Responsabilidad ante el idioma com¨²n
Vald¨¦s yerra en cuanto al uso de la gente vulgar de Galicia, Asturias, monta?as de Le¨®n y Pirineo aragon¨¦s, que, como en la Vasconia eusquera, segu¨ªa apegado a las lenguas o dialectos regionales. Con esta excepci¨®n, su aserto responde fielmente a la realidad de entonces.Al ser su lengua culta de todos los espa?oles y lengua materna de su mayor¨ªa, el castellano fue llamado espa?ol o lengua espa?ola por los extranjeros y dentro de Espa?a por andaluces y aragoneses, que prefer¨ªan una denominaci¨®n donde tambi¨¦n ellos entraran. Los dos nombres contendieron desde entonces, y a¨²n hubo quien los emple¨® juntos, como el maestro Gonzalo Correas en su Arte de la lengua espa?ola castellana (1625).
En el siglo XVIII, casticistas y puristas se inclinaron por castellano, entendiendo que la limpieza del idioma estaba ligada a su cuna. Los hispanoamericanos lo prefieren, pues el recuerdo de su antigua dependencia colonial les hace evitar las resonancias nacionales que conlleva espa?ol. Por otra parte, los hablantes de regiones peninsulares biling¨¹es reaccionan contra la calificaci¨®n de espa?ol, dada por antonomasia al castellano, alegando que tambi¨¦n son lenguas espa?olas el catal¨¢n, el gallego o el vasco.
Pero no es ocasi¨®n de seguir las vicisitudes que han tenido, y tienen, los nombres de nuestra lengua. Lo hizo magistralmente Amado Alonso hace muchos a?os. Lo que ahora importa es reflexionar sobre ella, con motivo de su aproximado milenario. Los espa?oles no hemos inventado el tel¨¦grafo, el tel¨¦fono, la radio ni la televisi¨®n: hemos creado una lengua en que hoy se expresan y comunican 225 millones de seres humanos. Inter¨¦s vital nuestro tiene que ser conservarla y perfeccionarla con el mayor esmero. Sin embargo, a cada momento se cometen atentados contra ese maravilloso instrumento de transmisi¨®n. Basten unos ejemplos: recientemente, un prohombre se ha dirigido a sus conciudadanos pronunciando esigir, esigencia, costruir y cosciente; otros dicen en declaraciones p¨²blicas que han considerao o examinao importantes asuntos; los grandes medios de difusi¨®n verbal prodigan detentar un cargo por desempe?arlo; no hubieron des¨®rdenes, en vez de no hubo; se factura mercanc¨ªas, por se facturan; ?las centrales acordaron de que su trabajo?, en lugar de ?acordaron que?, etc¨¦tera.
En cada uno de estos casos se ha da?ado una pieza del sistema ling¨¹¨ªstico, no menos que la transmisi¨®n telegr¨¢fica sufre cuando un mozalbete rompe un aislador a pedradas, o cuando un terrorista hace volar un poste. Pugnemos por dar a nuestra lengua la m¨¢xima flexibilidad y riqueza; hag¨¢mosla apta para enfrentarse con las necesidades de nuestro tiempo; pero evitemos que el descuido o la torpeza la estropeen.
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