Las golondrinas del senador Benet
Ha tenido el senador Josep Benet la atenci¨®n de dedicar un art¨ªculo entero a comentar un p¨¢rrafo de un art¨ªculo m¨ªo ya antiguo, del 15 de enero de 1978, ?hoy famoso?, seg¨²n dice (reimpreso en Espa?a en nuestras manos). Me refer¨ªa yo al uso reciente de la palabra nacionalidad en una acepci¨®n caprichosa, equivalente de ?naci¨®n? o ?subnaci¨®n?, en lagar de su significaci¨®n secular y leg¨ªtima como ?condici¨®n y car¨¢cter peculiar de los pueblos e individuos de una naci¨®n? o ?estado propio de la persona nacida o naturalizada en una naci¨®n?. Y al preguntarme por el origen de la nueva acepci¨®n propuesta, dec¨ªa: ? Si no me equivoco, procede de John Stuart Mill, que en su tratado sobre Representative Government (1861) us¨® la palabra nationality en su recta significaci¨®n y adem¨¢s, de manera imprecisa, como designaci¨®n de una comunidad.?El senador Benet cree que me equivoco; no me extra?ar¨ªa, porque soy tan falible como cualquiera, y nada pontificante -a menos que se entienda esta palabra en su sentido etimol¨®gico de quien hace o tiende puentes- En mi propio texto se aceptaba la posibilidad de que estuviera equivocado, y Stuart Mill no fuese el origen (o el ¨²nico origen) de esa acepci¨®n. El se?or Benet parece haberse dedicado a buscar -con lupa, probablemente- algunos textos espa?oles en que, antes de 1861, aparece la palabra ?nacionalidad? en el sentido discutido. Desde el 15 de enero hasta el 30 de junio (fecha de su art¨ªculo) ha encontrado seis, algunos no especialmente famosos: de Joan Bta. Guardiola, Tom¨¢s Betran i Soler, Joan Ma?¨¦ y Flaquer, V¨ªctor Balaguer, Francesc Roman¨ª i Puigdentolas y un an¨®nimo redactor de El Parlamento, diario madrile?o.
El se?or Benet se lamenta: ?Muchas veces me he lamentado del desconocimiento que se tiene fuera de Catalu?a de la literatura pol¨ªtica catalana?. Me gustar¨ªa que se hiciese un ?sondeo? en Catalu?a para averiguar la familiaridad de los catalanes con los autores y textos espigados por el se?or Benet. Los cuales, por otra parte, emplean la palabra ?nacionalidad? con suficiente vaguedad para que pueda pensarse que significa lo que los diccionarios (incluso catalanes) registran: ?Particular afecte a alguna naci¨®, o propietat de ella.? Y un texto m¨¢s aducido, de Josep Coroleu y Josep Pella i Forgas, no cuenta, porque es de 1878, parece derivado directamente de Stuart Mill y distingue cuidadosamente entre nacionalidad y naci¨®n.
Pero lo interesante no es esto, sino la idea que el se?or Benet parece tener del uso ling¨¹¨ªstico. ?Cree que el que algo se haya dicho o escrito media docena de veces puede llamarse uso? En mi discurso de ingreso en la Real Academia Espa?ola (1965), a cien leguas de esta cuesti¨®n, dije: ??Es, sin m¨¢s, uso todo lo que se usa? ?Es comparable el uso de llamar "pan", "vino", "tierra", "cuerpo", amor', con el de llamar "carabina" a una se?ora que sol¨ªa acompa?ar a algunas muchachas? Las primeras palabras tienen un uso milenario y universal en todo el inundo de lengua espa?ola; la ¨²ltima se ha usado en ciertos c¨ªrculos sociales de Espa?a durante el decenio de 1920.? Y, al fin y al cabo, esto era un uso, un uso social, si bien restringido y ef¨ªmero, incomparable con media docena de menciones aisladas. ?Una golondrina no hace verano?, dec¨ªa ya Arist¨®teles en la Etica a Nic¨®maco, y parece que repet¨ªa un viejo refr¨¢n griego. Las seis golondrinas del senador Benet, aunque fueran claras -y son bien oscuras, como suelen ser las golondrinas-, ?probar¨ªan que existe un uso como el que afirma?
Mi conocimiento de Catalu?a es muy inferior a lo que ser¨ªa necesario -mis conocimientos de todo son, ?ay!, muy insuficientes-, pero a lo largo de bastantes a?os he le¨ªdo algunos libros y no me gusta ?resbalar sobre lo negro?, y procuro llevar los ojos abiertos y los o¨ªdos disponibles. Y recuerdo algunas cosas que catalanes ilustres han dicho. Por ejemplo, Jaime Balmes, que escrib¨ªa hace algo m¨¢s de 130 a?os: ?Sin so?ar en absurdos proyectos de independencia, injustos en s¨ª mismos, irrealizables por la situaci¨®n europea, insubsistentes por la propia raz¨®n, e infructuosos adem¨¢s y da?osos en sus resultados; sin ocuparse en fomentar un provincialismo ciego, que se olvide de que el principado est¨¢ unido al resto de la monarqu¨ªa; sin perder de vista que los catalanes son tambi¨¦n espa?oles, y que de la prosperidad o de las desgracias nacionales les ha de caber por necesidad muy notable parte; sin entregarse a vanas ilusiones de que sea posible quebrantar esa unidad nacional, comenzada en el reinado de los Reyes Cat¨®licos, continuada por Carlos V y su dinast¨ªa, llevada a cabo por la importaci¨®n de la pol¨ªtica centralizadora de Luis XIV con el advenimiento al trono de la casa de Borb¨®n, afirmada por el inmortal levantamiento de 1808 y la guerra de la independencia, desenvuelta por el esp¨ªritu de la ¨¦poca, y sancionada por los principios y sistemas de las legislaciones y costumbres de las dem¨¢s naciones de Europa; sin extraviarse Catalu?a por ninguno de esos peligrosos caminos por los cuales ser¨ªa muy posible que se procurase perderla en algunas de las complicadas crisis que seg¨²n todas las apariencias estamos condenados a sufrir, puede alimentar y fomentar cierto provincialismo leg¨ªtimo, prudente, juicioso, conciliable con los grandes intereses de la naci¨®n.?
En otro lugar, Balmes advert¨ªa: ?En la exasperaci¨®n a que han llegado en Espa?a los partidos pol¨ªticos, una de las miras que no debe perder de vista el principado es el no constituirse ciego instrumento de ninguno de ellos.? Y luego: ?Tanto dista de convenir a los intereses de Catalu?a el aislarlos en ning¨²n sentido, que antes bien es de la mayor importancia quitarles o disminuirles, al menos, ese car¨¢cter de proviancialismo que llevan en la actualidad: es necesario nacionalizarlos, por decirlo as¨ª, manifestando a las dem¨¢s provincias que lo que existe no es un monopolio, sino un sistema de compensaciones rec¨ªprocas.?
Pero en otros lugares es Balmes todav¨ªa m¨¢s expl¨ªcito. ?Estamos muy distantes de la opini¨®n de aquellos que sostienen que el esp¨ªritu de provincialismo propiamente dicho vive todav¨ªa en Catalu?a.? ?As¨ª es que en todas las revueltas que hemos sufrido desde 1808, se ha visto uniformidad admirable, as¨ª en el bien como en el mal en las que han agitado puntos los m¨¢s distantes, y que nada hab¨ªan tenido de com¨²n en idioma, en leyes y en costumbres. Catalu?a no ha sido una excepci¨®n de esta regla, y si Barcelona se ha desviado alg¨²n tanto de la misma, no ha sido por esp¨ªritu de provincialismo propiamente dicho, sino por efecto de otras causas que nada ten¨ªan que ver con los antiguos fueros del principado.? ?Para quien haya visto de cerca las cosas, y tenido ocasi¨®n de observar la profunda mudanza que ha experimentado Barcelona desde 1808, ni refutaci¨®n merece siquiera la opini¨®n de que las revueltas de que con tanta frecuencia ha sido v¨ªctima, hayan dimanado de esp¨ªritu de provincialismo, de pensamientos de independencia, de inveterados odios contra Castilla, de deseo del restablecimiento de los antiguos fueros, de tendencia decidida a recobrar lo que le hab¨ªan arrebatado lentamente los monarcas, y muy en particular Felipe V despu¨¦s de la guerra de sucesi¨®n.? ?Mas si reflexionamos sobre aquella guerra -dice m¨¢s adelante Balmes- veremos que la contienda estaba no entre la-monarqu¨ªa y los fueros, sino entre dos dinast¨ªas rivales, y por lo mismo, el pensamiento dominante de los catalanes no era a la saz¨®n la defensa de sus antiguas libertades, sino la de una rama a la cual cre¨ªan asistida de mejor derecho, y que ten¨ªa a su favor el ser la que hab¨ªa reinado en Espa?a desde la madre de Carlos V, do?a Juana la Loca. Por manera que este hecho, m¨¢s bien indicar¨ªa que los catalanes comenzaban a avenirse mejor con la monarqu¨ªa castellana, supuesto que arrostraban tan costosos sacrificios por defender la rama austr¨ªaca que hasta entonces hab¨ªa ocupado el trono. Lo que adquiere tanto m¨¢s peso si se recuerda que en 1702, Felipe V hab¨ªa reunido Cortes en Barcelona y jurado los fueros y privilegios conforme a la antigua costumbre, lo que parece deb¨ªa tranquilizar a los catalanes sobre la conducta que en adelante observar¨ªa el monarca reci¨¦n venido.?
Y Balmes concluye: ?Creemos haber desvanecido completamente esas vulgaridades que se han propalado en Espa?a y en el extranjero sobre el supuesto esp¨ªritu de provincia y proyectos de independencia abrigados por los catalanes?. Y todav¨ªa se?ala un peligro en la conducta del Gobierno: ?Pensando descargar golpes sobre el provincialismo ser¨ªa de temer que no los descargase sobre la provincia.? (Los subrayados son m¨ªos.)
Esto pensaba Balmes, catal¨¢n que respira adhesi¨®n a su Catalu?a natal, entusiasmo por ella, no oculta preferencia, y que hab¨ªa meditado a fondo sobre una realidad que conoc¨ªa muy bien. Llama a Catalu?a ?provincia? (lo mismo que Capmany, otro entusiasta, otro admirable conocedor, a quien Catalu?a debe uno de los m¨¢s espl¨¦ndidos estudios sobre su historia); desconf¨ªa del ?provincialismo? si se pierde de vista la inseparabilidad de la provincia del conjunto de la naci¨®n. Pero ?ser¨¢ Balmes un caso ¨²nico? ?Ser¨¢ ¨¦l mismo una golondrina -de singular tama?o- que cruza aislada y se?era los cielos de Catalu?a?
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