Carl Schmitt: noventa a?os de un existencialista pol¨ªtico
Catedr¨¢tico de Teor¨ªa del Estado de la Universidad de Barcelona
Carl Schmitt, el ¨²ltimo cultivador del ?Ils Publicum Europaeum?, acaba de cumplir en su Plettenberg natal noventa a?os. Que yo recuerde, s¨®lo sus dos amigos-enemigos en la ciencia jur¨ªdica. Thomas Hobbes y Hans Keisen, alcanzaron antes que ¨¦l esta edad con esp¨ªritu creador. Y es que, para un estudioso de la pol¨ªtica, sobrepasar, pensando los noventa a?os, es todo un proyecto.
En este pa¨ªs nuestro, tan poco libre, los comentarios a la obra de un pensador son paneg¨ªricos o condenas m¨¢s que respetuosos esfuerzos para precisar con objetividad el sentido y alcance de aquella. Pero por desgracia, tal extremoso proceder coincide siempre con el m¨¢s desdichado oportunismo. De Carl Schmitt se habl¨® dogm¨¢ticamente bien por parte de la derecha en el poder franquista. pero, cuando ese poder declin¨®, ninguno de sus seguidores volvi¨® a citarle y escasos dem¨®cratas han sido capaces de recordar su extraordinaria categor¨ªa de pensador pol¨ªtico. Un silencio desde?oso. salpicado de citas crueles sin fundamento en la lectura. es todo lo que ha encontrado entre nuestro democr¨¢tico constitucionalismo la obra fundamental de Carl Schimitt.
Hace diez a?os cuando la luz va antifranquista estaba en su apogeo, tuve ocasi¨®n de intercalar en mis escritos contra la dictadura. uno de homenaje intelectual a los ochenta a?os del maestro alem¨¢n. Ahora, tras una modest¨ªsima colaboraci¨®n indirecta en la primera Constituci¨®n democr¨¢tica que elabora Espa?a desde 1931, quisiera hacer unas breves consideraciones sobre la figura la obra de ese exiliado interior, que, en su paz de Westfalia, nos da la sombra solitaria de un pasado europeo que es hoy presente mundial.
Carl Schmitt, disc¨ªpulo fiel de Max Weber, representa para m¨ª la m¨¢s importante variante psicologista de la cr¨ªtica marxiana. Con un formalismo ingenioso que le aproxima a Hobbes y a Kelsen, profundiza tanto en el Estado de derecho burgu¨¦s que, al darnos su m¨¢s acabado perfil, nos desentra?a su radical naturaleza de ficci¨®n. Pocos como ¨¦l han logrado demostrar el continuum que liga al Estado liberal con el Estado totalitario y que tantos cambios de chaqueta justifica en la doble direcci¨®n.
Como ejemplar autor reaccionario, la cr¨ªtica de Schmitt al Estado burgu¨¦s es m¨¢s radical que la marxista porque vive personalmente su propia contradicci¨®n m¨¢s profunda: asegurar la libertad. La libertad asegurada va no es libertad. El Estado nacional es, para Schmitt, la superaci¨®n de la guerra civil y confesional y la integraci¨®n superior de los intereses partidistas. El Estado nacional se configura psicol¨®gicamente como la superaci¨®n del miedo individual y la estable tranquilidad de tener una identidad de ser ?uno?. Pero a su vez ese colectivo psicol¨®gico que es del pueblo constituido en Estado nacional, necesita de un ?espacio vital?, de peligrar su ser por otros seres colectivos o Estados nacionales que le pueden poner literalmente ?a parir?: a jugarse la vida por la vida, d¨¢ndola.
Las resonancias de Maquiavelo, Bodino y Hobbes, as¨ª como las canciones tr¨¢gicas del Wonderhorn, de la Tierra de los 30 A?os, las encontramos en un Schmitt angustiado por el destino de la Alemania derrotada en 1918 y sometida a la ?tierra fr¨ªa? del Tratado de Versalles. Su existencialismo pol¨ªtico, que tanto recuerda la guerra psicol¨®gica de la ¨¦poca del mercantilismo (pensemos en Sombart) y que tanto se anticipa al existencialismo posterior a la segunda guerra mundial. le lleva a diagnosticar -no a profetizar- la tremenda contradicci¨®n de la pol¨ªtica contempor¨¢nea, cumbre de la contradictoria condici¨®n de toda la pol¨ªtica del pasado: mientras no exista una Humanidad amiga, la pol¨ªtica es la tensi¨®n existencial entre Estados nacionales. Pero, ? eso que quiere decir en el fondo?
Carl Schmitt lo ha explicado en un librito casi desconocido, Excaptivitate salus, traducido por su hija Anima. La famosa y mal interpretada distinci¨®n ?amigo-enemigo? quiere decir que ?solamente puedo reconocer como enemigo m¨ªo a aqu¨¦l que pueda ponerme en trance conmigo mismo. ?Y qui¨¦n puede ponerme en ese trance? Solamente yo mismo. O mi hermano?.
El existencialismo pol¨ªtico de Schmitt arranca de la b¨ªblica condici¨®n ps¨ªquica de Abel-Ca¨ªn y enlaza con esa tradici¨®n psicol¨®gico-cultural tan alemana del ?otro como espejo?.
?No vivimos esa tragedia, hoy, en Espa?a, con los nacionalismos coherentes y violentos? ?No se han opuesto a la Constituci¨®n-compromiso s¨®lo dos hombres: Silva Mu?oz y Letamend¨ªa, o sea dos enemigos schmittianos, espejo rec¨ªproco. cuyo combate quiere impedir el muro de cristal de la Constituci¨®n? ?No puede saltar hecha a?icos ¨¦sta s¨ª dos nacionalismos tan opuestos como iguales entran en trance?
Mi convicci¨®n es que Schmitt es el gran diagnosticador y el gran espejo de esa condici¨®n existencial del hombre nacional que le lleva a matar en nombre de su verdad m¨¢s verdadera. Confundir este espejo con la realidad de un partisano de la guerra total y a muerte es la m¨¢s grave y dolorosa deformaci¨®n que han hecho con Schmitt sus especuladores. Por reflejar en voz alta algo tan vanal y, tr¨¢gico, Schmitt pasar¨¢ a la historia del pensamiento jur¨ªdico-pol¨ªtico. Pero ¨¦l, como Hobbes -hijos ambos de la guerra civil y oteadores de la guerra civil mundial- ha unido su angustia personal a la del mundo y no ha querido desprenderse de ella durante much¨ªsimos a?os. Permitidle a otro hijo de la guerra civil y de su angustia escuchar sus voces, apoyado en el muro fr¨¢gil de la Constituci¨®n
Babelia
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