Los nudos gordianos
?Hemos llegado a una situaci¨®n extrema en la que es necesario poner fin a las especulaciones y recrear un orden social. Alguien cortar¨¢ el nudo gordiano. La cuesti¨®n est¨¢ en saber si lo har¨¢ imponiendo una disciplina democr¨¢tica que garantiza las libertades o si, como Alejandro, desenvainar¨¢ la espada.? As¨ª terminaba Georges Pompidou su libro de reflexiones sobre las acciones esenciales que deb¨ªan emprenderse para conseguir ?un marco de vida aceptado por todos, para conciliar orden y libertad esp¨ªritu y convicci¨®n, civilizaci¨®n urbana y personalidad, progres material y sentido del esfuerzo, libre concurrencia y justicia, individualismo y solidaridad?.En primer t¨¦rmino, como ya he comentado, el primer requisito es asegurar las condiciones m¨ªnimas para sobrevivir dignamente. Si ellas la libertad es un don in¨²til. La libertad requiere unas condiciones materiales y culturales m¨ªnimas para surgir y consolidarse. Si no nos preguntamos s¨®lo por nuestra libertad, sino por el disfrute que de la libertad pueden hacer los dem¨¢s, nos daremos cuenta de que es preciso promover una aut¨¦ntica movilizaci¨®n general para la educaci¨®n, la ciencia y la cultura.
Catedr¨¢tico de la Universidad Aut¨®noma de Madrid
Direcci¨®n: Jean Renoir. Gui¨®n: Jean Renoir, seg¨²n una novela de Georges de la Fouchardi¨¦re. Fotograf¨ªa: Theodor Sparkuhl y Roger Hubert. Int¨¦rpretes: Michel Simon, Janie Mar¨¦se, Georges Flamanty Madeleine B¨¦rubet. Francesa, 1931. Local de estreno: Peque?o Cinestudio.
Cultura
La cultura: este es el gran nudo gordiano, porque s¨®lo se es aut¨¦nticamente libre en la medida en que el nivel cultural permite decidir reflexivamente entre distintas opciones. La cultura permite seleccionar con criterio propio la informaci¨®n que se recibe de forma progresivamente abrumadora; permite rechazar los planteamientos demag¨®gicos; soslaya lo que contraviene principios b¨¢sicos de ¨¦tica y de est¨¦tica. En una palabra, permite y define un comportamiento aut¨¦nticamente libre y democr¨¢tico. Si queremos realmente un pueblo libre, procuremos por todos los medios un pueblo culto. Fomentemos con todos los medios a nuestro alcance la ense?anza, el disfrute de las bellas artes, el conocimiento de los recursos cient¨ªficos y tecnol¨®gicos. Si lo logramos, habremos superado el primer nudo gordiano, el que permitir¨¢ deshacer otros muchos nudos que, sin la cultura, no pueden deshacerse m¨¢s que con la espada. Porque, ?qu¨¦ es lo que enaltece al hombre? El hacer posible su informaci¨®n, su formaci¨®n, su sabidur¨ªa. El propiciar su intelecto, que le diferencia de los otros seres vivos. El atender de manera personalizada sus requerimientos. Esta atenci¨®n directa y personal a cada hombre: esto es lo que le enaltece. ?Escuelas y escuelas! Esta es la f¨®rmula m¨¢gica para el futuro. Habr¨¢ muchas cosas urgentes, pero ¨¦sta es la m¨¢s importante de todas. A pesar de la profunda crisis econ¨®mica que padecemos, considero que lo m¨¢s urgente -insisto en que no s¨®lo lo m¨¢s necesario, sino lo m¨¢s urgente tambi¨¦n- es incrementar el n¨²mero de maestros, de centros de formaci¨®n, libros, museos, conciertos... Porque s¨®lo as¨ª dentro de unos a?os habremos consolidado en Espa?a la democracia. Porque la cultura no se da de golpe. Es cultivo que necesita esfuerzo, paciencia y tiempo.
Debemos esforzamos en reducir r¨¢pidamente el abismo que separa nuestros niveles de progreso material y cultural. En caso contrario la democracia y la libertad quedan reducidas a un simple juego de palabras, totalmente alejadas y desarraigadas de la realidad social La sensibilidad a los deberes y derechos civiles se adquiere a trav¨¦s de la cultura. La educaci¨®n confiere en primer lugar el sentido de la comunidad, de la contribuci¨®n al bien com¨²n. Sabemos bien que en las pasadas elecciones un alto porcentaje de espa?oles emiti¨® su voto intuitivo (f¨¢cilmente inducible) y no un voto reflexivo. Quede claro que ¨¦sta no es una situaci¨®n espec¨ªfica de Espa?a. Por desgracia, la mayor parte de la humanidad se halla en situaci¨®n mucho m¨¢s precaria. La opresi¨®n por la ignorancia es la forma m¨¢s cruel de predominio. Podr¨ªa aplicarse a nivel planetario el profundo significado de los versos de Machado en sus Proverbios y cantares: ?Nuestro espa?ol bosteza. / ?Es hambre? ?Sue?o? ?Hast¨ªo? / Doctor, ?tendr¨¢ el est¨®mago vac¨ªo? / El vac¨ªo es m¨¢s bien de la cabeza.? Tenemos que conseguir, en consecuencia, en el m¨¢s breve plazo posible, una real y eficaz igualdad de oportunidades para el acceso a la educaci¨®n y el disfrute de la cultura, que es la mayor de las riquezas.
Unas palabras sobre la formaci¨®n a nivel superior, sobre la Universidad. Lo primero que tenemos que considerar, tanto para la incorporaci¨®n del profesorado como de los estudiantes, no es la forma de acceso, sino a qu¨¦ se accede. ?Cu¨¢l debe ser hoy la funci¨®n de la Universidad? Hoy es un centro en el que se conceden t¨ªtulos que acreditan para el ejercicio de una profesi¨®n. Para su adecuaci¨®n a las exigencias actuales, para cumplir el papel que en la docencia superior, en la investigaci¨®n y tambi¨¦n en la formaci¨®n profesional le corresponde, cabe aplicar el sistema que han adoptado en diversos pa¨ªses democr¨¢ticos, sistema en el que han desembocado despu¨¦s de no pocas vicisitudes y tensiones: como centro docente del m¨¢ximo nivel, la Universidad imparte estudios no profesionales sin restricciones de acceso, supuesto un nivel m¨ªnimo acreditado.
Sin embargo, superados estos estudios, que confieren un grado acad¨¦mico, la incorporaci¨®n a las carreras que conducen a un t¨ªtulo profesional requiere haber obtenido determinadas calificaciones y haber demostrado capacitaci¨®n para los estudios espec¨ªficos a los que se concurre. La selecci¨®n se basa en procurar que sean los mejores alumnos los que, con independencia de la situaci¨®n econ¨®mica familiar, puedan proseguir las sucesivas etapas de los estudios superiores.
Como vemos, tenemos ejemplos que imitar, disponemos de soluciones ya contrastadas que podemos incorporar. En este, como en otros temas, no cabe esperar soluciones del amateurismo, por bienintencionado que sea, y mucho menos de la demagogia. La cosa es m¨¢s sencilla de lo que parece: hay que vencer el recelo que la Universidad suscita, en el fondo, y proporcionarle valientemente, con car¨¢cter prioritario, los medios que necesita. Si realmente queremos que la proporci¨®n de universitarios en Espa?a sea alta, si realmente deseamos que se extienda la formaci¨®n a nivel superior que imparte, si de verdad interesa contribuir de manera relevante a la investigaci¨®n cient¨ªfica y t¨¦cnica, propiciemos al m¨¢ximo el desarrollo de los actuales centros universitarios, creemos nuevos centros en donde pueda desarrollarse debidamente la docencia superior y la investigaci¨®n.
No es ¨¦sta batalla que se gana en unas horas. Requiere muchos esfuerzos desde ahora mismo y requiere tiempo, porque los profesores y los investigadores no se improvisan. Tampoco cambia de la noche a la ma?ana la sobrevaloraci¨®n social que la Administraci¨®n p¨²blica y la sociedad han hecho de los t¨ªtulos a cualquier nivel. Espa?a debe enfrentarse valientemente con el problema universitario, consciente de que en la adecuada soluci¨®n de este problema se juega una de las principales bazas.
Ciencia
Si no disponemos de una comunidad cient¨ªfica suficientemente amplia, si no aportamos al conocimiento mundial los frutos de la investigaci¨®n que corresponden a un pa¨ªs que ocupa una posici¨®n relevante en el concierto mundial, no s¨®lo incumpliremos un deber esencial, sino que seguiremos de pendiendo de la investigaci¨®n cient¨ªfica y t¨¦cnica realizada en otros pa¨ªses; seguiremos siendo zagueros, colonias explotadas por el comercio tecnol¨®gico exterior - Ante la inmensa complejidad de los problemas, hacen falta m¨¢s conocimientos y, sobre todo, convertir los conocimientos en acci¨®n. Espa?a podr¨ªa prestar un gran ser vicio a trav¨¦s de la transferencia de tecnolog¨ªa ?adecuada?, que precisa empleo intensivo de mano de obra. El desempleo tiene sus ra¨ªces, en buena parte, en la excesiva su plantaci¨®n del hombre por la m¨¢quina. El sistema tecnol¨®gico industrial actual es con frecuencia incompatible con el ritmo de crecimiento de la poblaci¨®n y con su asentamiento. Por otra parte, ya no pueden exportarse peces a pa¨ªses que han aprendido r¨¢pidamente a pescar.
Nuevo humanismo
La solidaridad entre los hombres, entre las regiones y entre los pa¨ªses aparece como un nudo gordiano insalvable, si no modificamos dr¨¢sticamente la direcci¨®n actual. ?La evoluci¨®n pol¨ªtica y econ¨®mica de los ¨²ltimos a?os a escala mundial -son palabras del director general de la Unesco, Amadou Mahtar M'Bow- han puesto en evidencia m¨¢s que nunca la estrecha interdependencia real entre todos los pueblos de una tierra en que la miseria de unos no podr¨ªa coexistir mucho tiempo con la prosperidad de los otros, sin graves riesgos de tensiones y conflictos a los que la ciencia moderna podr¨ªa dar catastr¨®ficas proporciones. A esta visi¨®n realista de una humanidad ligada -tanto para lo bueno como para lo malo- por un destino com¨²n, debe corresponder un nuevo humanismo.?
Nuestro pueblo conoce bien -porque la conoce a trav¨¦s del sufrimiento- la escasa solidaridad de nuestros d¨ªas. Los emigrantes a otros pa¨ªses o a otras regiones nos incitan, con el grito de su silencio, a resolver el nudo de su marginaci¨®n. Los emigrantes realizan normalmente los servicios m¨¢s duros, que los dem¨®cratas del lugar receptor consideran como algo totalmente l¨®gico. Proceden de zonas o de pa¨ªses menos afortunados. De hecho, es una forma disimulada de apartheid, que constituye un c¨®modo factor de regulaci¨®n social en situaciones de paro o de crisis econ¨®mica. Pues bien: no s¨®lo tenemos en Espa?a problemas de esta naturaleza a escala internacional, sino -m¨¢s doloroso, porque en este caso todos somos espa?oles- interregional. Por fortuna, este panorama tiene ya muchas excepciones. Para fortalecer y ampliar la solidaridad entre: los hombres. es necesario un cambio que exige abnegaci¨®n y sacrificio por parte de todos. Sin este esfuerzo solidario y tenaz el abismo entre pobres y ricos, cultos e incultos ser¨¢ cada vez mayor.
Para comprometemos en procurar un rumbo mejor, una m¨¢s justa distribuci¨®n de todo tipo de riqueza, tenemos que tener confianza en nosotros mismos. Confianza, ahora y aqu¨ª, en el resultado objetivo de unas elecciones; confianza en el desarrollo que -a la postre y a pesar de las dificultades propias de todo tr¨¢nsito- presenta nuestro pa¨ªs en el aspecto agrario, industrial, sanitario y cultural; confianza en la capacidad y honestidad de quienes gobiernan y confianza en la hombr¨ªa de bien de quienes se hallan ahora en la oposici¨®n; confianza en las mujeres y en los hombres de Espa?a. No podemos bajo ning¨²n concepto seguir diciendo que Espa?a es diferente; que en nuestro pa¨ªs no caben soluciones que en otros han permitido una convivencia justa y pac¨ªfica. No podemos avizorar permanentemente tragedias y cataclismos. Sin embargo, la confianza hay que merecerla y el primer paso consiste en gobernar con firmeza en el contexto de la democracia y de la igualdad ante la ley.
Igualdad ante la ley, igualdad de posibilidades. Ambas igualdades implican la acci¨®n personalizada del Estado, ya que ning¨²n hombre es id¨¦ntico a otro hombre, ni biol¨®gica ni espiritualmente. El mayor esfuerzo debe dirigirse hacia la exaltaci¨®n de la persona. Pero la persona no se comprende si no es en su relaci¨®n y convivencia con otras personas, de tal modo que persona y colectividad se enaltecen y limitan rec¨ªprocamente. Son hoy muchos los problemas que deben enfocarse con esp¨ªritu colectivo, porque la cuesti¨®n fundamental del hombre es su transitoriedad, la eventualidad de su contribuci¨®n, y lo importante es la direcci¨®n que. haya ayudado a trazar.En los hombres que corten estos nudos gordianos se cumplir¨¢ la profec¨ªa de la historia de Plutarco: ser¨¢n ellos quienes dominen la tierra, porque sabr¨¢n servir a su pa¨ªs, a los intereses del pueblo, con tenacidad y con entusiasmo. El ¨²nico remordimiento debe ser siempre el de no haber trabajado m¨¢s, especialmente cuando el tiempo era adverso y la tierra dura. ?Qu¨¦ consuelo dejar, como San Pablo, la capa ra¨ªda en Tr¨®dade! Los que compartamos estos convencimientos tenemos que apresurarnos en hacer la revoluci¨®n human¨ªstica. Si nosotros no la hacemos, otros har¨¢n la revoluci¨®n. Otra revoluci¨®n.
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