Placer y poder
La idea de que con el poder todo se obtiene es tan antigua como elemental. Pero es falsa, seg¨²n ya han advertido muchos fil¨®sofos y moralistas. Porque el poder no puede dar juventud, belleza, gracia y otras cualidades que pueden tener personas sin poder alguno: esclavas, odaliscas y gentes del com¨²n, por las que en un momento acaso querr¨ªa cambiarse la reina absoluta o el tirano lleno de mandos. Sin embargo, la idea de que hasta el placer se rige por el poder no s¨®lo tiene partidarios, sino tambi¨¦n teorizantes.Un disc¨ªpulo de Plat¨®n, Her¨¢clides P¨®ntico, escribi¨® cierto tratado acerca del placer, en el que defend¨ªa la tesis de que los goces (le la vida, el lujo, la voluptuosidad y hasta algo m¨¢s que ¨¦sta, eran cosas reservadas, como derecho, a las clases gobernantes, mientras que para los pobres, esclavos, etc¨¦tera, quedaban el trabajo y los padecimientos. Invirtiendo la tesis del sabio griego se puede llegar a desear lo que expresaba una canci¨®n, con m¨²sica del ?chivir¨ª? que se o¨ªa en Madrid, all¨¢ por los ¨²ltimos tiempos de la Rep¨²blica, que dec¨ªa:
?iCuando querr¨¢ el Dios del cielo/ que la tortilla se vuelva:/ que los pobres coman pan/ y los ricos coman m... ! ?
M¨¢s discreto que estas dos posturas es considerar que todos podemos comer pan y gozar de algunas voluptuosidades. Es claro que no existe monopolio de ¨¦stas por las clases dominantes y gobernantes, dado que, por ejemplo, los comen peor, en efecto, que los ricos, pero dedican sus horitas a la cohabitaci¨®n y a¨²n a la fornicaci¨®n y pueden ser campeones de chotis o de tango si se tercia.
El placer que da el poder es cosa compleja, seg¨²n tambi¨¦n sab¨ªan los antiguos, y el modo de administrar, concebir y practicar los placeres que dan los poderes var¨ªa por diferencias de car¨¢cter de los poderosos.
Hace a?os me contaban de un aut¨®crata del d¨ªa que, estando en el jard¨ªn de un hotel, de paso, se le acerc¨® el maitre y le pregunt¨® qu¨¦ quer¨ªa comer. El aut¨®crata contemplaba gozoso c¨®mo com¨ªa un pollito. Y con voz tierna y aflautada, se?al¨¢ndolo con el dedo, dijo: ?Este animalito, este animalito?. El capricho revela, sin duda, algo. Pero hay que confesar que los aut¨®cratas antiguos hac¨ªan ejercicios de imaginaci¨®n m¨¢s fuertes para utilizar el poder y obtener del mismo raros placeres. La historia del emperador Heliog¨¢balo escrita por Lampridio dice, por ejemplo, que aquel joven extra?o ten¨ªa caprichos como el de cenar con ocho personas con un rasgo caracter¨ªstico o un mismo defecto. Y as¨ª -por eso-, hasta que no le reun¨ªan ocho calvos el ni?o no estaba tranquilo y no cenaba a gusto. Para sacar voluptuosidad de esto hay que tener una complexi¨®n rara, sin duda alguna.
Otras historias antiguas nos hablan del ejercicio del placer para satisfacer deseos m¨¢s complicados a¨²n, y tambi¨¦n de deseos frustrados, como el de Cal¨ªgula, que hubiera querido que el Imperio Romano en conjunto tuviera una sola cabeza... para cort¨¢rsela. Esto hubiera sido llevar el principio de Her¨¢clides P¨®ntico a sus ¨²ltimas consecuencias. Los hombres con mando modernos no aspiran nunca a tanto. Ni a mucho menos.
En efecto, si se imagina uno a un centuri¨®n apurado recorriendo las calles de Roma para encontrar a ocho calvos y satisfacer .al due?o, si podemos representarnos a Ner¨®n contemplando el incendio de Roma, lira en mano, estremecido de voluptuosidad, no nos imaginamos al jefe de la casa civil o militar de un aut¨®crata de hoy recorriendo las calles de una capital en busca de cojos, tuertos o jorobados, ni a un ministro de Obras P¨²blicas ta?endo un instrumento mientras a golpe de piquete se deshace un bloque de cemento. Los tiempos no permiten ciertos placeres. Las clases gobernantes se hallan coartadas. Her¨¢clides P¨®ntico lo lamentar¨ªa: con un pollito basta para demostrar que es uno sanguinario, caprichoso y poderoso a la par. Los hombres con poder o con parte de poder m¨¢s democr¨¢ticamente re partido lo utilizan para proporcionarse otros placeres. Uno de ellos es, por ejemplo, verse retratado en muchas revistas y peri¨®dicos. Otro es el de viajar a costa del Estado. Otro el de decir vaciedades que se reproducen como si fueran frases de Arist¨®teles. De todo esto s¨ª se sacan placeres: placeres que, en mayor grado, puede tener el presidente anciano, el sumo sacerdote valetudinario, el mariscal reum¨¢tico, que no ser¨¢n capaces, como s¨ª lo han sido algunos sabios letrados, de desear tener la figura de un camarero en forma o la de un pisaverde ligero de movimientos y de ideas. No. Her¨¢clides P¨®ntico no ten¨ªa raz¨®n. El placer es cosa corta, ef¨ªmera, que se da del modo m¨¢s insospechado. S¨®lo exagerando al extremo las ideas de clase en un sentido u otro se puede llegar a pensar que se relaciona con el ejercicio del poder. En el hospital de mi pueblo hab¨ªa, hace a?os, una mujer algo dada al vino y que tascaba impaciente el freno que le pon¨ªa una madre superiora autoritaria. Un d¨ªa que estaba yo d e visita, en un aparte, se?al¨¢ndome a la monja me dijo: ?S¨ª ¨¦stas ya mandan. Pero tambi¨¦n se mueren, como nosotras.? Y el poder lo ¨²nico que da es placer de mandar. Pero el que manda tambi¨¦n se muere, como dec¨ªa mi vecina la beoda.
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