El enfrentamiento postconciliar
En mis ¨²ltimas meditaciones -causa de un libro- me di cuenta c¨®mo el gran problema de nuestra hora es la relaci¨®n de eso tan tra¨ªdo y llevado que llaman el sentido social con el otro de religi¨®n, esto es, del entronque de la justicia con la caridad. El nexo entre esos dos planos es el punto neur¨¢lgico para entender las tensiones y dificultades en que se debate la Iglesia actualmente. En el que se combaten las enfrentadas especies de cristianos que la forman.En una intervi¨² para Ecelesia trat¨¦ de remontar el fen¨®meno inicial y desencadenante de semejante penosa negatividad. Si Cristo ha venido a la tierra para anunciarnos su buena nueva, el cristiano es su retransmisor y su tarea ha de consistir en ser, el mismo, en su persona, el nuncio del amor de Dios entre los hermanos, el propio heraldo del Evangelio. De ah¨ª su constitutiva ?apertura?, su vuelco hacia todos los males sufridos por los seres, a escala individual o a escala colectiva. Sin embargo, para desventura de nuestra religi¨®n, no ha resultado as¨ª: los m¨¢s ?f¨ªeles? y p¨²blicamente adictos a la Iglesia han sido, por, el contrario, los temperamentalmente m¨¢s cerrados y conservadores (de sus ventajas), los menos generosos. Falseamiento profundo que denota que algo muy fundamental ha fallado en el cristianismo. ??Por qu¨¦, preguntaba yo, se dicen m¨¢s de la Iglesia justamente los menos generosos?? Esta insistencia m¨ªa muestra la importancia relevante que concedo a tan chocante contrasentido... que a nadie choca, Con el agravante de que los que tengo catalogados como ?los catolicones de marca mayor? -imponentes en sus aires de cristiandad retardada- son todav¨ªa, en gran medida, los predilectos de sacrist¨ªas y salones episcopales.
Por otra parte, entiendo que esta falta de coherencia o consistencia cristiana es la que da pie y es origen de la ofuscaci¨®n que aqueja a los ?otros?, a los de la ola secularizante de hoy: no percatarse del car¨¢cter cismundano propio de la justicia, de sus fronteras esencialmente terrenales. Podemos caer en la cuenta de ello si reflexionamos -grosso, grossissimo modo- de que el cristianismo hace dos milenios nos revel¨® el portento de la caridad, mientras que, mucho m¨¢s tarde, con la revoluci¨®n francesa y el desarrobio de la industrializaci¨®n, fue el ate¨ªsmo el que nos descubri¨® el sentido social y, sus complicaciones. Ello explica la diferencia de planos y de que nos haga falta recurrir a Cristo, como es mi lema, para saber de justicia: ella es noble pero natural. M¨¢s a¨²n, de que en este ¨¢mbito la invocaci¨®n a Cristo pueda generar un sutil y confusionante malentendido: dar importancia religiosa a lo que por s¨ª solo no es de orden religioso. Este malentendido es causa de que los flamantes cristianos enfrascados hasta los ojos en el quehacer ?revoluciortario? y pol¨ªtico del d¨ªa corran el solapado riesgo de quedarse ayunos de toda aut¨¦ntica religiosidad. De que su ?socialismo? contenga muy pocos quilates de efectiva caridad.
Ahora bien, si partimos de esta ¨²ltima, descubrimos a nuestro turno que por causa de la complexificaci¨®n y diversificaci¨®n creciente de la ¨¦poca, la religiosidad que no acompa?a los valores sociales, que no est¨¢ asentada en ellos como en su base humana, carece cada vez m¨¢s de validez. Ello proviene de que el orden caritativo obrando por s¨ª solo cae invenciblemente en el defecto del paternalismo. Eso tumbi¨¦n es cierto. En este grado de evoluci¨®n, todo es asunto de complejidad y ?jerarqu¨ªa; mientras no reconozcamos ¨¦stas y las atendamos debidamente, cualquiera que sea el bando a que pertenezcamos, andaremos errados.
En unas condiciones nada m¨¢s f¨¢cil que el despiste. Ello resalt¨® de una forma especial en las jornadas de un ?encuentro? organizado a principios de a?o entre creyentes y no creyentes ?modernos?. Mi intervenci¨®n fue brev¨ªsima: s¨®lo intent¨¦ someter a la docta asamblea un dato muy simple pero que me parec¨ªa hasto significativo. Antiguamente, dije, cuando se quer¨ªa manifestar la profundidad de la propia fe, se ?entraba? en la cartuja, hoy, en cambio, ?se ?entra? en el Partido Comunista! Con la particularidad, adem¨¢s, de que los cristianos de esta m¨ªstica dan la sensaci¨®n de haber alcanzado de golpe por el mero hecho de ese mismo ingreso, un rango preeminente espiritual que nadie les puede disputar. Al igual, recalqu¨¦, que los, supertaca?ones respecto de los simples taca?ones, ellos, respecto de los cristianos usuales, aparecen o se figuran los supercristianos. No a?ad¨ª m¨¢s. Si tratamos de entender esta, a primera vista sorprendente convicci¨®n de superioridad, nos daremos cuenta de que ella es un originario mencionado al comienzo; as¨ª, la carencia de sentido social de los tradicionales es causa de que los secularizantes de ahora se sientan comparativamente los poseedores del pleno esp¨ªritu evang¨¦lico, de su despliegue real; de ah¨ª su errado aplomo.
En el ingente proceso de secularizaci¨®n en curso, los representantes de las dos formas parciales, y por parciales defectuosas, de ser cristiano, est¨¢n aherrojados en un formidable clinch, dicho sea en t¨¦rminos box¨ªsticos, de percusi¨®n y repercusiones mutuas. Este infecundo combate intestino es el nudo gordiano paralizante que hay que desatar a toda costa. Pero estoy convencida de que el ¨²nico capaz de conseguirlo es el nuevo cristiano plenario, el que es mi hombre, mi bautizado. El que est¨¢ todav¨ªa por realizarse entre nosotros. Aguardemos, pues, el advenimiento de este vigoroso libertador que nos debe franquear un nuevo tiempo del esp¨ªritu. Hag¨¢moslo, como dice la escritura, ?con gemidos de parto ?.
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