La hora del consenso
HOY SE inician en el palacio de la Moncloa unas conversaciones que pueden resultar de importancia capital para el futuro de la democracia en Espa?a. La necesidad de reformar el C¨®digo Penal, de replantear la concepci¨®n, hasta ahora dominante, del orden p¨²blico y de someter a un eficaz control parlamentario el uso de los medios de comunicaci¨®n estatales son, como desde estas mismas p¨¢ginas indic¨¢bamos ayer, puntos en los cuales Gobierno y Oposici¨®n deben llegar a un acuerdo b¨¢sico. El otro tema que con ellos dominar¨¢ las conversaciones de la Moncloa ser¨¢ la discusi¨®n del plan econ¨®mico que, seg¨²n nuestras noticias, est¨¢ ya ultimado.La necesidad de discutir primero con los partidos ha hecho que los detalles de ese plan sean uno de los secretos mejor guardados de la Administraci¨®n; algunas orientaciones, ciertas cifras hipot¨¦ticas se han aventurado en las p¨¢ginas de peri¨®dicos y revistas. Pero la verdad es que tal curiosidad es en gran parte ociosa. Los problemas de la econom¨ªa espa?ola son conocidos de todos y hay que estar muy ciego para no darse cuenta del estrecho margen de maniobra con que cuenta cualquier equipo econ¨®mico decidido a conseguir sanear una situaci¨®n que no puede materialmente degradarse m¨¢s si no es con riesgo de afectar a nuestras nacientes libertades.
El problema b¨¢sico que hoy tiene la econom¨ªa espa?ola consiste en la necesidad de lograr un compromiso que permita dominar la inflaci¨®n y, despu¨¦s de unos meses de estancamiento econ¨®mico, reanudar el crecimiento sobre bases m¨¢s sanas, de tal forma que la reducci¨®n del paro no sea un espejismo moment¨¢neo. Este giro radical de nuestra econom¨ªa no puede conseguirse sin un cambio en las expectativas, hoy en d¨ªa pesimistas, que dominan a todos los agentes econ¨®micos. Ello supone una responsabilidad de primera magnitud en el comportamiento del sector p¨²blico.
Es absolutamente prioritario que en 1978 el sector p¨²blico en su conjunto d¨¦ al pa¨ªs una imagen de austeridad en su quehacer econ¨®mico y de rigurosidad en la consecuci¨®n de un equilibrio presupuestario fuera de toda discusi¨®n. Lo que se ha dado en llamar ?un presupuesto de cristal? debe reflejar el empe?o del Gobierno por conseguir unos objetivos definidos de forma muy estricto para todos los entes p¨²blicos, ll¨¢mense ¨¦stos Seguridad Social, cr¨¦dito oficial o empresas p¨²blicas.
Ese equilibrio presupuestario es tanto m¨¢s indispensable cu¨¢nto que, de no lograrse, el sector p¨²blico necesitar¨ªa una financiaci¨®n adicional que se restar¨ªa al sector privado. El mantener la actual pol¨ªtica monetaria obligar¨¢ al sistema crediticio a un cierto razonamiento de fondos que, en modo alguno, conviene agravar mediante financiaci¨®n adicional al sector p¨²blico.
En esta coyuntura las empresas van a pasar por una situaci¨®n ciertamente delicada cuyos l¨ªmites deber¨ªan ser comprendidos por todos. La noticia de que los sueldos de los funcionarios p¨²blicas no aumentar¨¢n m¨¢s del 21% indica claramente que el Gobierno est¨¢ pensando en una cifra muy similar como tope al crecimiento nominal de los salarios durante 1978. Por otra parte, las escasas previsiones que sobre la marcha de los precios en ese a?o se conocen, indican que por muy fuerte que sea la desaceleraci¨®n del ritmo de inflaci¨®n, los precios al consumo no ser¨¢n menores del 20%, medido como media anual. Esto deja poco m¨¢s de un punto como ganancia real de los salarios, ganancias que, l¨®gicamente, ser¨¢n mayores en los tramos m¨¢s bajos de salarios. ?Qu¨¦ respuesta dar¨¢n las centrales a estas cifras? Es dif¨ªcil aventurar hip¨®tesis, pero parece razonable pensar que aumentos superiores de los salarios s¨®lo los soportar¨ªan un pu?ado de empresas y que se corre el riesgo de desencadenar una serie de suspensiones de pagos y de quiebras de consecuencias incalculables para el futuro de nuestra econom¨ªa. A ello se a?ade el que si la evoluci¨®n de los precios durante el segundo semestre de 1978 es razonablemente esperanzadora, en el pr¨®ximo oto?o ser¨¢ posible conseguir aumentos de salarios reales para 1979 m¨¢s considerables.
Si estas coordenadas tienen alg¨²n viso de verosimilitud, 1978 ser¨¢ un a?o duro, pero un a?o decisivo. El crecimiento del producto ser¨¢ modesto y, por tanto, el paro se estancara o aumentar¨¢ muy ligeramente, a cambio se habr¨¢ dominado la inflaci¨®n y reducido el d¨¦ficit exterior a cifras compatibles con una evoluci¨®n razonable de las magnitudes interiores.
Se trata, en resumen, no de salvar la econom¨ªa sino de defender la democracia. La ola de prosperidad que durante muchos a?os domin¨® la vida de las sociedades occidentales ha hecho olvidar a muchos el valor de la libertad y el coste de defenderla. Los espa?oles podemos, acaso mejor que nadie, valorar ese coste porque durante cuarenta a?os hemos vivido bajo una dictadura. Las conversaciones de hoy son una puerta a la esperanza. Quienes acudan a la Moncloa tienen sobre s¨ª una responsabilidad innegable. Como representantes elegidos democr¨¢ticamente deben darse cuenta de que su representaci¨®n no puede ser clasista; no deben hablar unos en nombre de los empresarios y otros en nombre de los obreros, sino todos en nombre de los espa?oles. Y en nombre de todos estar dispuestos a conseguir un consenso a cambio de ceder pretensiones y pedir contrapartidas razonables.
S¨®lo cabe esperar que al final de las conversaciones se abra un horizonte de confianza para el futuro de la libertad en Espa?a.
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