Una pol¨ªtica exterior de prop¨®sitos
(Comisi¨®n Internacional del PSOE)
El presente comentario ha sido escrito escasos d¨ªas antes de la reuni¨®n cumbre de la OUA, en Jartum, Sud¨¢n, que tratar¨¢, entre otros, el tema de la ?africanidad? de las islas Canarias. Ha sido redactado con independencia del resultado de Jartum, porque lo que trata es denunciar la falta de pol¨ªtica exterior del Gobierno Su¨¢rez para con el continente africano. Aparte de lo que ocurra el 18 de julio en la citada capital ¨¢rabe -favorable o perjudicial para los intereses de Espa?a- la actitud del Gobierno Su¨¢rez hacia Africa puede resumirse en el consabido ?acordarse de Santa B¨¢rbara cuando truena?.
Las l¨ªneas que siguen parten, por supuesto, de que la pretensi¨®n de la OUA es absurda, pero quieren demostrar que tal pretensi¨®n est¨¢ basada en la ausencia de unas adecuadas relaciones exterior es espa?olas en Africa, explicando algunas de las principales carencias de nuestra pol¨ªtica internacional. Hay que explicar porqu¨¦ y c¨®mo se ha llegado a la ins¨®lita situaci¨®n de que en el momento presente la mayor¨ªa de la OUA exprese una hostilidad formal hacia Espa?a.
La explicaci¨®n aparentemente m¨¢s plausible de esta actitud es la casi total ausencia de pol¨ªtica africana de este Gobierno y de los que le han precedido. Alguna pol¨ªtica ha habido, pero se ha tratado de una pol¨ªtica alicorta, limitada pr¨¢cticamente al Magreb y siguiendo las m¨¢s de las veces opciones equivocadas.
Nadie puede pretender -ni falta que nos hace- que tengamos una pol¨ªtica africana semejante a la de las superpotencias, con sus intereses y estrategias globales, o a la de aquellas potencias (Gran Breta?a, Francia) que lograron las mejores ?tajadas? en el reparto colonial. Pero ah¨ª est¨¢ la pol¨ªtica africana en todas sus vertientes de pa¨ªses mucho menos ?africanos? que Espa?a, como los escandinavos, Holanda, Italia, por no hablar de los mism¨ªsimos Jap¨®n o Rep¨²blica Federal de Alemania.
Africa es mucho m¨¢s que la caricatura que algunos, fr¨ªvolamente, suelen trazar. Africa no es s¨®lo un continente frustrado y desgarrado por enfrentamientos tribales (en la mayor¨ªa de las ocasiones resultado del monstruoso reparto colonial o azuzados por las potencias coloniales o neocoloniales); no es s¨®lo un continente que lucha con palabras contra la dominaci¨®n extranjera (Argelia, Angola, Mozambique, Guinea Bissau, Zimbabwe, Namibia... demuestran que no se ha luchado, ni se lucha, ¨²nicamente con palabras); no es s¨®lo un continente que ha permitido el exterminio de Biafra (pero que tambi¨¦n ha permitido una ejemplar reconciliaci¨®n nacional reci¨¦n concluidas largas y cruentas gue rras civiles como las de Nigeria o Sud¨¢n); no es s¨®lo un continente que no se pronuncia contra las dictaduras sanguinarias de Bokassa, Am¨ªn o Mac¨ªas (?se ha pronuncia do el Gobierno espa?ol sobre las de Pinochet, Videla o Somoza?)... Africa es un continente que ha es tado sometido al m¨¢s brutal de los colonialismos y que a¨²n se debate en una pugna, en parte interna, en parte alentada desde el exterior, entre pa¨ªses que a duras penas tra tan de ganar su independencia econ¨®mica.
En Africa occidental, ¨¢rea que por razones hist¨®ricas y geopol¨ªticas toca m¨¢s de cerca a nuestro pa¨ªs, se habla de un eje Rabat -Nuachot - Dakar - Abidjan - Libreville, cuyo motor estar¨ªa en Par¨ªs. Despu¨¦s de la vergonzante entrega del Sahara a los dos primeros pa¨ªses del eje, ?c¨®mo se explica que la pol¨ªtica del Gobierno espa?ol se limitara pr¨¢cticamente a coqueteos con Senegal y Gab¨®n, integrantes del eje neocolonizado? ?Ser¨¢ casualidad que hayan sido los pa¨ªses rivales de Senegal y Gab¨®n quienes han estado, al parecer, detr¨¢s de las iniciales recomendaciones de la OUA sobre Canarias? ?De qu¨¦ ha servido ese torpe alineamiento por ef¨ªmero y superficial que pudiera ser? Una de las empresas de la pol¨ªtica neocolonial giscardiana -esta vez en Africa oriental- que ha concitado la condena un¨¢nime de los pa¨ªses africanos es el desmembramiento de las islas Combras y la subsiguiente separaci¨®n de la isla Mayotte. Empresa que el Gobierno espa?ol ha apoyado.
Finalmente, sobre los candentes problemas de Africa meridional (Sur¨¢frica, Rodesia, Namibia) que tambi¨¦n unifican, al menos formalmente, al Africa independiente, ?cu¨¢l es la pol¨ªtica activa del Gobierno espa?ol? ?Se ha concedico ayuda, no militar, pero s¨ª moral y material, como hacen otros pa¨ªses occidentales, a los movimientos de liberaci¨®n o a las v¨ªctimas de los reg¨ªmenes racistas? ?Se contribuye con un s¨®lo d¨®lar a los diversos fondos de las Naciones Unidas para el Africa meridional? ?Se hace alguna aportaci¨®n, por cauces bilaterales o multilaterales, a los diversos programas de asistencia a los pa¨ªses africanos m¨¢s desfavorecidos?
En definitiva, vemos que unas err¨®neas opciones unidas a una falta de sensibilidad hacia los problemas africanos m¨¢s acuciantes generan la hostilidad de unos, la indiferencia de otros y -lo que puede ser m¨¢s grave- la ausencia de resortes con los que enderezar una situaci¨®n que se nos ha puesto dif¨ªcil.
Con respecto a Argelia, tampoco se trata dejustificar la actitud intolerable de su Gobierno en el tema de Canarias. Pero hay que encontrar una explicaci¨®n: la entrega del Sahara a Marruecos y Mauritania, que acarre¨® el desequilibrio y la desestabilizaci¨®n de la zona, fue parte de una operaci¨®n de mayor envergadura que socav¨® el prestigio del r¨¦gimen de Bumedian y el liderazgo argelino a los pa¨ªses no alineados, liderazgo que resultaba cada vez m¨¢s inc¨®modo a las potencias occidentales -y en menor medida, tambi¨¦n a la superpotencia oriental- en una serie de cuestiones, tales como la OPEP, ?nuevo orden econ¨®mico internacional?, Conferencia Norte-Sur, etc¨¦tera. Argelia, que siempre ha considerado los acuerdos de Madrid, de noviembre de 1975, como una ?pu?alada por la espalda?, decidi¨® utilizar a fondo una baza barata -Antonio Cubillo- que ya ten¨ªa en sus manos con anterioridad y con la que puede golpear a Espa?a con relativa facilidad. Otra cuesti¨®n ser¨ªa analizar si esta pol¨ªtica, incluso desde la ¨®ptica argelina, es acertada o m¨¢s bien contraproducente, as¨ª como la parte de responsabilidad que a Argelia le cupo en todo el proceso que condujo a los llamados Acuerdos de Madrid.
En todo caso, si el Gobierno espa?ol quiere restaurar los puentes rotos con Argelia parece obvio que la pol¨ªtica seguida hasta ahora no es la acertada: ambig¨¹edad en el tema del Sahara, venta de armas a Marruecos y Mauritania (los contratos, no sabemos si las entregas tambi¨¦n, no se interrumpieron hasta el verano pasado, seg¨²n ha reconocido el propio Gobierno), notas en lenguaje de ultimatum no acompa?adas de la voluntad de ruptur¨¢ de relaciones diplom¨¢ticas, ratificaci¨®n del acuerdo pesquero con Marruecos, que supone el reconocimiento impl¨ªcito de su soberan¨ªa sobre el Sahara, etc¨¦tera.
As¨ª, pues, las tormentosas relaciones con Argelia marcan otro hito, no el ¨²nico (recu¨¦rdense, por ejemplo, los apresamientos de pescadores por el Frente Polisario o por las autoridades angole?as) en la impotencia del Ministerio de Asuntos Exteriores. No ser¨ªa, sin embargo, justo atribuir todos los errores y carencias de pol¨ªtica africana al Gobierno actual. En gran medida son imputables al r¨¦g¨ªmen anterior. Pero es necesario y urgente que el Gobierno tome conciencia de su continuismo en muchos de esos errores y carencias. Cuando se quiere eludir la autocr¨ªtica, es frecuente recurrir a las simplificaciones o a la b¨²squeda de chivos expiatorios.
No se trata, cuando se est¨¢ al borde del precipicio o con la espada de Damocles sobre la cabeza, de arbitrar a toda prisa una, pretendidamente, espectacular (pero vac¨ªa de contenido) ?ofensiva africana?. No sirven -si no est¨¢n s¨®lidamente sustentadas durante un tiempo razonable en una actitud coherente- misiones del Parlamento o del ministro de Asuntos Exteriores a Africa. Las ?buenas intenciones? de ¨²ltima hora, se quedan en eso. Por ahora, en ¨¦ste como en otros. temas, la pol¨ªtica exterior espa?ola sigue qued¨¢ndose en una pol¨ªtica de prop¨®sitos. Independientemente de lo que suceda en Jartum, los socialistas deben prepararse para convertir esa pgl¨ªtica de intenciones y prop¨®sitos en otra de principios y realidades.
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