Caricaturas
La caricatura es el arte de exagerar rasgos reales para obtener un efecto c¨®mico. Tambi¨¦n, con frecuencia, desfavorable. Pero a veces se caricaturiza sin tener en cuenta la realidad. Arist¨®fanes caricaturiz¨® a S¨®crates y a Eur¨ªpides d¨¢ndoles rasgos que, en parte, no correspond¨ªan a la realidad. Obtuvo su efecto c¨®mico y sigui¨® adelante. Por su lado, Plat¨®n caricaturiz¨® a los sofistas y a fil¨®sofos como los disc¨ªpulos de Her¨¢clito, sin ganas de obtener efectos c¨®micos, sino sencillamente desfavorables. Lo mismo hicieron los paganos con los cristianos, adoradores de una cabeza de asno, o los cristianos con los paganos, que no ser¨ªan m¨¢s que unos cultores de demonios de distinta cala?a.As¨ª van pasando los siglos, hasta que en la ¨¦poca moderna, y aun la contempor¨¢nea, desde los jud¨ªos a los masones, pasando por los protestantes, aparecen seg¨²n el concepto popular cat¨®lico, con un hermoso rabo, rabo que todav¨ªa a mediados del siglo pasado se adjudic¨® tambi¨¦n a Mendiz¨¢bal, monstruo del progresismo, al que se le ape¨® de un pedestal en circunstancias memorables, como tambi¨¦n se quit¨® entonces el nombre de plaza del Progreso a la que ten¨ªa su estatua en medio: sin rabo. Que a Sagasta se le pusieran cuernos y a Maura vestido de fraile, ha de sorprender menos. Comprendemos que a Narv¨¢ez, hombre de car¨¢cter jacarandoso y violento, le enfurecieran las alusiones a su peluqu¨ªn azul turqu¨ª. M¨¢s extra?o es el caso de La Cierva, al que tampoco le gustaba que le ataviaran con unas inofensivas prendas a cuadros. Despu¨¦s..., despu¨¦s las caricaturas han sido m¨¢s sangrientas. y crueles, o no las ha habido, por una raz¨®n muy sencilla y conocida de todos. No las ha habido, al menos, de ciertas personas. Pero, podr¨ªa darse otra raz¨®n posible a la carencia que no fuera la de la dictadura, y es la de que hay hombres que no se prestan a bromas.
Tan tr¨¢gicos resultan. ?C¨®mo re¨ªr con caricaturas de tipos como Hitler o Stalin? Lo que se puede obtener al caricaturizarlos es un efecto tr¨¢gico o incongruente. Nunca la risa franca o la simple sonrisa.
Mas ahora ocurre otra cosa rara, y es que parece que no hay personajes importantes caricaturizables. ?A qui¨¦n representaremos con rabo, cuernos, peluqu¨ªn o incluso pantal¨®n a cuadros? Esto ser¨ªa una ventaja si pens¨¢ramos en hombres perfectos al extremo, de los que es imposible casi extraer una nota c¨®mica, como Leonardo o Rafael. Pero si se piensa en hombres comunes, es un defecto. Un insulto grave puede considerarse el que le digan a uno: usted no tiene ni caricatura. Y esto se puede decir de mucha gente conocida de la actualidad. Tan anodina es.
Ocurre tambi¨¦n que los caricaturistas modernos abstraen demasiado, de suerte que, por lo general, son m¨¢s expresivos como autores de pies o t¨ªtulos que como dibujantes. En cambio, a comienzos de siglo hab¨ªa caricaturistas, por ejemplo Tovar, que eran capaces de dar la imagen c¨®mica de una silla, un brasero, una mesa de camilla o una jaula de p¨¢jaro interior burgu¨¦s madrile?o. En punto a intenci¨®n tambi¨¦n afinaba mucho. Me acuerdo ahora de una de sus caricaturas de La Voz, que representaba un desfile de modelos, con unas chicas despampanantes. Enfrente hab¨ªa un matrimonio. A ¨¦l, gordo, metido en a?os, se le encandilaban los ojos detr¨¢s de unos burocr¨¢ticos lentes de pinza, contemplando aquellas preciosidades. Pero la se?ora, fondona, marchita, con aspecto avinagrado, no pod¨ªa ocultar su malhumor y hac¨ªa el siguiente comentario: ??Claro! ?Con esos trajes as¨ª, cualquiera! ? No. Cualquiera no es elegante y guapo: pero cualquiera tampoco tiene caricatura. Hay que ser y aparentar algo para tenerla: cagatintas revolucionario, hombre del antiguo r¨¦gimen, profesor con aire de profesor o tartaja con aire de tartaja.
Hab¨ªa por la d¨¦cada del veinte otro caricaturista de gran personalidad, Bagar¨ªa, especializado en dibujar cocodrilos sonrientes, hipop¨®tamos llorosos, ¨¢ngeles y alemanes con aire profesoral a los que les sal¨ªa una punta de casco, como excrecencia craneana, natural. Bagar¨ªa ten¨ªa m¨¢s intenci¨®n pol¨ªtica que Tovar. Las caricaturas que hizo cuando la guerra le costaron el exilio y la muerte pronta en ¨¦l. Otros, como Robledano, pintaban bien la paleter¨ªa de los alrededores de Madrid, y Sancha Reg¨® a tener, antes, fama en Par¨ªs y Londres. Un n¨²mero entero de L'Assiette au Beurre est¨¢ dedicado a las caricaturas que este gran dibujante hizo en Par¨ªs. Sancha, como Robledano, cultivaba el paisaje desolado de los suburbios de las ciudades de comienzos de siglo, sobre todo Madrid.
El que hoy la caricatura sea abstracta y despegada de la realidad va con nuestro tiempo de arte abstracto en que todos estamos haciendo tambi¨¦n operaciones de despegue. Al menos de la realidad anterior: no en balde hay curas marxistas, comunistas cat¨®licos, carlistas socializantes, tradicionalistas que se ciscan en el pasado y revolucionarios que velan por las antiguas instituciones. Cambiamos los adjetivos fuertes a lo sustantivo de un modo semejante al que, con malignidad, utilizaba hace mucho tiempo un periodista (en un peri¨®dico asturiano, si no recuerdo mal), que cuando se refer¨ªa a un fogoso predicador de la tierra empleaba la expresi¨®n de ?el bizarro sacerdote?, mientras que al tratar de determinado militar se refer¨ªa al ?piadoso general?. Esto podr¨ªa servir para dibujar caricaturas abstractas. o para iniciar actos simb¨®licos, como el de unos revolucionarios viejos que en cierta capital de provincia recibieron hace poco a su jefe cantando el Coraz¨®n santo. De una forma u otra, nos volatilizamos. Personalmente preferir¨ªa m¨¢s ajuste a los viejos modelos y que se pudiera seguir haciendo la caricatura congruente del ?piadoso sacerdote? y del ?bizarro general?.
Es tranquilizador que la caricatura sea como la ¨²ltima consecuencia de la propia personalidad. Es, en cambio, desconcertante que se salga de madre por incongruencia. Ultimamente, en una revista gr¨¢fica, he visto fotos no muy favorables de las caras de varios pol¨ªticos, superpuestos a desnudos femeninos. El efecto era vomitivo. As¨ª se obtiene cualquier cosa terrible. ?Pero por qu¨¦ nuestra ¨¦poca es tan desmesurada y abstracta que no domina el arte de la caricatura? Yo creo que es porque en ella fallan los caracteres individuales y se dan las promiscuidades referidas. Si quiero representar al avaro no me lo puedo imaginar gordo, lleno de alhajas, dijes, sortijas, acicalado y jocundo. Si quiero dibujar al tartaja no le pondr¨¦ haciendo dengues de sal¨®n y con sonrisas para todos. Pero nuestra ¨¦poca es as¨ª. Los j¨®venes quieren parecer viejos, la gente con medios va desastrada y los pobres procuran ir atildados y limpios, en cuanto les es posible.
No es por esp¨ªritu de impostura. Si acaso, por miedo a la representaci¨®n que se forme la sociedad de uno mismo. Pero entonces habr¨¢ que prever el d¨ªa en que un venerable arcipreste baile el ?vacil¨®n? u otra danza moderna con la presidenta de las hijas de Mar¨ªa, y en que los generales se dediquen al arte abstracto, mientras los banqueros pidan limosna, con un platillo y un perrito, a la puerta de San Gin¨¦s.
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