Una novela de "misterio"
Del gran poeta y muy notable ensayista que es Arturo Serrano-Plaja acaba de publicarse esta novela en la que se expresa su actual inquietud -y, en el fondo, quietud, serenidad, esperanza- religiosa, bien conocida a trav¨¦s de su poes¨ªa, por medio de una t¨¦cnica de desarrollo detectivesco, ?misterio? en el sentido religioso de representaci¨®n cuasimedieval y, a la vez, mystery, en el de novela policiaca. El lector pensar¨¢ inmediatamente en ciertos autores ingleses, desde Chesterton a Graham Greene, pero la actitud literaria -la religiosa, en el fondo, no- es aqu¨ª bastante diferente. Cierto que la llamada, hace algunos a?os, ?novela cat¨®lica? tend¨ªa, muy en una l¨ªnea cat¨®lico-jansenista, a reemplazar al h¨¦roe cl¨¢sico, al gran m¨¢rtir, por un hombre cualquiera que, lejos de buscar aventuras, se encontraba, sin querer, con ellas, aventuras a trav¨¦s de las cuales, y m¨¢s o menos ambiguamente, irrump¨ªa lo que el lector, si se compromet¨ªa en la trama, pod¨ªa interpretar como la gracia de Dios. Eran personajes comunes, que pod¨ªan resistirse o entregarse a la gracia pero que, en todo caso, no ?desdec¨ªan? de ella. Eran no grandes pecadores pero s¨ª gentes verdaderamente en pecado, o bien santos aparentemente para andar por casa, y a todo lo largo de la ficci¨®n, tomados completamente en serio.Serrano-Plaja procede de muy diferente modo. Serrano-Plaja trivializa deliberadamente a todos sus personajes literarios y, especialmente, al ?protagonista?, les despoja de todo prestigio literario, les hace hablar una lengua que ni siquiera a rebours es recuperable para la literatura. Sin embargo se trata de un prop¨®sito literario: el de presentar, sin misterio alguno (pero s¨ª con mystery) un misterio o, por mejor decir, desde un punto de vista cristiano, el misterio, la Pasi¨®n. De presentarlo revelado y, me atrever¨ªa a decir, un tanto heterodoxamente, casi reencarnado, contemporaneizado en un personaje grotesco y risible, anti-h¨¦roe en el m¨¢s banal de los sentidos, Olmos, traducido a Holmos (casi Holmes), con el cual colabora, en entrega total, otra trivial Magdalena, hija de cura que, habiendo abusado de ella y pese a su, por tanto, miserable condici¨®n humana, muestra al final que conserva impreso un cierto car¨¢cter sacerdotal. Pero, repito, todo esto enteramente despojado del pathos existencial de la anterior novela religiosa e incluso, como ya he dicho, de escritura literaria. Todo est¨¢ dicho en un lenguaje gastado, cotidiano, vulgar, incluso en el humor, no digamos en cuanto a poes¨ªa (expl¨ªcita). Pi¨¦nsese, por ejemplo, qu¨¦ f¨¢cil le hubiera sido al autor la evocaci¨®n de paisajes des¨¦rticos, en los que se alzan, como ¨²nica vegetaci¨®n, maltrechas, desfiguradas cruces de joshuas y yuccas, paisajes de valle de muerte. Serrano-Plaja ha preferido, a mi juicio en una discutible ascesis literaria, desgranar la intriga a un grado cero de literatura, sin duda para que as¨ª transparezca, desnudo, el sentido, a trav¨¦s de un narrador en una primera persona que es, yo dir¨ªa, como r¨¦plica pros¨¢ica del propio autor (de quien nos dice ser amigo), y de vulgares representantes de la autoridad y la vida econ¨®mico-social del pueblo de Arbol Seco City, California.
Arturo Serrano-Plaja: La cacat¨²a atmosf¨¦rica, Editorial Joaqu¨ªn Mortiz, M¨¦xico 1977
Corrida de feria. Toros de Enrique Garc¨ªa, terciados, inv¨¢lidos y descaradamente romos. El cuarto y el sexto, impresentables, fueron devueltos a los corrales. Los sobreros, de la misma ganader¨ªa. Por haber sido rechazados los toros anunciados de Antonio M¨¦ndez, se cay¨® del cartel El Viti. Qued¨® la corrida en un manoa manoentre Manzanares y Ni?o de la Capea. Manzanares: pitos. Silencio. Bronca. Ni?o de la Capea: palmas, pitos y saludos. Dos Orejas. Bronca.
Se trata de descubrir un crimen. Un crimen que impregn¨® de sangre la tierra toda del condado. Hubo dos o tres personas que vieron, o dijeron haber visto, al hombre muerto, que no se sabe bien si se llamaba ?Pez? o ?Iktus? o ?Iktos?, ni si era griego o tejano, de Corpus Christi (advi¨¦rtanse las alegor¨ªas). Se abri¨® un proceso que hubo de sobreseerse por falta de pruebas y hasta del cuerpo del delito, del cuerpo muerto. Sin embargo cuando a?os despu¨¦s, precisamente en el arranque de la novela, viene al pueblo, para volver sobre el caso, el grotesco detective Olmos-Holmos, ¨¦ste, tras varios incidentes, encuentra en una caverna, frecuentada por dos ni?os, uno blanco, negro el otro, y gracias, en parte, a ellos, el informe de la autopsia del muerto, redactado -de verdad, aunque dentro de la novela el interesado niega haber sido ¨¦l- por el doctor Francisco Grande Cobi¨¢n, amigo del autor (y amigo m¨ªo tambi¨¦n), el conocido investigador. Informe perfectamente hecho y que corresponde, con todo rigor, seg¨²n lo que conocemos, al estado del cad¨¢ver de Cristo, desclavado de la cruz. Pero no s¨®lo este cad¨¢ver es inencontrable, sino que el informe de la autopsia, y los dem¨¢s documentos que intentan, vanamente, reproducirlo, o hacen constar -acta notarial- que existe, desaparecen, de tal modo que, pese a los ?milagros? -llamadas de Los Angeles, los huesos distribuidos, la cruz impresa en la espalda de Olmos-Holmos, su misma muerte en extra?o ?accidente?-, el crimen va a quedar, al final de la novela, de nuevo encubierto, hasta que ?volvamos a empezar?. El suspense est¨¢ muy bien logrado.
En el relato, en primera persona como he dicho, del m¨¦dico forense del pueblo, se interpola refundi¨¦ndolo, el texto de lo que aqu¨¦l llama el Libro Secreto de Holmos, manuscrito que, al hilo de los acontecimientos, hab¨ªa ido siendo redactado, hasta su muerte, por el ?detective?. La novela es, seg¨²n se ha dicho ya, mystery en la doble acepci¨®n de la palabra. Pero es tambi¨¦n -dato importante para entender su intenci¨®n ¨²ltima- novela que gira en, torno a la interpretaci¨®n de textos y, como cifra final, en torno a la interpretaci¨®n de un pasaje del Edipo de S¨¦neca, en ?lamentable traducci¨®n? castellana -siempre la nota trivializadora- y despu¨¦s en franc¨¦s. La Revelaci¨®n solamente nos es hecha bajo la forma de Re-velaci¨®n.
Babelia
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