El abandono del patrimonio art¨ªstico
El pa¨ªs reacciona ante los problemas del patrimonio art¨ªstico s¨®lo cuando suenan las voces de socorro. Cuando parece que se cae la catedral de Burgos, cuando se descubre una obra de arte, exportada no se sabe c¨®mo, en Am¨¦rica; cuando se produce un descalabro tan grande como el de la catedral de Oviedo.Hora es que se deje esa actitud hip¨®crita y nos hagamos colectivamente conscientes de un problema mucho m¨¢s grande y de m¨¢s amplia dimensi¨®n: el gran abandono en que se encuentra, la parte del Estado y de la sociedad, nuestro extraordinario patrimonio art¨ªstico, y la absoluta necesidad de que reciba una atenci¨®n y una protecci¨®n de la que hasta ahora ha carecido.
Los que se rasgan las vestiduras cuando sucede una cat¨¢strofe como la de Oviedo tienen, en un sentido, plena raz¨®n. Es inadmisible qu¨¦ tesoros de esa categor¨ªa, a¨²n m¨¢s art¨ªstica que material, con ser ¨¦sta importante, no est¨¦n al abrigo de da?os o de delincuentes. Delincuentes dos veces culpables, por lo que atentan a la propiedad ajena y por el da?o que hacen a la comunidad empobreci¨¦ndola en su patrimonio colectivo. Pero ?qu¨¦ se ha hecho previamente para evitarlo? Conviene plantear el problema en toda su crudeza y no contentarse con las siempre f¨¢ciles acusaciones o lamentaciones tard¨ªas.
El problema es que sin una eficaz actuaci¨®n del Estado y sin una delicada colaboraci¨®n de la sociedad entera es imposible conservar, mantener y apreciar nuestro abundant¨ªsimo patrimonio art¨ªstico.
Este patrimonio, ya se halle en manos de la Iglesia, de los particulares, o de organismos oficiales, tiene un doble valor indiscutible. Junto a su car¨¢cter de propiedad privada tiene el aspecto de patrimonio o producto de todo un pueblo, y como tal cumple una funci¨®n cultural a la que no puede sustraerse. Y ese doble car¨¢cter implica un tratamiento especial que es el que, sistem¨¢ticamente aplicado, puede preservarlo para los siglos sucesivos.
Ese tratamiento lleva consigo una nueva actitud que desde hace a?os venimos postulando un, cada vez m¨¢s numeroso, conjunto de personas -escritores, periodistas, artistas, profesores, arquitectos, etc¨¦tera-, pero que no ha recibido todav¨ªa la respuesta adecuada, ni del Estado ni de la sociedad espa?ola.
Algunos organismos del Estado, como la Direcci¨®n General de Bellas Artes, u otros departamentos, han luchado con la incomprensi¨®n y la taca?er¨ªa que les han negado la dotaci¨®n y los medios para atender a algo tan insustituible, tan valioso y hasta tan rentable como es el patrimonio cultural espa?ol. Pero en esta lucha han tropezado con la escasez de recursos, la falta de sensibilidad o sencillamente la falta de cultura de ¨®rganos m¨¢s responsables y poderosos. Ante ello han vivido siempre en una situaci¨®n de estrechez, de penuria y de abandono que no les ha permitido hacer frente al gran tema de la defensa, promoci¨®n y utilizaci¨®n cultural del patrimonio hist¨®rico-art¨ªstico, y han tenido que ver impotentes, c¨®mo se produc¨ªan los da?os, c¨®mo se consumaban los expolios, o c¨®mo no se frenaban los abusos de otras autoridades o de los particulares.
De otro lado, la sociedad espa?ola tampoco ha estado a la altura que de ella se pod¨ªa esperar. Bien es verdad que han surgido asociaciones o fundaciones que han hecho lo que pod¨ªan. Pero han sido pocas y pobres para lo que la sociedad pod¨ªa y deb¨ªa dar y exigir. Habr¨¢ que achacarlo a la falta de nivel y preocupaci¨®n cultural o al ego¨ªsmo, pero tambi¨¦n a una legislaci¨®n insuficientemente protectora de esa labor, a una torpe actitud fiscal que ha negado a esas actividades el trato de favor que reciben en los pa¨ªses civilizados, de nuestra historia cultural, y que han ido hasta borrando, en la pr¨¢ctica y por disposiciones posteriores, los beneficios, ya escasos, que la sabia ley de 1933 consigui¨® introducir para la defensa de la cultura.
Nuestro patrimonio art¨ªstico es uno de los m¨¢s importantes de Europa y una de las grandes riquezas. de Espa?a. Como creaci¨®n de la cultura hisp¨¢nica a trav¨¦s de los siglos, pertenece a los pueblos de Espa?a, e incluso al acervo cultural de Europa y del mundo; lo recibimos de otras generaciones y lo debemos usar, conservar y estudiar para transmitirlo, en las mejores condiciones posibles, a las generaciones que nos van a suceder. Su derroche o su deterioro es una grave responsabilidad ante la historia y la cultura, y hay que decir, serena, pero claramente, que estamos incurriendo en ella. En todo lo que va de siglo, a pesar de los esfuerzos hechos por algunos y de las muchas normas dictadas, nos tememos que el saldo es profundamente negativo. El patrimonio se ha deteriorado. Las ciudades hist¨®ricas no han sido respetadas, los viejos cascos han visto alterado su ambiente y su car¨¢cter, los pueblos y la arquitectura popular han sido maltratados, nobles edificios y aun barrios enteros han desaparecido, sin que nadie los haya defendido; jardines hist¨®ricos han sido destruidos, iglesias y lugares de culto de pueblos, hoy casi abandonados, yacen en la ruina y el olvido, yjoyas, tallas, cuadros y otras obras de arte han sido vendidos con desconocimiento o desprecio de las normas que intentan defender los derechos de la comunidad.
Aunque somos bastantes los que desde hace mucho tiempo hemos pedido responsabilidad al Estado y a la sociedad ante esta situaci¨®n, han sido muchos m¨¢s los sordos a estas llamadas, o los que han despreciado este lujo de la conservaci¨®n y cuidado de ese patrimonio.
Para conseguir cambiar esa situaci¨®n hemos dicho, muchas veces, que era indispensable, como primera medida, la creaci¨®n de un Ministerio de Cultura. Tras clamar durante a?os por ¨¦l, al fin existe y en ¨¦l tenemos puesta una gran conflanza. La tarea de ese Ministerio es enorme y trascendente. Es obvio que la conservaci¨®n del patrimonio art¨ªstico es s¨®lo una de sus facetas. Pero en Espa?a, por su abundancia e importancia, es una faceta muy notable. En sus pocas semanas de existencia ha demostrado a trav¨¦s de sus representantes m¨¢s calificados, una indudable sensibilidad para el problema y eso nos hace concebir grandes esperanzas.
Pero la tarea es gigantesca, y no s¨®lo del Estado, sino tambi¨¦n de toda la sociedad, de todos los espa?oles, que deben sentirse llamados a participar en la conservaci¨®n y disfrute de lo que de alguna manera es de todos: del patrimonio cultural de todo un pueblo. Y es no s¨®lo del Ministerio de Cultura, sino tambi¨¦n de otros departamentos y especialmente del de Hacienda.
En un momento de reforma fiscal nada ser¨ªa m¨¢s err¨®neo, m¨¢s perjudicial y m¨¢s empobrecedor que olvidar la funci¨®n que cumplen los objetos art¨ªsticos, su doble car¨¢cter de propiedad privada y de funci¨®n p¨²blica, y tratar a esos bienes como si fueran objetos privados e indiferentes para la colectividad. Y al contrario, una pol¨ªtica fiscal inteligente y culta es el mejor apoyo para la conservaci¨®n de ese patrimonio y para el encauzamiento de muchas fuerzas sociales por ese camino, que colabora as¨ª con el Estado en el mantenimiento y difusi¨®n del tesoro art¨ªstico.
El reto est¨¢ ah¨ª. Es el momento y la ocasi¨®n hist¨®rica. Por primera vez tenemos, simult¨¢neamente, un Ministerio de Cultura y la oportunidad de una reforma fiscal que pretende una mayorjusticia social, mejor calidad de vida y una sociedad moderna en la que la cultura alcance el nivel que le corresponde. Es el momento de conseguir, entre todos, una. legislaci¨®n de verdadera protecci¨®n del patrimonio art¨ªstico y cultural que haga imposible, o muy dif¨ªcil, que vuelvan a ocurrir sucesos como el de Oviedo. Se trata de remediar a tiempo par a no tener que lamentar cu¨¢ndo ya se ha producido el da?o.
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