Fleming-78: chicas cultas para un erotismo de la tertulia
La Costa Fleming fue como una cl¨¢usula secreta, seguramente una cl¨¢usula de conciencia, del tratado hispanoyanqui de amistad, y las chicas costeras fueron, en alguna medida, la poblaci¨®n espa?ola que sali¨® peor librada con la firma del tratado. Adem¨¢s de convivir con los phantoms tuvieron que dormir con sus pilotos.Aquella fue la ¨¦poca fundacional de Plat¨®, Alad¨ªn y Cholo's; en ella, la jugueter¨ªa Kokett se convirti¨® en saloon: los di¨¢bolos y peonzas se transfiguraron en cubatas, y la clientela creci¨® de pronto. Seg¨²n que los bares estuvieran en la calle Fleming o en la paralela, eran conocidos por sus asiduos con los primeros sobrenombres con que la televisi¨®n enriquec¨ªa el castellano: la primera cadena y la segunda cadena. Cuando las cosas no iban bien en el programa nacional, los visitantes se cambiaban al UHF.
Pero un d¨ªa decreci¨® la furia espa?ola de los yanquis: Corea volvi¨® de nuevo al paralelo 38, a Torrej¨®n de Ardoz y al Pinar del Rey, y los clientes de la Costa Fleming comenzaron a apellidarse Rodr¨ªguez. All¨ª se inici¨® la imp¨ªa dial¨¦ctica universal que empezaba en dos condiciones inapelables: ?Quinientas y la cama.? Y all¨ª hizo carrera Vicky, la reina de Plat¨®, con cuya colaboraci¨®n hubiera podido mejorarse notablemente la teor¨ªa del psicoan¨¢lisis. Tuvo, por ejemplo, un cliente cuya depravaci¨®n y cuyo goce consist¨ªa en fregarle la casa: se quitaba el sombrero de fieltro, se ce?¨ªa un mandil y repasaba cuidadosamente las manchas dif¨ªciles: era un hombre que en vez de padecer el natural complejo de Edipo ten¨ªa complejo de aspiradora. Su m¨¢xima aspiraci¨®n consist¨ªa en que Vicky le rega?ara y le hiciera refregar los rincones poco limp¨ªos; le fregaba la casa y le abonaba 10.000 pesetas de entonces por la oportunidad.
Cuentan que iba tambi¨¦n por all¨ª un viejo profesor cuya presencia inspiraba tal respeto que todas se desviv¨ªan por atenderle; ¨¦l hac¨ªa una breve referencia y agradec¨ªa discretamente los cumplidos antes de despedirse. Cierto d¨ªa una de ellas, novata sin duda, se excedi¨® en sus insinuaciones y arranc¨® al viejo profesor la ¨²nica airada interpelaci¨®n que se le recuerda. Se ajust¨® el caballete de las gafas y dijo una frase inolvidable: ?Ag¨ªtese y no divague. ?
Pero aquellos parecen tiempos irrepetibles. Julio, el encargado de Plat¨®, crey¨® entrever la decadencia hace cinco a?os; ?al menos, se echa en falta una clientela distinguida que sol¨ªa venir puntualmente cada noche: ven¨ªan pol¨ªticos, intelectuales y financieros.? Tambi¨¦n se echa de menos la presencia de aquel chulo de opereta que invert¨ªa casi todas sus ganancias en mejorar su guardarropa. ?A ellos les ha pasado lo, mismo que a las chicas: simplemente han envejecido; ahora solamente alg¨²n camarero o alg¨²n taxista siguen viviendo de la prostituci¨®n.? Tanto si se sintoniza el programa nacional como el UHF se observa una vejez en los tonos de las cosas y un pesimismo especial en la luz ¨¢mbar del whisky.
El para¨ªso perdido
Decididamente, lo que les ocurre a los antiguos profesores de la Costa Fleming es que hoy todos son ya viejos profesores. A Fleming se le han ca¨ªdo las enaguas; la ola de erotismo que nos invade se ha llevado parte de las celos¨ªas, el calor de las esquinas y seis de los siete velos. A toda prisa, la costa est¨¢ llegando al ¨²ltimo paso de la danza, y Salom¨¦ pide cinco mil en vez de quinientas.
El antiguo sistema de contactos ha cambiado radicalmente. La transacci¨®n y el chalaneo han desaparecido. Las rebajas h¨¢bilmente conseguidas han dejado el sitio a los precios estables; las medidas de austeridad han llegado a los dormitorios. F¨¦lix N¨²?ez, un experto en el tema, tiene una clara idea sobre las actuales estructuras de la costa. ?En Fleming a¨²n sobrevive una proporci¨®n de locales a la antigua. En ellos han variado dos puntos: la cantidad de dinero que piden las chicas y la influencia de los proxenetas. El precio-m¨®dulo son los mil duros, y en cuanto a la distribuci¨®n de las ganancias de las muchachas, hay otras dos posibilidades: que trabajen por cuenta propia o que hayan organizado un clan con otras compa?eras. La influencia de las lesbianas ha aumentado; yo creo que, en muchos casos, el lesbianismo es un simple resorte defensivo. Las chicas se sienten unidas por unas circunstancias y por unos problemas comunes.? Sus or¨ªgenes tambi¨¦n son distintos. Hace diez a?os todas ten¨ªan el antecedente de un drama familiar y todas eran provincianas: se les hab¨ªa ido el novio o se les hab¨ªa ido el tiempo. ?Muchas entraban en este modo de vida porque una tarde el pueblo y sus estrecheces se les ca¨ªa encima. Sin excepci¨®n, escrib¨ªan a sus familias cont¨¢ndoles que hab¨ªan encontrado un empleo digno y bien retribuido: el costumbrismo provinciano segu¨ªa reclam¨¢ndoles su tributo a¨²n cuando estaban ya fuera de la provincia. Actualmente son bastantes las que vienen por aqu¨ª a resolver un problema econ¨®mico urgente, y despu¨¦s desaparecen para siempre; una mayor¨ªa de ¨¦stas, as¨ª como una minor¨ªa de supervivientes de la mejor ¨¦poca, y unos pocos locales, ahora menos concurridos que entonces, son lo que queda en Fleming de la prostituci¨®n cl¨¢sica. El alterne tambi¨¦n est¨¢ en decadencia: ahora se lleva el sexy-club, en el que las mujeres son, sobre todo, un interlocutor.?
Un sexy-club es un sosegado bar en el que los clientes piden suministrarse a un tiempo un medio whisky, un comentario sobre el fraude de la leche en polvo o unos desnudos cordiales. Las chicas tienen prohibido beber con los clientes o simplemente beber, lo que garantiza al menos la fluidez oratoria de uno de los conversadores; tampoco pueden sentarse, regla que evita el peligro de agresi¨®n de los clientes reprimidos: el suyo es un nuevo tipo de inmunidad parlamentaria que puede disfrutarse gracias a la madurez del pueblo y a los cubitos de hielo.
A pesar de lo que puedan decir los detractores del nuevo club-system, las chicas se han limitado a interpretar libremente una teor¨ªa del vestuario: en lugar de ir c¨®modamente vestidas, van c¨®modamente desnudas. Por fortuna, sus otros h¨¢bitos son igualmente buenos: su trabajo consiste en hacer la pregunta justa al cliente de turno. 0 en omitirla. Al intermediario hay que evitarle cualquier insinuaci¨®n sobre porcentajes; al ¨¢rbitro hay que elogiarle el partido del domingo, y al militante, el partido pol¨ªtico.
Estar all¨ª, a mitad de camino entre los parlamentarios y las estatuas, supone a las chicas 3.000 pesetas diarias, que generalmente prefieren cobrar por jornada. ?Algunas desaparecen unos d¨ªas despu¨¦s, lo que prueba que s¨®lo pretend¨ªan conseguir f¨¢cilmente una cantidad de dinero que necesitaban con urgencia. Muchas han cursado estudios de grado medio o de grado superior: hay enfermeras, maestras, estudiantes universitarias; por eso suelen ser buenas conversadoras.? Los sexy-clubs brindan, pues, una sobremesa tranquila aunque felliniana. Incluso los clientes con mayor presencia de ¨¢nimo que tienen que superar un segundo de estupefacci¨®n cuando, de improviso, abren los ojos entre sorbo y sorbo, y sorprenden a una joven con pajarita, sombrero hongo y pantys, interpretando junto a don Rogelio, el profesor de Literatura, el resultado de las ¨²ltimas elecciones legislativas francesas.
Hoy, cada vez m¨¢s, las chicas Fleming divagan, pero no se agitan.
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