Escuela-criba y estructura de clases
Cuando de ense?anza se trata, ya se sabe, el tono m¨¢s adecuado es el de dignidad ofendida. Empezando por esa especie de tic que mec¨¢nicamente se nos dispara: igualdad de oportunidades ante la ense?anza. Puede que resulte algo fuerte, pero es cierto: doscientos a?os despu¨¦s de la Revoluci¨®n Francesa no se nos ocurre defender otros principios que los m¨¢s o menos expl¨ªcitos en la concepci¨®n jacobina de la Escuela.?Y el socialismo? ?D¨®nde est¨¢n los socialistas? Porque, que se sepa, tampoco la izquierda -al menos la de campanillas- ha inventado nada: igualdad de acceso, a cada cual seg¨²n sus capacidades, y como adobo, esa cosa tan inefable y c¨¢ndida, y sobre todo confusa, de la Escuela liberadora. O sea la vertiente escolar del principio de la sociedad de iguales, y de la democratizaci¨®n y todo eso. Justo -en la letra y en la m¨²sica- los ideales de la peque?a burgues¨ªa jacobina.
La ¨²nica nota desafinada en este coro, mezcla de votos piadosos y de grandes gestos, resulta ser la de esa versi¨®n neo-rom¨¢ntica y antiintelectualista que nos viene servida desde el underground, esto es, desde las cavernas, y que es (perd¨®n, as¨ª lo creo yo) expresi¨®n de fascismos inconfesables: ?La cultura, esa mierda?, ??Abajo los intelectuales! ?, ?Destruyamos la universidad?, y, en fin, otros parejos terrorismos. Como dec¨ªa, de la misma madera del fascismo.
Contrastando con la incoherencia de nuestra izquierda, la peque?a burgues¨ªa jacobina sab¨ªa lo que quer¨ªa decir. Combat¨ªa las jerarqu¨ªas artificiales del nacimiento y del dinero, y defend¨ªa el establecimiento de la jerarqu¨ªa tenida por natural y verdadera, a saber, la jerarqu¨ªa del m¨¦rito escolar, del talento, del grado de instrucci¨®n. Que todos seamos iguales ante un sistema de ense?anza erigido en juez de la desigualdad entre los hombres. Sistema de ense?anza cuyo cometido sea el de dar a cada uno su merecido, escolar y socialmente. O sea como en el teatro de Calder¨®n, pero ahora con un repartidor de papeles m¨¢s inteligente, y eficaz: el aparato escolar.
Sin embargo, las sociedades divididas en clases encuentran las garant¨ªas ideol¨®gicas de su supervivencia precisamente en estos principios. Estos principios no son otros que la versi¨®n escolar y dulcificada de la pr¨¢ctica del capit¨¢n de empresa manchesteriano. Una escuela abierta para que cada cual pueda probar sus dotes intelectuales es el equivalente de un mercado abierto para que cada cual pueda probar su capacidad depredadora. Es precisamente a trav¨¦s de la puesta en pr¨¢ctica de la versi¨®n escolar de la l¨®gica capitalista que las sociedades divididas en clases -o sea todas las que conocemos- se legitiman, se mantienen y se reproducen.
Consagraci¨®n del orden capitalista
Sostenidos mim¨¦ticamente por la izquierda de m¨¢s bulla, los ideales jacobinos consagran dos pilares b¨¢sicos del orden capitalista: el de la competencia, o lucha de todos contra todos, y el de la desigualdad social, vertebrada en un concreto sistema de clases. Precisamente de lo que menos se trata es de conseguir una sociedad igualitaria. Todo lo contrario, se lucha por una sociedad desigualitaria, pero justa (sic).Pero, ?qu¨¦ ocurre cuando se ponen los alumnos a competir por esos salvoconductos y patentes de corso que dispensa la Escuela? Ocurre que el acceso a ¨¦sta est¨¢ determinado por el origen social. Ocurre que la organizaci¨®n escolar dispone de tantos compartimentos como grupos sociales caracter¨ªsticos existen en su entorno: centros, para pobres y centros para ricos, centros para alumnos con vocaci¨®n de alba?il y centros para alumnos con vocaci¨®n de grandes accionistas. Ocurre que la divisi¨®n interna del aparato escolar constituye un espejo, un calco de la divisi¨®n de la sociedad en clases.
Todos los problemas de escolarizaci¨®n, de acceso, de diferenciaci¨®n y jerarquizaci¨®n de centros, grados o especialidades, est¨¢ atravesado por el problema de la clase social de origen del alumnado. Pero dejemos esto a un lado. ?Qu¨¦ pasa cuando se cierra la puerta del aula y se ponen los alumnos a estudiar, o sea a competir? Ocurre que nada de lo que sucede dentro de las aulas -curriculum, relaci¨®n alumno/profesor, actitudes ante el estudio, horizonte social, calificaciones escolares, comportamiento acad¨¦mico, fracaso escolar-, nada, digo, es independiente de la clase social de origen. Y ocurre, sobre todo, que la cultura escolar es una cultura de y para las clases dominantes, y que los procedentes de clases trabajadoras tienen otra cultura que esa, otro lenguaje, otras categor¨ªas de pensamiento: proceden de un universo cultural distinto, contrapuesto.
En estas condiciones, la presencia de este alumnado en las clases constituye una invitaci¨®n a que se desclasen, y, alternativamente, un ejercicio de sado-masoquismo: entran a la escuela como pobres, y salen de ella como pobres y, adem¨¢s, como tontos, esto es, no tienen vocaci¨®n, no tienen aptitudes. Estos ni?os -la mayor¨ªa de los espa?oles- ser¨¢n descalificados socialmente, y no de un modo grosero, o sea por ser pobres, sino ahora con guante blanco: porque no han estudiado, porque no val¨ªan para otra cosa.
Bajo la ficci¨®n de la neutralidad el aparato escolar consigue individualizar el problema: estos alumnos han fracasado. Por lo dem¨¢s, el resultado ser¨¢ considerado tanto m¨¢s incuestionable cuanto mejor funcione la Escuela.
Legitimar las desigualdades
A todo lo largo de la carrera escolar, en eso consiste el cometido del sistema de ense?anza: desconocer (de derecho) las desigualdades sociales y legitimarlas (de hecho) por la v¨ªa de la conversi¨®n en desigualdades escolares. Existen suficientes materiales emp¨ªricos -incluso para la sociedad espa?ola- que testimonian que esa operaci¨®n de trucaje ocurre en los diferentes grados de ense?anza. Ofrezco al lector dos botones de muestra (v¨¦ase tablas adjuntas) tomados de un libro en el que sobre todos estos problemas me despacho m¨¢s a gusto que lo que puedo hacerlo aqu¨ª.Los principios jacobinos -a los que aparece sumada la izquierda, y no ya la espa?ola, sino la europea- constituyen la vertiente escolar de la pol¨ªtica burguesa del enriqueceos y del s¨¢lvese quien pueda. Esta pol¨ªtica consiste en utilizar el aparato escolar como v¨ªa de soluciones individuales al problema de la existencia de las clases sociales. El sistema de ense?anza se ha potenciado como instrumento de movilidad social controlada. Y est¨¢ claro que la movilidad, mal llamada social, refuerza la legitimidad de la estructura de clases.
Con todo, la ch¨¢chara sobre este tema insiste: la educaci¨®n est¨¢ en crisis, la Escuela ha muerto.
Dej¨¦monos de tonter¨ªas. Para lo que realmente sirve, este sistema de ense?anza cumple eficazmente su papel: esa larga operaci¨®n del examen, del registro, del chequeo-cacheo, del test, de la prueba y, en fin, del estampillado de t¨ªtulos. Cada d¨ªa va a tener m¨¢s trabajo y cada d¨ªa ese trabajo es m¨¢s y m¨¢s importante. Con el concurso de la izquierda, los ideales jacobinos se est¨¢n lentamente cumpliendo: la trayectoria de los ¨²ltimos doscientos a?os, aunque tan lenta, actualmente se est¨¢ acelerando. D¨ªgalo, si no, la LGE de 1970.
Ahora bien, la Escuela-criba es la misma que la Escuela-tapadera: la desigualdad social se traduce en desigualdad escolar; la ventaja econ¨®mica, en ventaja acad¨¦mica. En suma: igualdad ante la ense?anza... para despu¨¦s seguir siendo desiguales. S¨®lo que ahora las desigualdades que antes. pod¨ªan ponerse en causa son ya leg¨ªtimas, incuestionables.
Concluyendo, la Escuela que conocemos constituye una creaci¨®n surgida en determinado momento del desarrollo de las sociedades divididas en clases -Europa: fines del siglo XII-. Esta Escuela fue teorizada, mucho antes, por S¨®crates-Plat¨®n, y remozada ideol¨®gicamente por Kant-Rousseau, padre espiritual, ¨¦ste ¨²ltimo, de los m¨¢s conspicuos peones de brega del movimiento pedag¨®gico reformista. Los principios de funcionamiento del aparato escolar -en su estado puro: los principios jacobinos- son inseparables de una sociedad radicalmente competitiva y desigualitaria. Cuanto mejor se plasmen en la pr¨¢ctica estos principios, m¨¢s cerca se estar¨¢ de conseguir la legitimaci¨®n y consagraci¨®n de la actual estructura de clases.
Quienes quieren luchar contra la dominaci¨®n de clase tendr¨ªan que pensar como m¨ªnimo, mientras dura la transici¨®n, y mucho m¨¢s all¨¢ de la emulaci¨®n de esos refugios-oasis que hacen las delicias de la cultura progre y que alimentan su narcisismo (del tipo del de Summerhill), en un sistema de ense?anza que no sea la traducci¨®n escolar (b¨¢sicamente, examen y diploma) de la l¨®gica de la competencia, de la diferenciaci¨®n, de la desigualdad, de la jerarqu¨ªa, de la divisi¨®n; en suma, que no sea la traducci¨®n escolar de la l¨®gica capitalista.
Esta Escuela de transici¨®n, la nuestra, est¨¢, desde luego, por pensar y por hacer. En cuanto a la otra, la Escuela-criba, a ¨¦sa ya la conocemos y deberia estar claro que no es la nuestra. Es la suya. Que la defiendan ellos.
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