨ªtica de la cristiandad. Durante el per¨ªodo republicano, s¨®lo se pudo asistir a una especie de lucha entre dos confesionalismos: el cat¨®lico, que trataba a¨²n de prolongar el r¨¦gimen de cristiandad, y el confesionalismo laico, no menos agresivo y doctrinario. Las excepciones a esta regla y los esfuerzos de uno y otro lado para insertara la Iglesia en un Estado laico y una sociedad moderna fueron estrepitosamente fallidos. As¨ª que en realidad la sociedad y el Estado espa?oles democr¨¢ticos y pluralistas, y la Iglesia espa?ola tienen que inventar ahora su convivencia en la nueva situaci¨®n.
La memoria hist¨®rica del pasado no debe darse de lado, siquiera para no repetir ese pasado. Han de aprovecharse adem¨¢s toda la voluntad de entendimiento y la transformaci¨®n de las circunstancias objetivas: muerte del anticlericalismo decimon¨®nico, y aceptaci¨®n por parte de la Iglesia de la laicidad del Estado. Pero la tarea no va a ser f¨¢cil, porque una sociedad secular y un Estado laico su ponen entre otras cosas la p¨¦rdida de la relevancia hist¨®rica de la Iglesia en un pa¨ªs que es todav¨ªa culturalmente cat¨®lico, en el que el catolicismo est¨¢ asociado ¨ªntimamente al ser mismo de la espa?olidad. No ser¨¢ f¨¢cil deshacer la secular ecuaci¨®n Iglesia = Estado y cat¨®lico = espa?ol, a pesar de todas las secularidades; y, sin embargo, eso tiene que ocurrir cuanto antes para no asentar una democracia sobre un tr¨¢gico malentendido.
Por lo dem¨¢s, el papel o presencia de la Iglesia —de cualquier Iglesia— en una democracia es muy simple: el libre ejercicio de transmisi¨®n de su fe, de educaci¨®n en la misma y de culto e incluso el ejercicio de la cr¨ªtica en torno a problemas humanos o socio-pol¨ªticos que necesariamente poseen una dimensi¨®n ¨¦tica y a los ojos de los creyentes un contraste con sus posiciones ideol¨®gicas. Respecto a la Iglesia cat¨®lica, ?el Estado si es inteligente —comenta Karl Barth— no esperar¨¢ ni exigir¨¢ de ella, en definitiva, otra cosa que esto, porque en ello est¨¢ contenido todo lo que ella puede hacer por ¨¦l, as¨ª como todo aquel compromiso pol¨ªtico de sus miembros?. Ni la Iglesia puede esperar que el Estado haga por ella otra cosa que ofrecerla esa libertad. Si las esperanzas y pretensiones van m¨¢s all¨¢ de estos l¨ªmites puede decirse, en verdad, que s¨®lo se est¨¢ ensayando el regresar a la vieja teocracia. Y esas esperanzas y pretensiones van m¨¢s all¨¢, cuando se espera una Iglesia ?para la democracia? o un Estado que facilite alg¨²n privilegio a los cristianos, Por muy mayoritarios que sean y quieran hacer valer esa condici¨®n mayoritaria, bien sea en la ense?anza, en leyes familiares, en consideraci¨®n social, etc¨¦tera.
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