Los victorinos, de la leyenda al mito
La leyenda de los victorinos llev¨® mucho p¨²blico a los tendidos de la plaza de Zaragoza y ante las pantallas de televisi¨®n. La corrida televisada del d¨ªa anterior hab¨ªa sido una murga, o una filfa (a salvo los revolcones que sufri¨® Palomo, claro, que esos eran de verdad), y el personal qued¨® bastante desencantado una -vez mas, por cierto- de la fiesta.Pero quien m¨¢s y quien menos pens¨® que si los toros de aquel d¨ªa no hab¨ªan valido un duro, los victorinos, legendarios victotinos, forzosamente ten¨ªan que ser otra cosa. Y fueron otra cosa, es cierto, porque resultaron peores. A¨²n m¨¢s flojos, mucho m¨¢s flojos; a¨²n m¨¢s borregos, much¨® m¨¢s borregos. Salvo dos, que no se ca¨ªan, pero a cambio tiraban bocaos. De la leyenda, al mito.
Plaza de Zaragoza
Toros de Victorino Mart¨ªn, cuatro de ellos inv¨¢lidos (uno devuelto al corral), mansos, tres aborregados, dos con peligro. Un sobrero (5?) de Fraile manso. Miguel M¨¢rquez: Silencio en los dos, Manolo Cort¨¦s: Vuelta en los dos. Justo Ben¨ªtez: Palmas. Silencio. Corrida transmitida por RTVE.
Un fracaso de Victorino, un fracaso m¨¢s, y hora es ya de dar un toque de atenci¨®n sobre esta ganader¨ªa, a la que hemos cantado lo suyo cuando sali¨® brava o no, m¨¢s con casta. -y la seguiremos cantando si vuelve a ser lo que sol¨ªa-, pero que ya con demasiada frecuencia es una de tantas, y de las malas; una de esas que desprestigian a la fiesta y hacen pensar que la ganader¨ªa de bravo est¨¢ en trance de aguda degeneraci¨®n.
Y no hay tal cosa. Existe el toro, con su pujanza, con su fiereza, con la casta que dec¨ªamos. Toro que sale siempre fuera de las ferias cl¨¢sicas fuera de los carteles en los que participan figuras, fuera de los espect¨¢culos que ofrece la televisi¨®n. Y as¨ª eran los toros de Victorino Mart¨ªn cuando este ganadero hac¨ªa su guerrilla, con Andr¨¦s V¨¢zquez como experto y legionario lidiador (?dir¨ªamos valedor?) de sus productos, con una afici¨®n sana y, entusiasmada detr¨¢s, que aupaba a ambos porque ve¨ªa en ellos, y en lo que significaban, el respiro que necesitaba la fiesta. Pero en cuanto a los victorinos se les abrieron las puertas de los grandes, carteles y a su propietario le empezaron a caer honorarios millonarios, devino en esto: lo de ayer en Zaragoza, lo de tantas otras veces. Luego echar¨¢n la culpa a la consanguinidad, al fr¨ªo, al calor, a lo que sea... Pero la realidad, muy triste realidad, est¨¢ ah¨ª.
Babelia
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