La dignidad de Chaplin
Ha muerto Chaplin y con ¨¦l, un poco, la dignidad del mundo, ese valor, esa virtud por la cual no abdicamos de un modo de pensar, de ser, de nuestra propia identidad, en suma, por encima de riesgos y avatares. Ha muerto y bien merecer¨ªa un minuto de silencio en este tiempo en que ser fiel a uno mismo cuenta tan poco, en que todo, la ley, el arte, la raz¨®n o la piedad se compran o venden, se olvidan y corrompen en el peque?o mundo de la pantalla y en el amplio universo fuera de ella.Nunca pensamos que llegar¨ªa el momento de su fin porque como depositario no s¨®lo de nuestros sue?os sino de nuestras propias convicciones, le juzgamos siempre inmutable, joven, sabio y eterno. Sin embargo, m¨¢s all¨¢ de la miseria de Londres, m¨¢s ac¨¢ de su postrer exilio, Chaplin pensaba que los hombres son poca cosa de por s¨ª, que su grandeza depende sobre todo de su capacidad de relaci¨®n con sus semejantes. No era pues eterno ni inmutable, ni inasequible, ni lejano. No desde?aba al p¨²blico; lo ten¨ªa por su principal juez, lo estudiaba, trataba de servirle con claridad, por encima de la t¨¦cnica, aun en sus personajes m¨¢s complejos. Y el p¨²blico le devolvi¨® el favor con una mutua relaci¨®n que acabar¨ªa elev¨¢ndole de personaje popular a la categor¨ªa de sus propios mitos.
El p¨²blico, es decir, el pueblo llano, se reconoc¨ªa en ¨¦l, reconoc¨ªa su m¨¢s preciado don:su dignidad, su capacidad de defenderla frente a los viles y los poderosos. Suavizada, matizada, escondida bajo su disfraz famoso, la dignidad de Chaplin, principal clave de su humor, ven¨ªa a ser la de aquel desdichado caballero que imagin¨® Cervantes para salvar tambi¨¦n a su h¨¦roe de prisiones, encuentros graves, amores frustrados y otros tristes eventos. Ambos a la postre, sal¨ªan a flote siempre por esa misma virtud y por saber que en un mundo de altivos nobles y lacayos mezquinos, les salvaba el hallarse m¨¢s cerca de los humillados de los ofendidos, de la gente de a pie, que en las cortes fingidas o entre leyes venales.
La facha, el atuendo de ambos, a unos dio que pensar, a otros mov¨ªa a risa simplemente. Uno largo, menudo el otro, ambos en su medida poco usual mov¨ªan a l¨¢stima quiz¨¢s porque aparentaban ser m¨¢s d¨¦biles de lo que en realidad se aceptaban o sent¨ªan. Si ambos hubieran sido bizarros, fuertes, altos, aptos para defenderse, es posible que no hubieran llegado a despertar tal simpat¨ªa, que lectores y espectadores, a lo largo de los siglos, no se hubieran reconocido en ellos, que no hubieran llegado a ser universales. Sin embargo, como se ha dicho, ambos miraban a los humildes y a los desvalidos, nunca a los trepadores o a los necios, quiz¨¢s porque, como ellos mismos, fueron y son la sal de la tierra y camino de los artistas verdaderos.
As¨ª, ambos comunes en su modo de afrontar la vida, ya que no afines en el tiempo, fueron y son entendidos de todos, empezando por los ni?os, pues su humanismo y capacidad de comprensi¨®n no aparecen en ellos como conceptos abstractos sino como algo rico y eterno a la vez, como la risa y la piedad a lo largo de secuencias o cap¨ªtulos. Ninguno de los dos fustigar¨¢ a los poderosos con el dedo de la Santa Inquisici¨®n, ni con frases o actitudes altisonantes, ni con juicios solemnes y rid¨ªculos. Les bastaba con sacar a la luz el humor de un gesto, abrir de par en par sus prisiones particulares, sus tibios purgatorios, para dar suelta a los males del alma y las miserias del cuerpo.
Cara a dos imperios universales, frente a dos grandes siglos de oro, el uno en las letras, en el cine el otro, ambos autores supieron hallar la raz¨®n suprema de su humanidad sin llegar a ser nunca aburridos, o pedantes. Los dos hablaron para siervos y se?ores y cuando el mundo en torno les volvi¨® la espalda, el uno encamin¨® sus pasos hacia la corte; el otro con menos suerte, durar¨ªa m¨¢s pero tambi¨¦n un d¨ªa tom¨® su bast¨®n -al que por cierto llamaba su dignidad- y enfilando ese camino hacia el horizonte en que acabaron tantos filmes de su cosecha volvi¨® la espalda Am¨¦rica y se vino a morir a Europa, ya convertido para siempre en el ¨²ltimo de nuestros genios individuales.
Babelia
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