Municipales y bipartidismo
EL DEBATE sobre el proyecto de ley de elecciones locales ha servido de ocasi¨®n para el estreno de gala de lo que parece va a ser en el futuro la nota dominante de la democracia espa?ola: su estructuraci¨®n en tomo a los dos partidos hegem¨®nicos en ambos hemisferios de nuestra vida pol¨ªtica.Los resultados de las elecciones del 15 de junio pusieron de manifiesto que UCD y PSOE eran contemplados por los votantes como los dos polos del sistema. Sorprendentemente, las maniobras y tomas de posici¨®n del Gobierno, a lo largo del verano y hasta bien entrado el oto?o, dieron motivo para pensar que el partido en el poder estaba dispuesto a modificar sustancialmente esa relaci¨®n de fuerzas. La luna de miel entre el se?or Su¨¢rez y el se?or Carrillo fue algo m¨¢s que la estima y reconocimiento mutuos de dos excelentes y bregados profesionales de la pol¨ªtica, esto es, de casi cualquier pol¨ªtica; por parte de UCD parec¨ªa significar el prop¨®sito de alimentar la fuerza electoral y sindical de los comunistas, seguramente desde la convicci¨®n que la unidad de la izquierda es una quimera (conjetura a la que las disidencias de la izquierda francesa han dado considerable plausibilidad), y con la esperanza de que la divisi¨®n de ese espacio pol¨ªtico entre un Partido Comunista robustecido y unos socialistas debilitados podr¨ªa acabar con cualquier alternativa de poder a corto y medio plazo y eternizar a UCD en el Gobierno.
Sin embargo, y por las razones que sean, la estrategia del Gobierno empez¨® a cambiar en v¨ªsperas del invierno. El acuerdo de los dos partidos mayoritarios para imponer la ley Electoral Municipal no hace sino confirmar de manera espectacular que existe un entendimiento de fondo para articular el futuro de la pol¨ªtica espa?ola sobre la hegemon¨ªa y eventual alternancia en el poder de UCD y PSOE. Nadie debe escandalizarse ante este escenario. El proyecto tiene l¨®gica, es funcional respecto a las necesidades de este pa¨ªs y camina en la direcci¨®n de lo que los electores manifestaron en las urnas durante la pasada primavera. Tampoco el recurso a maniobras y ardides puede coger de sorpresa m¨¢s que a los ingenuos. En la pol¨ªtica, como en la lucha libre, todos los procedimientos son buenos si los utiliza el bando propio y condenables si los emplea el contrario. En ese sentido, la cr¨ªtica que han dirigido AP y PCE al proyecto conjunto UCD-PSOE de elecciones municipales, seguramente recibe su inspiraci¨®n m¨¢s de conveniencias t¨¢cticas que de convicciones profundas.
Y, sin embargo, la cr¨ªtica de aliancistas y comunistas tiene s¨®lidos fundamentos. El deseo de fortalecer artificialmente, mediante t¨¦cnicas electorales, la tendencia natural de los votantes hacia un sistema orientado hacia el bipartidismo (?un bipartidismo imperfecto?, como lo ha calificado Felipe Gonz¨¢lez) abandona el campo tolerable de las pr¨¢cticas ventajistas para adentrarse en el peligroso terreno de los m¨¦todos abusivos cuando esas medidas conculcan valores democr¨¢ticos o introducen elementos extra?os en el manejo de la vida p¨²blica. Tal es el caso de la decisi¨®n de ucedistas y socialistas de que el primer candidato de la lista que resulte mayoritaria en cada municipio sea nombrado autom¨¢ticamente alcalde.
Por un lado, la vida municipal deber¨ªa ser concebida como una escuela de democracia, en la que los espa?oles, tan ayunos de formaci¨®n c¨ªvica, ejercitaran sus derechos y se familiarizaran con los sistemas de gobierno propios de los pa¨ªses libres. Sin embargo, la ley electoral UCD-PSOE conduce, imparablemente, a unos ?ayuntamientos presidencialistas?, en los que el alcalde, peque?o caudillo local o primer secretario en escala reducida, gozar¨¢ de los poderes necesariamente exorbitantes que implica su forma de nombramiento, ajeno a la voluntad del resto de los concejales y a los deseos absolutamente mayoritarios del vecindario. Lejos de ser un ?primus inter pares?, el alcalde ucedista-socialista que contara, por lo general, con un 30% de los votos se situar¨¢ por encima de sus colegas, obligados a tenerle como jefe durante su mandato. No se puede decir, realmente, que se trate de una buena lecci¨®n pr¨¢ctica de democracia.
Pero, adem¨¢s, el procedimiento elegido puede llevar, pese a los poderes presumiblemente exorbitantes de los alcaldes, a unos ayuntamientos ingobernables, a una par¨¢lisis de la actividad administrativa y a una completa confusi¨®n pol¨ªtica. ?Qu¨¦ suceder¨¢ cuando los concejales de otros partidos distintos al que pertenece el alcalde triunfador re¨²nan la mayor¨ªa - de los sufragios y se coaliguen en torno a un programa diferente? La enmienda presentada por el diputado comunista se?or Sol¨¦ Tur¨¢ propon¨ªa, como mal menor, que el nombramiento autom¨¢tico como alcalde del cabeza de la lista ganadora se produjera s¨®lo si no existiera mayor¨ªa absoluta en el Ayuntamiento para designarlo. Pero la rigidez de los dos partidos hegem¨®nicos les ha impedido aceptar una modificaci¨®n llena de racionalidad y sentido com¨²n. Una rigidez que da serios motivos para temer que ese proyecto de distribuirse el poder entre UCD y PSOE est¨¦ dispuesto a pasar implacablemente por encima de cualquier obst¨¢culo sin reparar en algo que es, sin embargo, la esencia misma de un sistema pluralista: el respeto a los valores y a los principios de la democracia y el juego limpio con las minor¨ªas.
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