El anticomunismo como destino
No creo necesario recurrir a la autoridad de ning¨²n ?padre fundador? de la sociolog¨ªa para afirmar que la dimensi¨®n colectiva de cualquier acci¨®n individual est¨¢ fundamentalmente determinada por el contexto social en el que se produce.Tampoco me parece requerir otros avales que los de su pura enunciaci¨®n el aserto de que el anticomunismo, a pesar de los ?milagros? de Santiago Carrillo, sigue siendo, por razones estructurales y obvias, la actitud antagonista dominante en la derecha, y por razones t¨¢cticas e hist¨®ricas -la ingenua y autof¨¢gica tesis del partido hegem¨®nico entre otras- la socorrida coartada y la permanente baza electoral de muchos comportamientos socialistas.
Desde ese doble supuesto, el lanzamiento del libro de Jorge Sempr¨²n Autobiograf¨ªa de Federico S¨¢nchez, a trav¨¦s del Premio Planeta, anunciaba no ya como previsible sino como inevitable la utilizaci¨®n que de ¨¦l har¨ªan -como han hecho- los profesionales del anticomunismo, convirti¨¦ndolo en un elemento m¨¢s de la operaci¨®n pol¨ªtica que, desde los ¨²ltimos meses de 1977, se propone atacar la imagen p¨²blica del PCE, restar credibilidad a su previsible sino como inevitable, la ducir sus posibilidades de in fluencia social y de votos en las pr¨®ximas elecciones. Los interesados en ello son muchos...Y no s¨®lo en la derecha.
La conspiraci¨®n como resultado
Es evidente que no se trata de que Jorge Sempr¨²n, el editor Lara, el general L¨ªster, el se?or Suslov, etc¨¦tera, hayan montado, con o sin el estimulante patrocinio de la CIA o de la KGB, una magna y meticulosa conspiraci¨®n, programada en un Univac 2000, para contrarrestar los ¨¦xitos pol¨ªticos de Carrillo en el primer oto?o postelectoral y predemocr¨¢tico.
Mucho m¨¢s simplemente lo que se afirma es que la convergencia aut¨®noma y la concertaci¨®n impl¨ªcita, pero efectivas, de una serie de acciones y de comportamientos, constituyen, sean cuales fueren los prop¨®sitos particulares y las motivaciones subjetivas de aquellos, una trama social que apunta derechamente a un objetivo determinado. Que don Jos¨¦ Manuel Lara busque tan s¨®lo el negocio, Sempr¨²n la revancha hist¨®rica, la catarsis personal o la rentr¨¦e pol¨ªtica, Enrique L¨ªster servir los intereses de la URSS o sus ambiciones de poder, etc¨¦tera, no entorpecen que en el contexto espa?ol de 1977 todo ello se inscriba en un marco global y un¨ªvoco: el de la pr¨¢ctica anticomunista.
El pat¨¦tico e inacabable ajuste de cuentas, Sempr¨²n versus Carrillo, que es la Autobiograf¨ªa de Federico S¨¢nchez, ten¨ªa que transformarse, dado su tono y su contenido, y sobre todo las plata formas que iban a brind¨¢rsele, en un arma arrojadiza aparentemente contra el PCE, en realidad contra la fiabilidad de todo proyecto comunista. Y en efecto, dos semanarios madrile?os han abierto el a?o con sendos reportajes de cinco y diez p¨¢ginas dedicadas a tan fecundo tema.
Cr¨ªtica no es venganza
Lo cual no quiere decir que haya que renunciar a la cr¨ªtica pol¨ªtica e ideol¨®gica, y mucho menos en la izquierda. Al contrario, el marxismo es, constitutivamente, cr¨ªtica. Por lo dem¨¢s, nadie negar¨¢, ni siquiera sus principales protagonistas, que el PCE estaba, en tiempos de Federico S¨¢nchez, abrumadoramente ?stalinizado? -para utilizar la cautelosa y exculpatoria expresi¨®n de Sempr¨²n-. Ni tampoco que ventear desde dentro o desde fuera sin acritud y sin in¨²tiles personalismos, los ?usos y costumbres centralistas? de aquella ¨¦poca y de la actual -y entre ellas, desde luego, la expulsi¨®n que se nos narra- puede ser una eficaz y saludable participaci¨®n en el necesario proyecto de transformar y democratizar dicho colectivo pol¨ªtico. Necesidad a la que se asegura que no son ajenos muchos de sus militantes.
A?adamos que la pol¨ªtica editorial de revistas muy cercanas al PCE -Materials, Argumentos, etc¨¦tera- al dar cabida en sus p¨¢ginas a cr¨ªticas respecto de posiciones doctrinales o pr¨¢cticas mantenidas oficialmente por el PCE -yo mismo cuento con publicar en ellas un largo y nada complaciente comentario sobre Eurocomunismo y Estado- y a escritos de militantes de la izquierda marxista-leninista, trotskista, etc¨¦tera, muestra una apertura ideol¨®gica que deber¨ªa generalizarse y ser imitada por otros partidos comunistas y, ?por qu¨¦ no?, tambi¨¦n socialistas. Ahora bien, el libro de Sempr¨²n es una ?vendetta? que no perdona ni ojo ni diente, agria y personalizada al extremo, y que al parecer, lejos de proponerse ning¨²n cometido transformador del PCE, puede tener una inviable intenci¨®n sustitutiva o cuando menos competidora. Y, sobre todo, que omite, a pesar de la avalancha discursiva que lo anega, el debate ideol¨®gico susceptible de traducir en t¨¦rminos marxistas el antagonismo de dos posiciones que entonces -en el momento inicial del enfrentamiento- parec¨ªan inconciliables.
?Sobre qu¨¦ supuestos ideol¨®gicos se asentaba, qu¨¦ andadura te¨®rica asum¨ªa la temprana percepci¨®n ?eurocomunista? de Claud¨ªn-Sempr¨²n? ?Cu¨¢les eran, m¨¢s all¨¢ de los exabruptos y de las manipulaciones que se nos describen, las razones doctrinales y los ex¨¢menes concretos que vertebraban la posici¨®n del ejecutivo y sus alegaciones de derechismo en la posici¨®n claudinista? ?Qu¨¦ relaci¨®n cabr¨ªa establecer en la perspectiva hist¨®rica de los a?os 50 entre el stalinismo como forma de la pr¨¢ctica comunista, el voluntarismo-subjetivista como perspectiva anal¨ªtica de lo real y la Hache Ene Pe como medio de lucha contra la dictadura y de conquista de la democracia? ?Por qu¨¦ y c¨®mo el nivel de desarrollo productivo condiciona la problem¨¢tica de la lucha de clases y desde ella el planteamiento estrat¨¦gico del combate socialista y sus consecuencias t¨¢cticas? ?Cu¨¢les eran las relaciones ¨²ltimamente determinantes entre sociedad y Estado, movimientos de base y partido, espontaneidad y organizaci¨®n revolucionaria en las concepciones que entonces se afrontaron? ?Claud¨ªn y Sempr¨²n consideraban o no el centralismo democr¨¢tico como una estructura -servidumbre- de alguna manera indesplazable de todos los partidos revolucionarios, e incluso de todas las formaciones partidistas en sentido estricto?
El relato frontal de esa pugna ideol¨®gica as¨ª concebida, sus fases, sus esquemas argumentales, es lo que falta y lo que hubiera prestado entidad te¨®rica y dimensi¨®n marxista a una historia que tal como se nos ofrece es, por consabida, irrelevante. Porque, ?qu¨¦ a?aden los improperios de Sempr¨²n al conocimiento y repulsa de una ¨¦poca por todos ya denostada, aparte de la reaparici¨®n de unos modos verbales, a los que, por lo menos, parece haber renunciado definitivamente el PCE? La ocasi¨®n perdida ?Era ¨¦ste el procedimiento m¨¢s pertinente de hacer la dif¨ªcil cr¨®nica de unos tiempos y unos modos radicalmente vituperables? ?Era ¨¦sta la forma m¨¢s adecuada de obligar a los militantes comunistas -y en general a toda la izquierda, porque a todos los que estamos en la izquierda no nos queda m¨¢s remedio que hacer nuestro el pasado de sus grandes formaciones: socialistas, libertarias, comunistas- a asumir superadoramente su propia historia? Por lo dem¨¢s, aun en el supuesto de que las acusaciones que formula Sempr¨²n -responsabilidad de la muerte de Grimau, pr¨¢cticas stalinistas, etc¨¦tera- fuesen ciertas, ?por qu¨¦ iban a invalidar a los actuales dirigentes del PCE y eximirle a ¨¦l -delegado del ejecutivo en Espa?a, responsable directo de la infiltraci¨®n en el ASU, etc¨¦tera- configur¨¢ndole a posteriori, y por el hecho de una denuncia p¨²blica, realizada con tanta comodidad y compensaciones, como el ¨²nico, originariamente, incontaminado?
En fin, nadie como Sempr¨²n hubiera podido dar respuesta hist¨®rica a los interrogantes te¨®ricos anteriores. En su lugar, un vindicativo censo de buenos y malos, un autosatisfecho y prolijo inventario de condenas y salvaciones nos reenv¨ªan a la alternativa absolutizadora e inapelable -o todo blanco o todo negro- que se pretend¨ªa desmontar. S¨®lo que para otros usos y servicios.
En ese sentido, incluso, la aparici¨®n de los ?nuevos fil¨®sofos? en Francia, a pesar de su insignificancia y de su car¨¢cter burdamente publicitario, tiene una connotaci¨®n, por lo menos en Glucksmann, te¨®rica que en cierta manera la incorpora al ¨¢rea de las grandes pol¨¦micas que han sido el permanente acicate del pensamiento marxista y de la praxis socialista.
La cr¨ªtica ideol¨®gica marxista, sea cual sea su radicalidad, el nivel a que se cumpla y el prop¨®sito subjetivo que la subtienda, es, al contrario que los anecdotarios personales, inservible para el ejercicio anticomiunista. Su ausencia en el libro de Sempr¨²n es lo que invalida su alcance cr¨ªtico, a la par que le confiere un destino contrario al que seguramente le asignaba su autor.
El arma de la cr¨ªtica
Todos los que hemos perdido la prisa y estamos en la izquierda unitaria, sobre todo si no militamos en ning¨²n partido pol¨ªtico -como es tambi¨¦n el caso de Sempr¨²n-, sabemos que la Espa?a socialista que es nuestro ¨²nico objetivo, pasa por el entendimiento entre socialistas y comunistas -partidos y hombres- y por el reforzamiento y generalizaci¨®n de los movimientos de base, de su din¨¢mica y de su lucha. Y sabemos tambi¨¦n que el anticomunismo es uno de nuestros principales obst¨¢culos.
Por ello nuestra cr¨ªtica a la izquierda -a los comunistas y a los socialistas, a sus miopes planteamientos t¨¢cticos de hoy, a su ausencia casi total de reflexi¨®n te¨®rica y de estrategia- que es necesaria y urgente, hemos de hacerla irrecuperable para la derecha. Es m¨¢s, ahora que los grandes partidos nos han hecho renunciar a la pol¨ªtica de izquierdas -?c¨®mo coincido en ello con Sempr¨²n!- ahora que nos han vetado la producci¨®n ut¨®pica, s¨®lo hos queda el ejercicio de la cr¨ªtica ideol¨®gica.
Emplacemos pues en ella al pensamiento cr¨ªtico, sea cual sea su militancia, desde el PSOE, el PSP y el PCE, hasta la izquierda marxista-leninista y los hombres de la revoluci¨®n libertaria. Tal vez en ese debate ?deol¨®gico, en la formulaci¨®n te¨®rica de las nuevas pr¨¢cticas sociales con las que la realidad viva de nuestra sociedad est¨¢ quebrando los inmovilismos de la superestructura pol¨ªtica, pueda, la mostrenca espera de la democracia en que nos han confinado, encontrar, a su pesar, una cierta fecundidad liberadora y socialista.
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