El ojo cubista
Los primeros pintores cubistas, hombres, pese a todo, poco reflexivos, lanzados, como quisiera Mallarm¨¦, a la pura delicia del camino y no a la consecuci¨®n de fines conocidos, vinieron a toparse, en esa mirada suya que todo lo devoraba, con la existencia de formas y colores ajenos a los tubos de ¨®leo. Irian a encontrarse con que aquel repertorio que Cocteau les adjudi cara en un tard¨ªo 1926, corbatas de nudoya hechopor los mercerosfal sos m¨¢rmoles yJalsas maderass ddee cinc, anuncios de ajenjoy de ?Bass?, holl¨ªn y papeles de casas en derribo, tizas para jugar al tres en raya, prospectos de tabaco en que apare cen ingenuamente pintadas dos pipas de Gambier, ligadas con una cinta azul celeste, exist¨ªa en la realidad y que, por tanto, a poco que se pensara, resultar¨ªa manipulable, resultar¨ªa apto para la pintura. Se lleg¨®, pues, apoderpintar con' lo que se quiera: con pipas, con sellos de correos, con tarjetas postales, con candeleros, con trozos de hule, con cuellos postizos, con papeles de co -lores o con peri¨®dicos, seg¨²n vaticinara Apollinaire.El ojo cubista, ?qu¨¦ duda cabe?, es un ojo destinado a no mirar la ventana renacentista. La decadencia del ilusionismo es, en aquellos a?os primeros del siglo, evidente. Es ya imposible fijarse en lo real y copiarlo. Esa vieja astucia no pod¨ªa convencer a aquellos cuyo ojo, cari?osamente alterado por los ¨²ltimos y numerosos inventos, lanzado a la flera vocaci¨®n de la modernidad, no es un ojo que mira, sino un ojo que piensa; en palabras de Pablo Picasso: pinto las cosas como laspienso, no como las veo., El Ojo que piensa, lo hace lentamente -reflexiona, pero con torpeza, con cierta lentitud cercana al pasmo; su alteraci¨®n, por cari?osa, se hace amable, y aunque todo lo recubra de un tinte parecido (el color se recuperar¨¢ tard¨ªamente), resulta graciosamente soportable. En esa lentitud, en ese pasmo, se esconde el secreto de la descomposici¨®n primera de la imagen en el cubismo; al quererlo ver todo, ver todo desde todos los ¨¢ngulos posibles y hacer que esa mirada mental se repita en el futuro espectador; en otras palabras, al querer resumir mentalmente la fisonom¨ªa esencial del objeto y hacerla posible en la pintura, s¨®lo se pudo empezar por el an¨¢lisis. El ojo ten¨ªa que habituarse a ser un ojo pensante. Mas, una vez pensada la cosa, nada m¨¢s natural que desear hacer real lo real, intervenir f¨ªsicamente sobre aquello que mentalmente ha sido pose¨ªdo. En este punto (fractura del esp¨ªritu y de su castidad) el ojodesear¨¢, pese a todo, mirar de nuevo. Irremediablemente es para siempre un ojo que piensa, pero querr¨¢ ser, tambi¨¦n, un ojo que mira, un ojo que obtenga el placer que le corresponde cumpliendo su funci¨®n y su virtud. Una mano que traza, que llena, que toca, que recorta.El "collage " cubista No es un azar que desde aqu¨ª - 1912- se produzca una recuperaci¨®n progresiva de? color. No es casual que ahora, reconocido el perfil del objeto en sus diferentes ¨¢ngulos, sea cuando mejor se puede correr a la b¨²squeda de un placer sorprendente, a la b¨²squeda de un gozo inesperado. . Finalmente, no es casual, tampoco, que se encuentre aqu¨ª el Inicio del collage. Aquella primitiva incorporaci¨®n de papeles pegados -papiers coll¨¦s-, de la que Pierre Reverdy dec¨ªa que era una introducci¨®n en el r¨¦gimen de la materia en su aspecto cas? bruto, no era sino la fascinaci¨®n de? ojo que piensa, del ojo cubista, ante una realidad que le pertenece por entero y de la que nunca como entonces hab¨ªa tenido noci¨®n tan exacta. Fascinaci¨®n aguda, que ignora otros temas de los ya tratados, que se complace s¨®lo con ellos, que los reinventa, que los pronuncia de nuevo. Ese ojo que piensa y que mira, para el que la copia no es sino soveterse a una disciplina anticuada,deslumbrado por la existencia m¨ªnima de viejos papeles pintados, de etiquetas de licor y de marcas de tabacos, no durar¨¢ en incorporarlos directamente, sin intermedio de ning¨²n tipo a esa superficie plana en la que la pintura ha venido a concretarse.El collage vendr¨¢ a invertir el orden tradicional de la pintura, lo que hasta entonces era ventana que se abr¨ªa a una tercera dimensi¨®n situada tras el cuadro, va a ser ahora superficie con relieve, la tercera dimensi¨®n se proyectar¨¢ hacia delante de 1 a superficie original. El ojo que piensa prescinde de la ilusi¨®n y reafirma su identidad por medio de su producto, el cuadro, la pintura no enga?a, hace pensar al ojo hacia el que se proyecta agresi-
vamente.
El collage cubista -no representaci¨®n, sino presentaci¨®n de una parcela de la realidad- no es sino, como cota ¨²ltima de un tipo de mirada, un llevarla a t¨¦rmino. Braque se nos aparece obsesionado por conseguir el relieve sin necesidad del trompe lloleil, y en su inocencia no termina de aceptar que, a fin de cuentas, su ojo pensante no hace otra cosa que confiarse de una manera di>tinta a las argucias de la pintura?-pintura m¨¢s vieja que todos los ojos, pintura que se renovar¨ªa en ese presentar/ representar concedi¨¦ndose la larga tregua de las vanguardias como raz¨®n futura, como discurso hasta este tiempo interminable.
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