Del figur¨®n al figur¨ªn
Hace d¨ªas una selecci¨®n de periodistas derrot¨® a otra de diputados en un brillante partido de f¨²tbol que se celebr¨® con el fausto motivo de haberse terminado las tareas constitucionales. Signo de los tiempos y s¨ªmbolo que viene a indicar la fuerza superior de la prensa en la vida p¨²blica. El pol¨ªtico no puede vivir sin peri¨®dicos. El peri¨®dico s¨ª podr¨ªa vivir sin el pol¨ªtico. En todo caso, el que meti¨® m¨¢s goles en el partido pasado fue el equipo de periodistas.Esto por un lado. Por otro, he aqu¨ª una nueva imagen del pol¨ªtico, que no tiene nada que ver con las de Maquiavelo, Graci¨¢n o Azor¨ªn. El pol¨ªtico utilizando el f¨²tbol como complemento a otros actos de propaganda.
Todos recordamos el papel que se dio en las elecciones a los retratos de dos jefes de grupo o partido y las discusiones que hab¨ªa en las plazuelas y mercadillos entre mujeres, solteras y casadas, acerca de cu¨¢l de los dos era m¨¢s guapo y ?por ende? (como hubiera dicho un senador del tiempo de don Francisco Silvela) a cu¨¢l de los dos se deb¨ªa votar. La discusi¨®n pod¨ªa haber dado argumentos a un severo constitucionalista de anta?o para negar el voto a las se?oras. Hoy es distinto. Hoy los senadores no dicen ?por ende?, ni ?esto no empece?, ni usan de otras formas de expresi¨®n m¨¢s o menos castizas, m¨¢s o menos arcaizantes, en sus discursos. Lo que es probable que hagan, a la vista del ejemplo dado, es jugar al baloncesto, como deporte que queda en un grado ligeramente inferior al f¨²tbol en la escala de los deportes. Sus fotos se exhibir¨¢n, tambi¨¦n, con mayor moderaci¨®n. La imagen es esencial en pol¨ªtica, y el deporte, la fuente de mayores satisfacciones del g¨¦nero humano en la actualidad. El tiempo (le ?Pan y toros? pas¨®. El de ?Panem et circenses? vuelve, con juegos de todas clases, pero con el f¨²tbol en cabeza. Y lo mejor es que: los que ahora se echan al estadio con br¨ªo juvenil son los pol¨ªticos: porque para eso hemos proclamado el triunfo de la juventud y la liemos fijado, de modo discreto, en los cuarenta a?os, con lo cual quedamos satisfechos los de sesenta tanto como los de veinte. El pol¨ªtico se ha puesto en camiseta y en algo que equivale, con perd¨®n, a unos calzoncillos. No s¨¦ qui¨¦n habl¨® hace mucho, con desd¨¦n, de la pol¨ªtica en calzoncillos. Hela aqu¨ª, con singular deleite de casi todos. S¨®lo alg¨²n vejestorio rezongar¨¢ y esgrimir¨¢ argumentos del pasado para reprobar la actuaci¨®n que comento, que, eso s¨ª, en el pasado resulta inimaginable.
Porque, por ejemplo, es imposible filgurarse al presidente Poincar¨¦, con su aire fr¨ªo y su ?barbiche?, parando un gol o dej¨¢ndoselo meter por Clemenceu, ni a don Nicol¨¢s Salmer¨®n, en cam Iseta, ]lev¨¢ndose -una copa como trofeo, despu¨¦s de derrotar a don Franeisco Pi y Margall. Tampoco, dejando la ¨¦poca de las barbas y levitas y remont¨¢ndose a tiempos en Ics que los juegos circenses estaban en boga, se imagina uno a Cicer¨®n, o a C¨¦sar, actuando en el circo y dando cabriolas.
Menos adecuados para actuar deportivamente nos resultan a¨²n el cardenal Richelieu o Luis XIV, por poner grandes ejemplos. Pero el pol¨ªtico siempre necesita tener la imagen a su servicio. Necesita de representaciones colectivas, como dicen los soci¨®logicos. Antes, a comienzo de siglo, la imagen v¨¢lida era la de un se?or con barba o mosca, quevedos, chistera, levita, bast¨®n y otros admin¨ªculos, que tomaba incluso- lecciones de-canto para poder seducir con la voz, el gesto y la palabra. Este se?or pod¨ªa ser un hombre importante o un simple ?figur¨®n?: es decir, una imagen de..., como el figur¨®n de las comedias era la imagen del avaro, del superst¨ªcioso, del linajudo o del presumido. Un ?car¨¢cter? es tereotipado. Por eso hab¨ªa figuras y figurones pol¨ªticos. Pero pasan los tiempos, mudan las costumbres y este pa¨ªs de monjes y soldados se convierte en un gigantesco mercado en el que todo se vende y todo se compra y donde la publicidad ejerce una tiran¨ªa absoluta.
Pas¨® el tiempo de los diputados y senadores que chupaban caramelos de ?La Pajarita?. Los hombres p¨²blicos no empiezan sus discursos diciendo: ?Entiendo yo, se?ores diputados ... ? Aqu¨ª ya est¨¢ todo entendido y sobre entendido. El figur¨®n no vale. Hay que buscar otro arquetipo. Pasemos al figur¨ªn. Hagamos propaganda con la imagen. Cuanto m¨¢s retrecheros sean los ojos del jefe propuesto, mejor para ganar votos femeninos. Cuanto mejores pantorrillas tengamos mejor tambi¨¦n celebraremos los trabajos que nos llevan a la coronaci¨®n constitucional. Nada de cuadrotes de Casado del Alisal y cosas por el estilo. Un buen partido de f¨²tbol. Esta es la novedad mayor, porque he de observar que lo de los ojos retrecheros ya ten¨ªa su valor en otras ¨¦pocas. Don Juan Valera dec¨ªa que, por poseerlos, hab¨ªa llegado a las alturas un cardenal de la Iglesia romana famoso en su ¨¦poca.
En suma: ¨¦sta no es la dura Edad de Hierro de la que hablaban Hes¨ªodo y otros poetas. No es tampo la Edad de Oro; a¨²n no ha llegado el tiempo en que se aten los perros con longaniza. Pronto llegar¨¢, seg¨²n nos dicen algunos. Mas no cabe duda de que es una edad interesante y ligeramente sobredorada cuando menos, en la que tener buenas piernas o una ca¨ªda de ojos oportuna nos abre a todos un porvenir lisonjero, si no pasamos m¨¢s que ligeramente de los cuarenta a?os.
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