Claves para un largo viaje
?Por qu¨¦ ese viaje a China? Esta, es, quiz¨¢, la pregunta final que muchos se har¨¢n al finalizar la visita oficial del Rey de Espa?a a esta Rep¨²blica Popular. Un viaje, sin duda interesante aunque no tan trascendental como los pro mao¨ªstas espa?oles quisieran se?alar entre otras cosas porque el mao¨ªsmo es ahora algo de incierto futuro en este pa¨ªs: un viaje, en cualquier caso, ins¨®lito y sorprendente el primero que don Juan Carlos realiza a un pa¨ªs comunista y el primero tambi¨¦n que trae a un Jefe de Estado espa?ol hasta el antiguo imperio del centro.El contenido virtual de la visita, propiamente hablando, acab¨® en Pek¨ªn hace tres d¨ªas con el t¨¦rmino de las conversaciones pol¨ªticas y la firma de los acuerdos comercial y a¨¦reos Huang Chow y Shanghai fueron las ¨²ltimas etapas. Hoy la misi¨®n de Estado espa?ola estar¨¢ en Bagdad. y el viernes, a media tarde, llegar¨¢ a Madrid. El viaje, agotado, ha terminado en cenas de confraternizaci¨®n y promesas de estrechamiento de relaciones. Pero, en definitiva , una vez m¨¢s hay que preguntarse qu¨¦ es lo que ha tra¨ªdo a China al Rey de Espa?a.
Esta es, se ha dicho, una visita pol¨ªtica, y como tal ha sido planeada. Comercialmente las expectativas con este pa¨ªs son a corto y medio plazo m¨¢s que limitadas y no justificar¨ªan en ning¨²n caso movilizar en su apoyo a la primera magistratura de nuestra naci¨®n. Cultural e hist¨®ricamente los lazos entre ambos pa¨ªses son d¨¦biles y dif¨ªciles de mantener. Pol¨ªticamente no existen ni han existido problemas bilaterales a resolver. Y, sin embargo, debe haber razones poderosas que avalen semejante esfuerzo de personas y medios. Probablemente la primera de todas ellas es la imagen interior e internacional de un r¨¦gimen que nace. Una visita del Rey a China desvanece las dudas sobre la capacidad de acci¨®n de la Monarqu¨ªa espa?ola en el concierto internacional y consolida la figura de don Juan Carlos, en un marco de modernidad y de futuro. China es, por m¨¢s que les pese a los a?orantes del mandarinismo, tan bien representados en nuestro pa¨ªs por los herederos de la reciente dinast¨ªa franquista, una naci¨®n resucitada desde el triunfo de la revoluci¨®n maoista.
Ya s¨¦ que muchos van a mesar discretamente sus canas con esta aseveraci¨®n, pero no importa. No se puede juzgar a los pa¨ªses sin analizar su historia. Sin duda el r¨¦gimen de la actual China padece de los defectos y las lacras de las sociedades totalitarias, pero hay que estar muy ciego para no apreciar c¨®mo en el curso de pocos a?os, este pa¨ªs milenario y superpoblado est¨¢ pugnando con ¨¦xito por autotrasladarse desde el feudalismo a la era at¨®mica.
Y hoy tiene (al menos parece que la tiene) la suficiente humildad como para admitir que necesita a¨²n un tiempo de transformaciones que le permitan recuperarse antes de emprender lo que sus dirigentes llaman, vehementemente, ?la hist¨®rica misi¨®n que le compete?. Es in¨²til criticar la China moderna sin ser conscientes de sus or¨ªgenes. El esfuerzo tit¨¢nico que este pa¨ªs est¨¢ haciendo merece, cuando menos, el respeto y el reconocimiento ajenos.
Una naci¨®n as¨ª, en per¨ªodo de grandes transformaciones, con la estrella roja sobre su emblema y la a?oranza vital de la extrema izquierda europea gravitando en tomo suyo, es adem¨¢s la escala menos comprometedora, a corto plazo, en la pol¨ªtica interior espa?ola, cuando de lo que se trataba era de hacer una visita de Estado a un pa¨ªs socialista. A cambio de casi ninguna complicaci¨®n se pueden obtener bastantes rentabilidades para nuestro r¨¦gimen democr¨¢tico de nuevo cu?o. Porque, a la postre, estamos suficientemente lejos en el plano ideol¨®gico y lo bastante distanciados en el estrat¨¦gico para que ning¨²n malentendido pueda producirse.
Pero reducir todo a una cuesti¨®n de imagen resultar¨ªa mezquino. La presencia de don Juan Carlos en Pek¨ªn ha tenido ecos y resonancias que enlazan directamente con las grandes cuestiones del actual panorama internacional. Espa?a que es una potencia de rango medio, tiene derecho a ejercer una activa pol¨ªtica en el exterior sin necesidad de ser siempre y en todo subsidiaria de alguien. Ser¨ªa una ridiculez no admitir que el nuestro es un pa¨ªs inserto en el mundo occidental, ligado a ¨¦l con compromisos de todo tipo y defensor hoy de los sistemas de vida y convivencia equiparables a esa zona del mundo. Pero es preciso salir de la ruin dependencia exterior en que sumi¨® la dictadura a nuestro pueblo y tomar la iniciativa diplom¨¢tica por modesta y acoplada a nuestras propias limitaciones que tenga que ser. En este sentido, al margen toda intenci¨®n t¨®pica, nuestros lazos con Am¨¦rica Latina, nuestra ubicaci¨®n estrat¨¦gica y la propia condici¨®n de nuestro desarrollo permiten que nos sintamos con derecho a jugar alg¨²n tipo de papel respecto al Tercer Mundo. Y, sin duda alguna, China, que atraviesa en estos momentos serias dificultades en su identidad hist¨®rica pol¨ªtica, ha sido y est¨¢ llamada a ser la gran naci¨®n l¨ªder de esos pa¨ªses. Una pol¨ªtica exterior as¨ª, como que no hemos tenido hasta ahora exige acciones a medio y largo plazo. Y desde este punto de vista s¨ª tiene una explicaci¨®n razonable y nada abstrusa el periplo del Rey.
Lo importante es que la tarea iniciada con ¨¦l venga seguida de una continuidad suficiente. Nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores padece ahora una preocupaci¨®n casi obsesiva cara a la conferencia de Jartum y la llamada ?cuesti¨®n canaria?. No se debe entender, sin embargo, que la visita de Su Majestad a este pa¨ªs tenga relaci¨®n alguna con ese contencioso. Todo indica que el viaje estaba programado desde hace mucho tiempo, mucho antes de que las dificultades en Africa aumentaran el dolor de cabeza de nuestros diplom¨¢ticos. Eso no significa que el tema no haya salido en las conversaciones de Pek¨ªn, ni que ¨¦stas no pueden tener alg¨²n valor de influencia sobre terceros pa¨ªses. Pero ser¨ªa siempre de manera indirecta y probablemente de resultados m¨ªnimos. Jartum es, quiz¨¢, a corto plazo, una causa perdida. Lo que sucede es que no es una causa importante. Importante es, en cambio, garantizar la presencia espa?ola en el concierto internacional en situaci¨®n de dignidad e independencia.
Por lo dem¨¢s, qu¨¦ duda cabe que este viaje complace enormemente a Estados Unidos y ha de irritar l¨®gicamente a la Uni¨®n Sovi¨¦tica, pese al cuidado exquisito que el ministro Oreja y toda la misi¨®n espa?ola han tenido en no herir lo sentimientos de Mosc¨² a este respecto, a fin de no empeorar las parvas relaciones que mantenemos con ellos.
A la postre toda la posici¨®n china en cuestiones internacionales parte de un antisovietismo radical. Los discursos en las cenas oficiales ofrecidas a don Juan Carlos, los editoriales de los peri¨®dicos y los carteles de bienvenida han estado aqu¨ª salpicados de reticencias frente a las llamadas ?potencias hegemonistas?, y muy particularmente frente a lo que los chinos llaman el ?socialimperialismo de la Uni¨®n Sovi¨¦tica?. Ello, unido al hecho de que se vislumbran mejoras evidentes en las relaciones Washington-Pek¨ªn, hasta el punto de que ya se escribe en la prensa internacional de un pr¨®ximo reconocimiento diplom¨¢tico de la Rep¨²blica Popular por parte de Estados Unidos, puede aumentar el nivel de suspicacias y especulaciones. Visitas como la del Rey de Espa?a ayudan, en cierta medida, al Gobierno americano a capear la tormenta de opini¨®n que se le vendr¨ªa encima desde el Congreso si una decisi¨®n como la apuntada se produce en los primeros meses de 1979, como muy tarde. Un mayor contacto directo de China con otras naciones occidentales facilitar¨¢ este reconocimiento.
Pero, a la postre, ni debe ni puede deducirse nada de todo esto respecto a las relaciones bilaterales de nuestro pa¨ªs con la Uni¨®n Sovi¨¦tica. que han de salir antes o despu¨¦s del pantano en que se encuentran.
Y este es, pienso, el significado m¨¢s atrayente del viaje real: la posibilidad de establecer un nuevo marco de relaciones internacionales en las que nuestro pa¨ªs, sin voluntades de imperio ni complejos de inferioridad, encuentre el lugar adecuado y justo que le pertenece. El de una naci¨®n europea, con muchos siglos de historia y una larga y continuada lucha a sus espaldas por la conquista de las libertades y la mejora del nivel de vida de sus ciudadanos.
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