El espacio de la UCD / 1
En la nueva situaci¨®n espa?ola, la de la flamante democracia advenida por obra e inspiraci¨®n del rey don Juan Carlos, una de sus realidades m¨¢s evidentes -y reconocidas- se llama Adolfo Su¨¢rez. Pienso que a nadie -conforme o no con la l¨ªnea de sus actuaciones- se le podr¨¢ ocurrir negarle su condici¨®n de ?hombre de las circunstancias?. La distancia recorrida por Espa?a, en el claro rumbo hacia la democracia durante su etapa de gobierno, es un hecho incontrovertible. En ese sentido es muy dif¨ªcil presentar modelos de tan neta consecuencia pol¨ªtica, si se considera la adecuaci¨®n de las realizaciones a los prop¨®sitos. Podr¨¢n recusarse la direcci¨®n emprendida, los medios empleados o el ritmo de la maniobra. Para unos habr¨¢ resultado excesiva la velocidad de la operaci¨®n; para otros, hubiera sido deseable una mayor premura en alcanzar determinados objetivos. Todos buscan tener una parte de raz¨®n desde sus respectivos, puntos de mira - ?oh, transitoria relatividad de los enjuiciamientos humanos!-, diversidad de estimaci¨®n que puede servir de argumento en apoyo de la tesis de poner a flote la evidencia de las disconformidades y las complejas diferencias espa?olas.Cubierto el objetivo b¨¢sico de la consulta popular, con la correlativa constituci¨®n de las Cortes, el Gobierno Su¨¢rez -el remodelado en correspondencia con los. resultados y los compromisos electorales- ha de enfrentarse a la m¨¢s ardua y complicada tarea: la de gobernar, en su m¨¢s rigurosa e imaginativa acepci¨®n. No es que el primer Gabinete no haya ejercido sus facultades de poder y, con arreglo a esa actuaci¨®n, un Estado haya dejado de existir viniendo a ser sustituido por otro, lo que acredita la casi m¨¢gica capacidad de flexibilizaci¨®n y re formadora renovaci¨®n de la Monarqu¨ªa. Pero lo que hasta ahora se hab¨ªa llevado a cabo era un cometido previsible y concreto. Espinoso, atrevido, pleno de riesgos, pero indudable en su designio: el de la instauraci¨®n de los cauces que hicieran factible una organizaci¨®n democr¨¢tica, pluripartidista, acogida a los patrones de la Europa occidental y comunitaria.
Si Adolfo Su¨¢rez, a trav¨¦s del conglomerado electoral de la Uni¨®n de Centro Democr¨¢tico, supo alcanzar la victoria en la consulta popular del 15 de junio, este triunfo fue debido, en buena proporci¨®n -con independencia de su imagen, relativa y recreada, de ?hombre de las circunstancias?-, por su certero instinto de situaci¨®n en la encrucijada pol¨ªtica. Todos aquellos espa?oles que percib¨ªan -o ansiaban la urgente necesidad ?del cambio?, pero que tem¨ªan las aventuras o convulsiones que pudieran escoltar a esa mutaci¨®n, votaron por UCD en la confianza de que Su¨¢rez -con su in¨¦dita y sorprendente habilidad de transmutador de posturas e instituciones- resultar¨ªa el piloto m¨¢s capaz para conducir la nave escorada y cabeceante hasta ?la otra orilla?.
El presidente Su¨¢rez adquir¨ªa, as¨ª, las caracter¨ªsticas y proyecciones de un conjurador de tempestades. El artilugio del ?centro? supon¨ªa el campo de maniobra id¨®neo, destinado a embotar -cual un gl¨¢cis el¨¢stico y sugestivo- la pesadilla insoslayable de las acometidas extremistas: El amplio conglomerado de grupos y partidos, de muy variadas valoraciones, se metamorfose¨® en un gigantesco recept¨¢culo de votos. Justo es decir que la derecha espa?ola -principalmente la representada por Alianza Popular -contribuy¨®, aunque involuntariamente, a su triunfo, al no tener en cuenta que grandes parcelas del derechismo amorfo y defensivamente conservador -a las que se ha pretendido incardinar en las ilusorias fronteras de la ?mayor¨ªa silenciosa?- lo que pretend¨ªan era un atemperado acomodo en la nueva situaci¨®n, incluso absolutorio, si llegaba el caso.
Si por un lado, la conciencia de un ?centro? pol¨ªtico signific¨® -y significa- una necesidad atemperadora en estos trepidantes momentos del tr¨¢nsito, por otro, tuvo no poco de Jord¨¢n readaptador para las nuevas circunstancias. Que no se olvide ninguno de estos obvios detalles que acabo de recordar, as¨ª como otros muchos que a todos se nos ocurren.
A los cuatro vientos se ha pregonado que los objetivos y procederes del nuevo grupo -por hoy el de mayor presencia en ambas C¨¢maras- quedan en cuadrados en las aspiraciones y reservas de lo que se denomina, con reflexiva ambig¨¹edad, ?centro izquierda?. Es decir, un progresismo moderado, si nos atenemos a los prototipos que bajo esa definici¨®n -ostentosamente justificativa- act¨²an y se desenvuelven mundo adelante. El atractivo del ?izquierdismo? ha encarnado, desde que la nomenclatura parlamentaria acu?ase de modo fortuito los t¨¦rminos derechas e izquierdas, una especie de m¨¢gica polarizaci¨®n de generosas vocaciones de justicia y progreso, juveniles ansias de regeneraci¨®n e intr¨¦pidos adelantamientos revolucionarios. Los franceses -?tan ¨¢giles en troquelar expresiones felices y de ligera formulaci¨®n espigram¨¢tica!- dejaron clavado con la breve aseveraci¨®n de ?la divina izquierda? el testimonio vivaz de un cosquilleante estado de trance, capaz de arrastrar a sublimidades y entre gas que ayuden al encuentro con el futuro.
Claro que el reconocimiento de estas disposiciones del ¨¢nimo suele obedecer a realidades -sentidas o impuestas- predestinadas a ejercer su presi¨®n y su empuje en cualquier clase de campo y juego pol¨ªticos. En Espa?a, concretamente, la sinceridad en el voto ha confirmado la existencia de un ¨¢rea ampl¨ªsima de la sociedad inclinada a las experiencias o las soluciones marxistas. Con diversos matices, los partidos de inspiraci¨®n o militancia marxista -de los que presumiblemente cabr¨ªa haber esperado una fogosa descarga de sus bater¨ªas- se comportaron, ante el comicio del 15 de junio, con una graduada y apaciguante moderaci¨®n. Ser¨ªa de un sumo inter¨¦s llegar a la clave de esta moderaci¨®n, exhibida mayoritariamente hasta ahora -con las naturales excepciones de los fanatizados, los forzadores de la situaci¨®n, los terroristas profesionalizados, los pescadores en r¨ªo revuelto, etc¨¦tera-, en el desarrollo preelectoral. ?Obedec¨ªan los l¨ªderes, con esta actitud, a una inclinaci¨®n de la masa, todav¨ªa poco radicalizada? ?O quiz¨¢ el camino hab¨ªa sido inverso, ylos grandes grupos y organizaciones se dejaron guiar por sus dirigentes, inseguros del terreno que pisaban y poco decididos a arriesgarse en infructuosas y apresuradas aventuras? De un modo u otro -bien que los conglomerados y partidos: obedecieran a sus cabecillas y rectores, o ya que ¨¦stos percibieran, con el olfato que debe ser atributo del pol¨ªtico, cu¨¢l era la demanda difusa de sus clientes-, lo cierto es que el ?centrismo? comprobaba, hasta por las posturas de bastantes de sus oponentes, al acierto en la elecci¨®n de su regateado dispositivo.
La izquierda -o si se prefiere, los partidos marxistas-, acabamos de registrar que no han descubierto, ni mucho menos, Ia efectividad de sus bater¨ªas. Es probable que, aunque,sea en el terreno parlamentario, comiencen a destaparlas con motivo de los debates en torno a las recientes regulaciones en materia fiscal. No hay duda de que el Gobierno Su¨¢rez aguard¨®, t¨¢cticamente, el resultado electoral para emprender una pol¨ªtica econ¨®mica. ?La postergaba para contar con un respaldo directamente democr¨¢tico o, simplemente, trat¨® de evitar la resta de votos que, -por la derecha- era previsible que se produjese? Desde el r¨¢pido enfoque que aqu¨ª nos proponemos viene a ser lo mismo, aunque no acontezca otro tanto si decidimos proyectar nuestros focos de iluminaci¨®n ¨¦tica. ?Pero en la pol¨ªtica -si nos dejamos arrastrar por Maquiavelo- todo vale, al igual que en la guerra y en el amor!
La mesura utilizada -subrayemos que en su dial¨¦ctica- por los grandes partidos marxistas ha permitido al api?amiento centrista acunarse en la admisibilidad de sus anuncios -y tentaciones- izquierdizantes. Buena parte de las determinaciones y directrices del Gobierno Su¨¢rez est¨¢n emproadas hacia ese rumbo: fomentar su credibilidad, distanciarse de sus or¨ªgenes -?tambi¨¦n existe rehistoria pol¨ªtica!- y arrebatar argumentos y banderas a la izquierda tradicional. Seguramente, esa es la t¨¦cnica provechosa -y casi la obligada- de todo partido de centro, cuyo cometido, a fin de cuentas, es hacer viable un progresismo evolucionista que obstaculice y desarbole las embestidas revolucionarias.
Pero la UCD es un partido de ,caracter¨ªsticas bastante especiales. Nace, con oportunismo de urgencia, para ocupar un vac¨ªo -o vaciado- ¨¦ampo, que la sensibilidad colectiva de un momento cr¨ªtico y pendular demanda como organizaci¨®n almohadilla, embotadora de los extremismos traumatizantes y catastr¨®ficos, a la par que de cauce democr¨¢tico y respaldador de las acciones y directrices de los Gobiernos del presidente Su¨¢rez. Hasta ah¨ª los despliegues, maniobras y contrastaciones han cubierto sus objetivos. Ciento sesenta y cinco, diputados y 106 senadores son, una respuesta triunfal suficiente, para el desarrollo de una campa?a parlamentaria eficaz, -sin contar con los representantes descolocados -y nost¨¢lgicos de sus d¨ªas de poder-, ansiosos por volar en socorro del vencedor y recuperar posiciones que pensaron inamovibles.
Sin embargo, ?van a ser las Cortes el campo esencial de la las batallas profundas y delimitado ras de la UCD? Si se piensa con detenimiento, su funci¨®n parla mentaria es m¨¢s que presumible que haya de polarizarse en la instrumentaci¨®n de una coraza gubernamental. Sin que deba descontarse el deterioro que esa acci¨®n pueda suponer ante la masa que le asisti¨® con sus votos el 15 de junio.
Vayamos a cuentas. La UCD, a semejanza de casi todos los partidos constituidos desde el Poder, se aproxima a un irreductible caj¨®n de sastre. Desde el Partido Popular -fracci¨®n que ha conquistado el mayor n¨²mero de esca?os dentro de la agrupaci¨®n hasta los varios grup¨²sculos de apellido regional, se despliega una voluntariosa gama de encauzamientos para la democracia, con etiquetas distintas: dem¨®cratas cristianos, liberales, socialdem¨®cratas, independientes, etc¨¦tera, cuyo nexo clave ante la confrontaci¨®n de las urnas fue establecido en torno al nombre -y la circunstanciabilidad- del jefe del Gobierno. De un modo u otro -desde fuera o desde dentro- cada uno de estos grupos expres¨®, con graduada intensidad, avances de disentimiento, oposici¨®n, cambio o ruptura frente al r¨¦gimen de Franco, en una matizada serie de planteamientos sustitutorios, motivados tanto por lo ideol¨®gico como por lo operativo, generacional o la simple seducci¨®n oportunista, tan atrayente en cualquier per¨ªodo de cambio.
Ante estas breves enunciaciones de la UCD en estos momentos se abren no pocos interrogantes, que intentaremos analizar -aunque la palabra resulte quiz¨¢ un tanto presuntuosa-, seguida y r¨¢pidamente. He aqu¨ª algunas de estas preguntas cr¨ªticas e interesadas: ?Podr¨¢ superar el partido del Centro Democr¨¢tico el circunstancialism¨® oportunista de su alineamiento y constituirse en elemento estabilizador de la joven democracia espa?ola?
?En qu¨¦ terrenos electorales habr¨¢ de moverse la UCD si aspira a mantener su actual preponderancia?
?Hasta d¨®nde las masas que se inclinaron -y se inclinan- por la moderaci¨®n en el ritmo y mec¨¢nicas del cambio proseguir¨¢n prestando su apoyo a la UCD?
?En qu¨¦ medida incidir¨¢, a los efectos de un estrechamiento de base o un sensible despiece, cualquier vaiv¨¦n o disyuntiva de poder en el partido del Presidente?
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