La paz implica el respeto de los derechos individuales y econ¨®micos de la persona
El rey don Juan Carlos ha dirigido al papa Pablo VI un mensaje con motivo de haberse celebrado el pasado d¨ªa 1 la Jornada de la Paz. El mensaje hace referencia al documento publicado hace algunos d¨ªas por el Papa en torno a la citada jornada.
El texto ¨ªntegro es el siguiente:?Santidad, con emoci¨®n profunda y sincero reconocimiento recojo vuestro mensaje para la celebraci¨®n de la Jornada de la Paz. El eco que en mi ¨¢nimo de gobernante y de cat¨®lico despiertan vuestras esclarecedoras palabras ha de ser tambi¨¦n, estoy seguro, el eco multiplicado que habr¨¦is de encontrar en todas las mentes y en todos los corazones de los hombres de buena voluntad de nuestro mundo.
En vuestra prudencia, sabidur¨ªa y paternal solicitud hab¨¦is sabido dirigir vuestra atenci¨®n hacia los problemas que hoy retienen la preocupaci¨®n fundamental de toda la humanidad, haciendo de vuestro mensaje un inapreciable elemento de reflexi¨®n para gobernantes y gobernados, para todos aquellos que quieren basar las relaciones entre hombres y entre naciones en los principios irrenunciables de libertad y justicia.
La celebraci¨®n de la Jornada de la Paz que en vuestro mensaje propon¨¦is no podr¨ªa ser m¨¢s oportuna, ni m¨¢s adecuadas las consideraciones que, en su torno, somet¨¦is a la meditaci¨®n de todo el g¨¦nero humano.
En efecto, la paz "no es un sue?o puramente ideal" ni "un estado de ataraxia p¨²blica". La paz es real y posible, como ?equilibrio que se sostiene en el movimiento?. En el plano internacional y en el puramente nacional los hombres de hoy se muestran esc¨¦pticos ante la posibilidad de una paz que, tras los diversos remolinos de violencia que hoy nos aquejan, aparece como lejana y dif¨ªcil. Y, en efecto, compleja resulta una tarea que ha de comenzar por disipar las razones y las percepciones de una inseguridad.
Vanos ser¨ªan nuestros esfuerzos en pro de la paz y en contra de la violencia si nos limit¨¢ramos a constatar resultados, sin analizar sus causas y arbitrar remedios. Vuestro mensaje apunta en la direcci¨®n exacta al referirse al "m¨¦todo paciente, racional y solidario de la justicia y la libertad". Y mucho me complace coincidir en las afirmaciones de Vuestra Santidad sobre las positivas ense?anzas de Helsinki.
Porque la paz debe ser, en efecto, concebida como el producto din¨¢mico de una organizaci¨®n social en la que, junto a una decidida acci¨®n para poner coto a la desaforada carrera de armamentos, los derechos individuales y econ¨®micos de la persona humana sean siempre debidamente afirmados y respetados. Nunca podremos justificar la violencia ni la guerra, su ¨²ltima manifestaci¨®n. Pero en la lucha contra esos dos flagelos de la humanidad debemos inclinamos sobre la comprensi¨®n de sus or¨ªgenes, frecuentemente nacidos en la desesperaci¨®n, en el hambre, en la injusticia, en la opresi¨®n. La lucha por la paz, contra la violencia, debe ser fundamentalmente una campa?a en favor de la recuperaci¨®n de los derechos del hambriento, del oprimido, del desesperado. S¨®lo as¨ª prestaremos adecuado eco a la voz que desciende de los cielos: "Paz en la tierra a los hombres que ama el Se?or."
Santidad, al finalizar el a?o 1977, que siempre quedar¨¢ en mi recuerdo como el de mi visita a la c¨¢tedra de San Pedro y a Vuestra Santidad, quiero transmitiros mis mejores deseos para vuestra salud y ventura personal, al tiempo que filialmente solicito de Vuestra Santidad la bendici¨®n apost¨®lica para m¨ª y mi familia y para todo el pueblo espa?ol.
De Vuestra Beatitud devot¨ªsimo hijo, Juan Carlos, R.?
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