De la funci¨®n de un ut¨®pico Ministerio de Cultura
Promet¨ª el ¨²ltimo d¨ªa hablar de mi idea de un Ministerio de Cultura. Empezar¨¦ por decir lo que, seg¨²n pienso, no debe pretender ser: el heredero, en el plano cultural, del Ministerio de Propaganda, eufem¨ªstica y antifr¨¢sticamente denominado de Informaci¨®n, es decir, el rector de la cultura espa?ola. Enrique Franco lo ha dicho bien en las columnas de EL PAIS: "El Estado debe erigirse en el gran incitador, coordinador, orientador. Nunca en el ¨²nico protagonista o editor responsable.?La verdad es que el nombre primero del Ministerio, ?Cultura y Bienestar?, seudoactual y torp¨®n, no iba, con todo, enteramente descaminado. Si lo interpretamos ben¨¦volamente, podemos suponer que apuntaba a lo que en el ¨²ltimo art¨ªculo llam¨¢bamos ?cultura viva?, es decir, al modo total de vida, desde qu¨¦ come la gente, c¨®mo se viste, c¨®mo se desplaza de un lugar a otro, en qu¨¦ tipo de casas habita -el tema de las viviendas unifamiliares es, eminentemente cultural, y en viviendas unifamiliares habita la mayor parte de la poblaci¨®n de los pa¨ªses desarrollados, aunque esto lo ignoren los peores paletos de todos, los que s¨®lo conocen Par¨ªs y de Estados Unidos, Nueva York-, en qu¨¦ se trabaja, qu¨¦ estudian los j¨®venes, qu¨¦ leen j¨®venes y adultos y c¨®mo se divierten unos y otros. Cuando se piensa en la funci¨®n de un Ministerio de Cultura, lo primero que suele venir a las mentes, aparte de organizar festivales, es la -protecci¨®n del patrimonio cultural del pa¨ªs. Y en efecto, en lo que a ¨¦ste se refiere, el Ministerio d¨¦ Cultura deber¨ªa ser la instancia suprema, dotada de inmediato poder de veto frente a todo intento de desafuero, venga de donde viniere, incluidos los otros Ministerios.
Pero no debemos confundir la cultura viva con el patrimonio cultural. Es ¨¦ste un tesoro que se debe salvaguardar, tanto por razones hist¨®ricas e incluso econ¨®micas, como por razones estrictamente culturales, pero que, en cuanto tal, pertenece a la cultura museal, es decir, pasada, que s¨®lo vuelve a la vida en la medida que alimenta la nuestra e inspira -libremente- a los hombres de hoy. Cultura musical, cultura establecida, cultura viva son tres conceptos de la cultura y tres tareas culturales. A un Ministerio de la Cultura compete, en cuanto al patrimonio cultural heredado, conservarlo, ciertamente, pero vivific¨¢ndolo, represent¨¢ndolo, acerc¨¢ndolo a la sensibilidad actual y fisicam¨¦nte a las gentes. ?Arte en la calle museo al aire libre de la Castellana, desembalsamiento de los museos-mausoleos son tareas que van m¨¢s all¨¢ de la imprescindible y miope conservaci¨®n. El concepto de conservaci¨®n sin m¨¢s responde, lo que ling¨¹isticamente es obvio, a un concepto conservador de la cultura, que agarrota ¨¦sta tradicionalmente al pasado y no cree en la libre vivificaci¨®n que puede ser incluso irrespetuosa y despiezante, destructora, como en Las Meninas de Picasso de este pasado, y en su fecundidad para la m¨¢s avanzada creaci¨®n.
En cambio, la protecci¨®n de la cultura establecida no deber¨ªa preocupar a un Ministerio de Cultura. Ya se defiende ella por s¨ª misma, a trav¨¦s de sus ¨®rganos, las instituciones culturales. En la realidad un nexo bastante estrecho suele unir a la cultura establecida como la pol¨ªtica establecida. (A veces, por modo estructural y nada personal: hace poco se nos ha declarado por una persona muy af¨ªn al actual presidente del Gobierno, y si no como un elogio, s¨ª, cuando menos, como un rasgo distintivo de su personalidad, que a ¨¦ste ?no le interesa la cultura?, dato que ayuda a esclarecer el sentido de toda una pol¨ªtica.) Es por eso por lo que yo veo al ministro de Cultura, como, por decirlo as¨ª, un abogado del diablo -quiero decir, de la cultura viva- en el seno de un Gobierno que, ?nexorablemente, forma parte de la cultura establecida, como un contra-ministro o ministre, de la oposici¨®n cultural. (Es el ¨²nico Ministerio que -ya se entiende, es un decir-, con esta imposible condici¨®n, me gustar¨ªa desempe?ar.)
El ministro de Cultura, tendr¨ªa que ser, por tanto, el ministro, esto es, el secretario, menos a¨²n, el servidor de la cultura viva. All¨ª donde quiera que brote un germen cultural nuevo deber¨ªa estar presente la ayuda del Ministerio.' Una ayuda sin excesos, por supuesto, pero tambi¨¦n sin condiciones, incluso a¨²n cuando sea previsible que ese brote cultural se volver¨¢ -como es siempre de esperar-'contra el sistema establecido. (Por eso considero a tal Ministerio como contra-Ministerio o Ministerio de la oposici¨®n cultural.) En Definitiva, la fortaleza de un sistema se mide por el grado de oposici¨®n, que, en el plano pol¨ªtico desde luego, pero -no menos en el plano cultural, es capaz de soportar. De parecida manera a como la representaci¨®n actualizadora de la cultura museal la vivifica, la cultura establecida, para no anquilosarse y convertirse en mandarinesca o escol¨¢stica, requiere su contradicci¨®n por la cultura viva.
Un r¨¦gimen no es democr¨¢tico por ser, sin m¨¢s, parlamentario. Gobernantes, parlamentarios y partidos necesitan estar en contacto permanente con la base, el pueblo, y en el caso de los partidos, con sus militantes. Un ministro de Cultura, ser¨¢ democr¨¢tico si se mantiene en contacto permanente con su base cultural, que no la constituyen los acad¨¦micos -miembros de esos parlamentos culturales que son las academias, los claustros universitarios, los grandes institutos, y consejos -sino con los j¨®venes estudiosos, los escritores que comienzan, los artistas que prometen.
El ministro de Cultura tendr¨ªa que ser el abogado del nuevo estilo de vida, en el sentido pleno de la palabra ?vida?, pues nada menos que eso es la cultura emergente. No tiene que pretender ser, de ninguna manera, su empresario, y hasta ahora las palabras ?incitador?, ?coordinador?, ?orientador?, con las que comenzaba este art¨ªculo, me parecen ahora, de no fijarse restrictivamente su sentido, excesivas. Debe ayudar moral y materialmente -ya dijimos que sin despilfarros- al artista, al escritor. Debe ayudar al hombre de hoy a sensibilizarse para la cultura y el arte modernos. Sacar el arte y la cultura actual a la calle es un paso importante,siempre que -lo que, por desgracia, no se hace- se mantenga con el debido decoro en ella. Fomentar -particularinente a trav¨¦s de la TV- la ense?anza libre, es otro paso simult¨¢neo. (Hace bastantes a?os present¨® Pablo Serrano a la Direcci¨®n General de Bellas Artes unos ?prop¨®sitos para crear un taller de artes pl¨¢sticas, libre y experimental, dentro de la Un?versidad? y estoy seguro de que planes de ¨¦ste y de otros tipos no han de faltar al Ministerio de Cultura.) Con ello se lograr¨¢ la presencia de la cultura viva en medio de la sociedad actual.
Lo cual nada tiene que ver con las ?representaciones? -a trav¨¦s de informaciones audiovisuales y reportajes en televisi¨®n- de actos sociales del ministro y estos o aquellos personajes culturales ilustres, lo que no sirve, si ¨¦stos son extranjeros, m¨¢s que a la exhibici¨®n de ?especies raras", ante el p¨²blico curioso y, si son espa?oles, a la domesticaci¨®n ministerial, y en definitiva, pol¨ªtica, de esas especies, lo que constituye grave atentado contra esta otra ecolog¨ªa. Pues el espacio cultural es completamente diferente del espacio pol¨ªtico, en el que se mueven y viven los gobernantes y, cerca de ellos, buscando su apoyo, los ?bur¨®cratas de la cultura?; y completamente diferente tambi¨¦n del espacio social-mundano, en el que se mueven y viven los snobs y, a ratos, los pol¨ªticos tocados de culturalismo. La cultura viva es demasiado peligrosa y transgresora para poder permanecer, ni siquiera por el breve rato que dura un oficial cokctail party, encerrada en un sal¨®n, y su espacio es abierto, al aire libre.
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