"No somos Marroqu¨ªes ni mauritanos"
Smara. La llegada del vuelo regular del Fokker que une a El Aai¨²n con la capital religiosa del Sahara occidental es un verdadero acontecimiento. Desde hace largo tiempo se ha limitado el n¨²mero de convoyes de camiones que se desplazan a Smara. Las razones: los frecuentes ataques del Polisario y las dificultades con que tropiezan los marroqu¨ªes para neutralizar las minas que los guerrilleros colocan en la carretera. Recientemente, el se?or Pel¨¢ez, que ejerce el h¨ªbrido empleo de depositario de los bienes de Espa?a, se las vio y dese¨® para evitar que un ch¨®fer canario fuera enrolado de fuerza en la columna de camiones que, una vez cada diez d¨ªas, une a ambas localidades. El medio ?natural? es el helic¨®ptero, que transporta cartones de cigarrillos y cuartos traseros de buey para cubrir las necesidades de la guarnici¨®n marroqu¨ª s¨®lidamente instalada. El avi¨®n cumple su cometido dos veces a la semana y aterriza rozando literalmente las torretas del grupo de tanques que protegr, la estrecha pista del aeropuerto de Smara.Visita a Smara
Una larga procesi¨®n encabezada por el autom¨®vil del gobernador Sliman Haddad, e Land-Rover del jefe de la polic¨ªa local y los coches de escolta, nos acompa?an hasta el centro de la poblaci¨®n, azotada por rachas de viento y arena. A un extremo, el antiguo palacio del jefe Malainine alza su averiada arquitectura, custodiada por un viejo saharaui.
El gobernador afirma que acaba de o¨ªr por Radio Argel que el Polisario atac¨® la ciudad y caus¨® m¨¢s de seiscientas v¨ªctimas entre sus ocupantes. Con un gesto ufano nos invitaa acompa?arle por el per¨ªmetro urbano para comprobar que la noticia es totalmente infundada. Los veh¨ªculos todo-terreno de las Fuerzas Armadas nos acompa?an en el recorrido, en un gesto que no llegamos a definir, entre la gentileza natural y la misi¨®n de protecci¨®n obligada. Smara desaparece bajo las r¨¢fagas de viento y s¨®lo las sempiternas cabras de los saharauis y alg¨²n soldado marroqu¨ª son visibles en sus polvorientas calles.
Alcalde, polic¨ªas, soldados y periodista irrumpen en una de las casas reci¨¦n entregadas a los saharauis para comprobar que estos ¨²ltimos han permanecido en la localidad a pesar de los avatares. Una taza de t¨¦ verde azucarado, ofrecida por los dos saharauis que habitan la casa, a quienes ha sorprendido la entrada de los extra?os, abre el di¨¢logo. Anteriormente el gobernador Haddad nos asegurar¨ªa que durante la permanencia espa?ola no hubi¨¦ramos podido conversar con un solo nativo en Sahara porque ¨¦stos ?ten¨ªan miedo del ocupante y se hallaban discriminados?.
Salek, el inquilino, dirige sus ojillos hacia los intrusos y, despu¨¦s de afirmar que se siente satisfecho de recibirnos, responde en hassania a nuestras preguntas, traducidas por uno de los marroqu¨ªes. Durante ese di¨¢logo improvisado nos dir¨¢ que dos de sus hijos han desaparecido y que imagina que han ido a engrosar las filas del Polisario. ?Hace dos a?os y medio -dice- lleg¨® un grupo de argelinos, instalaron sus tiendas, trajeron dos coches grandes y raptaron a una parte de la poblaci¨®n ... ?
-?C¨®mo sabe usted que eran argelinos? ?Los vio personalmente?
-Yo no los vi. Dijeron que ven¨ªan de Tinduf y mataron a 160 personas. Nadie se pod¨ªa escapar y nos dec¨ªan por radio que los marroqu¨ªes se comer¨ªan a los saharauis.
-?Qui¨¦n les dijo que eran argelinos?
-Yo no estaba presente. Llegaron antes que las autoridades marroqu¨ªes y se llevaron por la fuerza a una parte de los habitantes. Algunos se escaparon y nos dijeron que eran argelinos.
-?D¨®nde cree usted que est¨¢n ahora sus hijos?
-Con el Polisario.
-?Entiende usted el espa?ol?
Salek interroga a nuestro traductor marroqu¨ª y no responde. Abdallah, nuestro acompa?ante obligado desde El Aai¨²n, responde: ?No lo entiende.?
Salvaguardar la soberan¨ªa
El gobernador Haddad nos acompa?a personalmente hasta el helic¨®ptero que nos llevar¨¢ de regreso a El Aai¨²n. Durante el recorrido hasta el aeropuerto nos asegura que la acci¨®n del Ej¨¦rcito marroqu¨ª no consiste solamente en salvaguardar la soberan¨ªa de los ?territorios recuperados?, sino en participar en el desarrollo social y econ¨®mico. A nuestras preguntas nos responder¨¢ que fue condenado a muerte en 1954 por haber luchado en favor de la independencia de Marruecos.
Las autoridades marroqu¨ªes estiman que es inadecuado hablar de autodeterminaci¨®n del pueblo saharaui en la medida en que su representante oficial, la Jemaa, se pronunci¨® por la ?marroquinidad? de las provincias. El hecho de que la propia Jemaa se disolver¨¢ voluntariamente en Guelta-Zemur se atribuye a las presiones que habr¨ªan efectuado las autoridades argelinas para impedir la anexi¨®n del territorio.
Ahmed Uld el Bachir, presidente del Consejo Municipal de El Aai¨²n, y uno de los cinco procuradores en Cortes saharauis, nos dio su versi¨®n personal de lo ocurrido, narrando la entrevista que efectuara en Argel con el presidente Huari Bumedian, en 1975.
-Entre saharauis -dice- no hab¨ªa acuerdo alguno. Cerca del 50% se declaraba marroqu¨ª; un 20%, neutrales, y el resto, argelinos. Yo era int¨¦rprete de los dem¨¢s procuradores y no quer¨ªamos que se derramara sangre a ning¨²n precio. El 25 de septiembre de 1975 llegamos a Madrid, donde nos entrevistamos con el embajador argelino, quien nos ofreci¨® ayuda, pero no llegamos a un acuerdo. Le dijimos que un pueblo no pod¨ªa ser dirigido por un grupo de j¨®venes polisarios, que la direcci¨®n del mismo deb¨ªa correr a cargo de los viejos. En octubre vino Juan Carlos a El Aai¨²n y ley¨® su discurso. Por la noche me llam¨® el general Salazar y me dijo: ?Que el pueblo no se asuste, la marcha verde volver¨¢ a Rabat. El 25 de noviembre vendr¨¢n dos gobernadores de Rabat y Nuackchott, pero debes echarme una mano para que estos j¨®venes no se vayan a Argelia, que luego se pierden.?
Un sahara particular
Seg¨²n Bachir, ¨¦ste no pudo asistir a la reuni¨® de Gutela-Zemur por haber sido interceptado a veinticinco kil¨®metros de esta localidad por una patrulla militar que le condujo a Mahbes y posteriormente a Argel.
-Bumedian me dijo que el Sahara y Argelia eran una misma naci¨®n y que no permitir¨ªan que Marruecos penetrara all¨ª y aumentara su influencia...
?La verdad va hacia Dios?, agrega Bachir, parafraseando la frase cor¨¢nica, rechazando de plano la idea de que pueda haberse ?vendido? a los marrou¨ªes, como se rumorea en El Aai¨²n, o que se convirtiera en un borracho empedernido como nos afirmaron otros saharauis que pudimos entrevistar, corroborando las propias afirmaciones de los espa?oles que entrevistamos en la Casa de Espa?a. Lo cierto es que Bachir sale rara mente de su despacho situado en la propia sede del Gobierno Civil y que sus : afirmaciones en el sentido de permitirse el desplazarse fuera de El Aa¨²n cuando le viene en gana produjeron enormes rias en nuestros interlocutoires.
Los tres pasaportes del antiguo prorcurador, uno espa?ol, otro marroqu¨ª y otro diplom¨¢tico del reino alauita, siguen vigentes. El presidente del Consejo Municipal nos los muestra con gestos nerviosos y afirma que, en buena lid isl¨¢mica, incluso si el Polisarlo tuviera raz¨®n, ?; c¨®mo podr¨ªan gobernar el Sahara un grupo de j¨®venes que ni siquiera cursaron el bachillerato?? ?Todos los polisarios son marroqu¨ªes -a?ade- Sayed Mustapha naci¨® en Tan-Tan; El Uali nunca pis¨® el Sahara occidental; Bukhari s¨®lo hace seis meses que se incorpor¨® al m¨®vimiento; Salek uld Salek estudi¨® en Marruecos y Mohamed Abdelaziz, est¨¢ casado con una argelina. El padre de Omar Mansur es miembro de Ia asamblea regional marroqu¨ª y reside en El Aai¨²n, despu¨¦s de haber firmado el acuerdo tripartito; su, t¨ªo es concejal de Tan-Tan y un hermano de Mohamed Lamine es jalifa de El Aai¨²n. Me dan pena estos muchachos.?
Bachir agita todav¨ªa sus manos fren¨¦ticamente al despedirnos y tenemos la impresi¨®n de que entre las paredes de su despacho reside todav¨ªa el espectro de un Sahara particular que no corresponde a la realidad vivida y observada durante nuestra estancia en El Aai¨²n. J¨®venes, letrados o no, el Polisario es una especie de tabla de salvaci¨®n contra la ominosa presencia de Marruecos. Los saharauis, al referirnos sus torturas: colgados por los pies, con la columna vertebral rota a patadas, como nos indicara un joven encontrado una tarde en la Casa de Espa?a, expresan su repudio: ?No somos marroqu¨ªes ni mauritanos.? La frase nos recuerda otras o¨ªdas en los campos de refugiados de Tinduf, con el mismo apasionado acento e id¨¦ntica rabia. La lucha del pueblo saharaui parece incomensurable como las arenas del desierto...
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