Carrillo y el doctor Jekyll
Catedr¨¢tico. Secretario de Cultura de UCDUno de los m¨¢s conocidos, heterodoxos del comunismo, Arthur Koestler, escribi¨® en su autobiograf¨ªa, que los partidos de aquella significaci¨®n a lo largo de la d¨¦cada de los treinta y hasta de los cincuenta mostraron una caracter¨ªstica duplicidad que ¨¦l identificaba con la de aquellos dos personajes, en realidad producto de un desdoblamiento de personalidad, de la novela inglesa: el doctor Jekyll y mister Hyde. El ?suave doctor Jekyll?, dec¨ªa ser, y todo parec¨ªa demostrar que efectivamente era, ?un dem¨®crata amante de la libertad, de la paz?, un antifascista ejemplar cuyos modales parec¨ªan dos de un m¨¦dico de cabecera?. En cambio, siempre que los partidos comunistas adoptaban el aspecto exterior de mister Hyde resultaba que ven¨ªan a identificar la democracia con el fraude, cuando no con el mismo fascismo, del que la democracia y los reg¨ªmenes de la Europa occidental, democr¨¢ticos y parlamentarios, no se diferenciar¨ªan sino por la mayor sinceridad del primero, de tal manera ?que no habr¨ªa mucho que elegir entre ambos?.
Lo verdaderamente caracter¨ªstico del comunismo en estos a?os no fue en realidad, que predominara una postura u otra, sino la rapidez con la que sucedieron, de manera alternativa, ambas. Durante la ¨¦poca del Frente Popular los comunistas adoptaron el aspecto externo del doctor Jekyll, identific¨¢ndose con aquella pol¨ªtica de la ?mano tendida? hacia los sectores conservadores de la que mejor expresi¨®n fue la adoptada por Thorez, en Francia. Igual sucedi¨® a partir del momento en que la Alemania nazi entr¨® en guerra con la Rusia sovi¨¦tica. Pero antes, en los a?os veinte, en la primera mitad de la d¨¦cada de los treinta y luego durante la guerra fr¨ªa, todos los partidos comunistas actuaron como mister Hyde. Para estos r¨¢pidos cambios no hac¨ªa falta m¨¢s que calificar de ?sectarismo? a la postura inmediatamente precedente, si era la de mister Hide, o de ?oportunismo?, si era la del doctor Jekyll. Incluso -apuntaba Koestler- a veces los partidos comunistas adoptaban una actitud bifronte. Con frecuencia -escribi¨®- el doctor Jekyll y mister Hide ?aparec¨ªan simult¨¢neamente, se colocaban espalda contra espalda y se dirig¨ªan con diferentes expresiones a las distintas partes del auditorio ?.
En Espa?a, como en el resto de la Europa occidental, los partidos comunistas llevan ya muchos a?os adoptando los modales del doctor Jekyll. En mi opini¨®n el eurocomunismo es m¨¢s que una pura t¨¢ctica, pero tiene que llegar a demostrar verdaderamente cu¨¢les son sus prop¨®sitos finales y est¨¢ por el momento muy lejos de haberlo hecho. El riesgo de que Santiago Carrillo sea tan solo un temporal doctor Jekyll, para retornar, cuando la ocasi¨®n se muestre propicia, a adoptar los modos de mister Hide, es demasiado grave como para ser despreciado alegremente.
Exigir una ?prueba de democracia? al PCE tiene exactamente el mismo sentido que tendr¨ªa hac¨¦rselo a Camilo Alonso Vega, si, redivivo, pretendiera acaudillar un partido liberal. La historia estar¨ªa en este caso, como en aqu¨¦l, en contra de la demostraci¨®n: uno de los m¨¢s indudables aciertos de Jorge Sempr¨²n ha sido recordarnos en el momento actual que Santiago Carrillo es el ¨²nico dirigente de un partido comunista occidental, que, procedente del estalinismo, se mantiene, sin embargo, a la cabeza de su partido. El libro de Sempr¨²n, no es, obviamente, un buen libro de historia, pero las alusiones que hace al pasado son lo suficientemente convincentes (y eran ya de hecho obvias para cualquier m¨ªnimo conocedor de nuestro pasado m¨¢s inmediato) como para que la credibilidad democr¨¢tica del comunismo no sea muy brillante. Adem¨¢s, Carrillo ha renunciado a referirse al pasado, como si el hacerlo supusiera una posibilidad de romper con el programa de ?reconciliaci¨®n nacional? en que afirma apoyarse. Lo cierto es, sin embargo, que la ¨²nica reconciliaci¨®n que est¨¢ en juego es la de las afirmaciones comunistas de ahora con las suyas propias del pasado. Es digno de poco cr¨¦dito democr¨¢tico el renunciar a examinar la propia historia. Con su ?no nos mover¨¢n? Carrillo ha venido a hacer lo mismo que dijo otro personaje hist¨®rico ante sus detractores: ?Todo el mundo merece que se le dedique una mirada, pero no todo el mundo merece una respuesta.? El inconveniente es que aquel personaje era Goebbels.
Pero -podr¨¢ objetarse- si el pasado no demuestra nada el presente puede ser un suficiente sustitutivo. Los comunistas -se piensa a menudo- no tienen un pasado democr¨¢tico pero ahora s¨ª lo son y lo seguir¨¢n siendo; a fin de cuentas algo parecido ha sucedido con los sectores reformistas del franquismo. Sin embargo, estos ¨²ltimos han demostrado ya que aceptaban los requisitos de la democracia occidental, mientras que la situaci¨®n es mucho menos clara en lo que respecta a los comunistas. ?Eurocomunismo y Estado? no es ning¨²n evangelio de la democracia, sino un alegato para convencer a comunistas de la necesidad de cambio en la estrategia; el centralismo democr¨¢tico y el leninismo son y seguir¨¢n siendo siempre una contradicci¨®n palmaria con los prop¨®sitos democr¨¢ticos de cualquier partido; los reg¨ªmenes de la Europa del Este no pueden en ning¨²n caso ser considerados como un ideal y, en fin, es imprescindible que los eurocomunistas se muestren much¨ªsimo m¨¢s expl¨ªcitos en cuanto a sus prop¨®sitos de futuro. Estos y otros requisitos son necesarios para que podamos creer en la sinceridad democr¨¢tica del eurocomunismo. De lo que el PCE diga y, sobre todo, haga depende, en exclusiva, la cuesti¨®n.
Pero lo que no podr¨¢ neg¨¢rsenos es la necesidad de la prueba. El propio Koestler, al establecer ese car¨¢cter bifronte del comunismo, personificado en el doctor Jekyll y mister Hyde, dec¨ªa que ?s¨®lo los liberales de mentalidad confusa rechazan la existencia del camarada Hyde consider¨¢ndolo un fantasma inventado por los cazadores de brujas de la reacci¨®n?. En los momentos de la transici¨®n abundan en nuestra Espa?a esos liberales de mentalidad confusa, bien por pura desorientaci¨®n o, en ocasiones, para hacerse perdonar un no muy brillante ni democr¨¢tico pasado. Por eso conviene recordar lo obvio: que, en definitiva, en todos los pa¨ªses democr¨¢ticos se ha exigido a los comunistas como prueba de sus prop¨®sitos.
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