Naci¨®n y "nacionalidades"
Espa?a ha sido la primera naci¨®n que ha existido, en el sentido moderno de esta palabra; ha sido la creadora de esta nueva forma de comunidad humana y de estructura pol¨ªtica, hace un poco m¨¢s de quinientos a?os -si se quiere dar una fecha representativa, ser¨ªa 1474- Antes no hab¨ªa habido naciones: ni en la Antig¨¹edad, ni en la Edad Media hab¨ªan existido; ni fuera de Europa. Ciudades, imperios, reinos, condados, se?or¨ªos, califatos; naciones, no. Poco despu¨¦s de que Espa?a llegara a serlo, lo fueron Portugal, Francia, Inglaterra; con Espa?a, la primera ?promoci¨®n?; m¨¢s adelante, Holanda, Suecia, Prusia;. en un sentido peculiar, Austria, y desde fines del siglo XVII empieza a germinar algo as¨ª como una naci¨®n dentro de Rusia. Italia y Alemania no llegan a ser naciones hasta hace un siglo (aunque se sent¨ªan ya as¨ª, social si no pol¨ªticamente, mucho antes, y verdaderamente lo eran).Pol¨ªticamente, las expresiones ?Monarqu¨ªa espa?ola? y ?Naci¨®n espa?ola? han precedido largamente a ?Espa?a?. El Tesoro de la lengua castellana o espa?ola, de Sebasti¨¢n de Covarrubias (1611), da esta definici¨®n: ?NACION. Del nombre latino natio, is, vale reyno o provincia estendida, como la naci¨®n espa?ola.? Ricardo de la Cierva, en un art¨ªculo impecable, acaba de recordar lo que ha sido siempre, cuantitativamente incluso, el uso constitucional de las expresiones ?Naci¨®n? y ?Naci¨®n espa?ola?.
Hasta hace unos d¨ªas, el anteproyecto de Constituci¨®n reci¨¦n elaborado arroja por la borda, sin pesta?ear, la denominaci¨®n cinco veces centenaria de nuestro pa¨ªs. Me pregunto hasta d¨®nde puede llegar la soberbia -o la inconsciencia- de un peque?o grupo de hombres, que se atreven, por s¨ª y ante s¨ª, a romper la tradici¨®n pol¨ªtica y el uso ling¨¹istico de su pueblo, mantenido durante generaciones y generaciones, a trav¨¦s de diversos reg¨ªmenes y formas de gobierno.
En la ¨¦poca en que el nombre ?naci¨®n? se usa abusivamente -Naciones Unidas- por todos los pa¨ªses que son o se creen soberanos, desde los m¨¢s grandes hasta los que apenas se encuentran en el mapa, con estructuras sociales y pol¨ªticas que nada tienen que ver con la de la naci¨®n, resulta que la m¨¢s vieja naci¨®n del mundo parece dispuesta a dejar de llamarse -y entenderse- as¨ª. El anteproyecto recurre a cualquier arbitrio imaginable con tal de escamotear el nombre ?Naci¨®n?: ?sociedad?, ?pueblo?, ?pueblos? y, sobre todo, ?Estado espa?ol? -la denominaci¨®n que puso en circulaci¨®n el franquismo por no saber bien c¨®mo llamarse, que ha ocupado tantos a?os los membretes de los impresos oficiales- Pero ocurre que estos conceptos no son sin¨®nimos; y usarlos como si lo fueran significa una falta de claridad sobre las realidades colectivas, disculpable en la mayor¨ªa de los hombres, pero no en los autores de una Constituci¨®n.
Ahora que la Iglesia -sabiamente- ha a?adido a los pecados de pensamiento, palabra y obra los de omisi¨®n, la de la palabra Naci¨®n en el texto constitucional propuesto resulta dif¨ªcilmente perdonable. En ¨¦l, en efecto, nunca se dice que Espa?a es una naci¨®n, lo cual equivale a decir que Espa?a no es una naci¨®n, ya que en ese texto era necesario decirlo. Me gustar¨ªa computar -en caliente, directamente- lo que de ello piensan los espa?oles, si se dan cuenta de lo que se intenta hacer con su pa¨ªs, es decir, con ellos (y con sus descendientes).
Pero no es esto s¨®lo. La idea nacional se cuela en el anteproyecto, como de pasada, en el art¨ªculo dos, que dice as¨ª: ?La Constituci¨®n se fundamenta en la unidad de Espa?a y la solidaridad entre sus pueblos y reconoce el derecho a autonom¨ªa de las nacionalidades y regiones que la integran.? Yo no s¨¦ qu¨¦ quiere decir que la Constituci¨®n ?se fundamenta en la unidad de Espa?a?; entender¨ªa que la reconozca o la afirme o la proclame; pero esto no es demasiado grave. S¨ª lo es que el texto diga que integran Espa?a ?nacionalidades y regiones?. Explicar¨¦ por qu¨¦ me parece as¨ª.
Esta Constituci¨®n, tan enemiga de toda ? discriminaci¨®n ?, la practica aqu¨ª en las m¨¢s serias cuestiones. Seg¨²n ella, hay en Espa?a dos realidades distintas, a saber, ?nacionalidades? y ?regiones?. En una Constituci¨®n, habr¨ªa que decir cu¨¢les son -y me gustar¨ªa saber qui¨¦n se atreve a hacerlo, y con qu¨¦ autoridad-. Pero lo m¨¢s importante es que no hay nacionalidades -ni en Espa?a ni en parte alguna-, porque ?nacionalidad? no es el nombre de ninguna unidad social ni pol¨ªtica, sino un nombre abstracto, que significa una propiedad, afecci¨®n o condici¨®n. El Diccionario de Autoridades (1734) dice: ?NACIONALIDAD. Afecci¨®n particular de alguna naci¨®n,. o propiedad de ella.? Y la ¨²ltima edici¨®n (1970) del Diccionario de la Academia la define as¨ª: ?Condici¨®n y car¨¢cter peculiar de los pueblos e individuos de una naci¨®n. 2. Estado propio de la persona nacida o naturalizada en una naci¨®n. ?
Es decir, Espa?a no es una ?nacionalidad?, sino una naci¨®n. Los espa?oles tenemos ?nacionalidad espa?ola?; existe la ?naci¨®n Espa?a?, pero no la ?nacionalidad Espa?a? -ni ninguna otra-. Con la palabra ?nacionalidad?, en el uso de algunos pol¨ªticos y periodistas en los ¨²ltimos cuatro o cinco a?os, se quiere designar algo as¨ª como una ?subnaci¨®n?; pero esto no lo ha significado nunca esa palabra en nuestra lengua. El art¨ªculo del anteproyecto no s¨®lo viola la realidad, sino el uso ling¨¹¨ªstico.
Algunos defensores de esa acepci¨®n esp¨²rea de la palabra ?nacionalidad? invocan el precedente del famoso libro Las nacionalidades, publicado hace poco m¨¢s de un siglo por D. Francisco Pi y Margall, catal¨¢n, republicano federal, uno de los presidentes del poder ejecutivo de la ef¨ªmera I Rep¨²blica Espa?ola (febrero de 1873 a enero de 1874). Ahora bien, al invocar ese libro demuestran no haberlo le¨ªdo. Porque Pi y Margall no llam¨® nunca ?nacionalidades? a ning¨²n tipo de unidades pol¨ªtico-sociales, ya que sab¨ªa muy bien la lengua espa?ola en que escrib¨ªa -en que escribi¨® tan copiosamente- Las ?nacionalidades? de que habla son, no Francia, Espa?a, Alemania, Suiza o Estados Unidos, sino la nacionalidad francesa, la espa?ola, la alemana, la suiza, la norteamericana, etc¨¦tera. Usa la expresi¨®n en el sentido en que -todo el siglo XIX habl¨® del ?principio de las nacionalidades?. A las naciones, Pi y Margall las llamaba ?naciones?; y a lo que solemos llamar ?regiones?, casi siempre las denominaba con la vieja palabra romana, de ampl¨ªsima significaci¨®n, ?provincias?. Lo que pasa es que resulta m¨¢s c¨®modo leer t¨ªtulos que libros, y los antiguos, ni siquiera sol¨ªan tener las socorridas solapas que tantas veces simulan un conocimiento inexistente.
Al hablar -con entusiasmo- del principio federalista, que Pi y Margall pretend¨ªa aplicar a todos los niveles, desde el municipio hasta Europa, escribe, por ejemplo:
?Yerra el que crea que por esto se hayan de disolver las actuales naciones. ?Qu¨¦ hab¨ªa de importar que aqu¨ª, en Espa?a, recobraran su autonom¨ªa Catalu?a, Arag¨®n, Valencia y Murcia, las dos Andaluc¨ªas, Extremadura, Galicia, Le¨®n, Asturias, las Provincias Vascongadas, Navarra, las dos Castillas, las islas Canarias, las de Cuba y Puerto-Rico, si entonces como ahora hab¨ªa de unirlas un poder central, armado de la fuerza necesaria para defender contra propios y extra?os la integridad del territorio, sostener el orden cuando no bastasen a tanto los nuevos Estados, decidir las cuestiones que entre ¨¦stos surgiesen y garantizar la libertad de los individuos? La raci¨®n continuar¨ªa siendo la misma. Y ?qu¨¦ ventajas no resultar¨ªan del cambio? Libre el poder central de toda intervenci¨®n en la vida interior de las provincias y los municipios, podr¨ªa seguir m¨¢s atentamente la pol¨ªtica de los dem¨¢s pueblos y desarrollar con m¨¢s acierto la propia, sentir mejor la naci¨®n y darle mejores condiciones de vida, organizar con m¨¢s econom¨ªa los servicios y desarrollar los grandes intereses de la navegaci¨®n y el comercio; libres por su parte las provincias de la sombra y tutela del Estado, procurar¨ªan el r¨¢pido desenvolvimiento de todos sus g¨¦rmenes de prosperidad y de riqueza: la agricultura, la industria, el cambio, la propiedad, el trabajo, la ense?anza, la moralidad, la justicia. En las naciones federalmente constituidas, la ciudad es tan libre dentro de la provincia como la provincia dentro del cuerpo general de la Rep¨²blica.?
Pi y Margall extiende la misma Consideraci¨®n a otras nacion es: ?Otro tanto suceder¨ªa en Francia si se devolviese a sus provincias la vida de que disfrutaron, y en Italia, si se declarase aut¨®nomos sus antiguos reinos y rep¨²blicas, y en la misma Inglaterra, si lo fuesen Escocia e Irlanda... Inglaterra, Italia y Francia seguir¨ªan siendo las naciones de ahora.? Pi y Margall habla constantemente de ?grandes naciones? y ?peque?as naciones?: ni a unas ni a otras se le pasa por la cabeza llamar ?nacionalidades?. Y el libro III de Las nacionalidades se titula La Naci¨®n espa?ola.
?De d¨®nde viene entonces este uso caprichoso e inaceptable de la palabra ?nacionalidad?? Es, simplemente, un anglicismo, de los que tanto gustan los que no tienen mucha familiaridad con la lengua inglesa. Si no me equivoco, procede de John Stuart Mill, que en su tratado sobre Representative Government (1861) us¨® la palabra nationality en su recta significaci¨®n y, adem¨¢s, de manera imprecisa, como designaci¨®n de una comunidad. Mill habla de feeling of nationality (sentimiento de nacionalidad), French nationality (nacionalidad francesa), etc¨¦tera. Pero tambi¨¦n dice, por ejemplo-, ?A portion of mankind may be said to constitute a Nationality if they are united among themselves by common sympathies which do not exist between them and any others, etc¨¦tera.? (?Puede decirse que constituye una Nacionalidad una porci¨®n de humanidad si est¨¢n unidos entre s¨ª por simpat¨ªas comunes que no existen entre ellos y otros cualesquiera, etc¨¦tera.?).
Por esta v¨ªa -una teor¨ªa pol¨ªt¨ªea inglesa de mediados del siglo XIX- ha entrado en nuestra lengua una moda recent¨ªsima, imprecisa, que aparece con alguna frecuencia en nuestros peri¨®dicos y en los discursos de algunos pol¨ªticos que acaso no saben muy bien de qu¨¦ hablan. Parece demasiado que tan livianos motivos determinen la Constituci¨®n de la Naci¨®n espa?ola, introduzcan una arbitraria desigualdad entre sus miembros y pongan en pel¨ªgro la articulaci¨®n inteligente y fecunda de un sistema de autonom¨ªas eficaces, fundadas en la realidad, no en oscuros rencores o en la confusi¨®n mental.
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