El peso de la pol¨ªtica agraria
Las recientes negociaciones de precios agrarios sometidos a regulaci¨®n de campa?a han revelado una serie de s¨ªntomas at¨ªpicos en el comportamiento de las partes interesadas, cuya coincidencia con los cambios en el equipo econ¨®mico del Gobierno es m¨¢s que significativa. En primer lugar, la metodolog¨ªa de negociaci¨®n conjunta, y sus resultados, ha supuesto un sedante para el sector agrario en lugar de adoptar ese temido efecto de espoleta que en tantas ocasiones se ha tratado de neutralizar con un m¨¦todo individual m¨¢s controlado y de un claro efecto estrat¨¦gico ante la amenaza de una movilizaci¨®n general del sector.Negociaci¨®n conjunta
De la experiencia en este tipo de negociaciones parece deducirse que la negociaci¨®n conjunta es, a todas luces, el sistema m¨¢s favorable para los agricultores, ya que concentra los esfuerzos de la parte empresarial y permite una cierta flexibilidad en el tratamiento de algunos productos, a la vez que concede una mayor base de decisi¨®n para planificar las producciones de campa?a. Desde el punto de vista pr¨¢ctico cabe pensar que ni la negociaci¨®n individual ni la conjunta, por s¨ª solas, son capaces de evitar el estallido del sector cuando el peso de la pol¨ªtica agraria es insuficiente para sacar unos precios m¨ªnimamente rentables y un compromiso formal de medidas complementarias o de acciones estructurales a m¨¢s largo alcance.
Aunque el ministro Lamo de Espinosa ha jugado fuerte la baza de precios en un momento singularmente preelectoralista (c¨¢maras agrarias y municipales), no parece probable que el partido del Gobierno pueda capitalizar el resultado de esta gesti¨®n a corto plazo. Ni siquiera cabe pensar que sea ¨¦sta una operaci¨®n estrat¨¦gica de UCD cara al campo, cuando lo que se ha estado barajando son temas muy sensibles que responden m¨¢s a una victoria del sector sobre la Administraci¨®n que a una d¨¢diva paternalista por parte de ¨¦sta. Lo que si cabe constatar, a la vista de los resultados, es una mayor capacidad de negociaci¨®n del ministro Lamo y un mayor peso espec¨ªfico de la pol¨ªtica agraria en el ¨¢mbito econ¨®mico que domina Abril Martorell.
No deja de ser sintom¨¢tico que un hombre como Fernando Abril, denostado como ministro de Agricultura por algunos focos activo del sindicalismo agrario, inicie sus primeras acciones desde la cartera de Econom¨ªa con un desplazamiento del eje de la pol¨ªtica econ¨®mica hacia el sector agrario por la doble v¨ªa precios-estructuras. Del mismo modo, tampoco cabe atribuir al azar que por primera vez, frente a tirios y troyanos, el campo gane una batalla de precios que estaba inicialmente perdida o que, en todo caso, se ofrec¨ªa muy dura desde la ¨®ptica estabilizadora de hace tan s¨®lo dos meses. Todo ello no hace sino apoyar la tesis de que gran parte de los males end¨¦micos que aquejan al sector son producto de una serie de secuencias pol¨ªticas en las que los distintos gabinetes de Agricultura apenas si han tenido peso espec¨ªfico en los niveles de alto gobierno. Cuando la pol¨ªtica del campo espa?ol ha venido marcada por las injerencias departamentales de los ministerios ?fuertes?, el papel asignado a Agricultura apenas si ha sido algo m¨¢s que meramente instrumental. Cuando el sector agrario ha jugado a comparsa en el gran esquema econ¨®mico, sin objetivos propios, sin pol¨ªtica definida y sin otra funci¨®n que la de transferir recursos a un modelo de desarrollo que le ha sido ajeno, dif¨ªcilmente puede hablarse de buena o mala gesti¨®n agraria. M¨¢s bien cabr¨ªa matizar que esta gesti¨®n se ha perdido, fatalmente, en una insondable crisis de identidad. En base a esta realidad hist¨®rica, y quiz¨¢ con cargo a ella, el ministro de Agricultura ha sido siempre un pol¨ªtico condenado al fracaso.
Por m¨¢s que se empe?en los te¨®ricos de la econom¨ªa en planificar el campo sobre el papel, por m¨¢s que los agricultores destapen cada a?o la caja de los truenos y por m¨¢s que surja un programa agrario dondequiera que haya un colectivo de voluntaristas, la realidad de la agricultura ser¨¢ siempre una realidad pol¨ªtica de la que no cabe esperar m¨¢s milagros que la capacidad de gesti¨®n del ministro del ramo y de su apoyo en los altos niveles de gobierno. As¨ª hay que entenderlo, sencillamente, porque en el campo prima m¨¢s la filosof¨ªa de lo emp¨ªrico que los grandes pronunciamientos de los agraristas de turno.
Ense?ar los dientes al Gobierno
Como base de reflexi¨®n quiz¨¢ sea oportuno detenerse en la realidad presente. Aqu¨ª y ahora, abril de 1978, el campo acaba de ganar las primeras escaramuzas de una batalla antigua. Bueno ser¨¢ que los campesinos, de cuando en cuando, ense?en los dientes al Gobierno para que ¨¦ste haga un elemental recuento hist¨®rico y no desbarate una l¨ªnea de gesti¨®n que no ha hecho m¨¢s que comenzar. Los indicadores m¨¢s recientes revelan que el sector agrario, por primera vez, comienza a tomar cierto peso pol¨ªtico. Un peso que quiz¨¢, de ahora en adelante, haya que medirlo en base a su potencial de electores.
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