El "ministerio de Pedro"
Provicario general del Arzobispado de Madrid-AIcal¨¢
Con la muerte de Pablo VI comenz¨® el juego de los pron¨®sticos sobre los cardenales papables. Estos d¨ªas las cr¨®nicas de Roma tratan de dar vueltas y vueltas a una docena de nombres, sin m¨¢s perspectivas que las ?historias? de los ¨²ltinios c¨®nclaves. Y de esa noria aburrida no va a salir otra agua que la de siempre. La historia, la pol¨ªtica y la geograf¨ªa, naturalmente influyen en la elecci¨®n de un nuevo Papa. Pero ?depende de la estructura mental de ese hombre el futuro camino de la Iglesia? ?Hasta qu¨¦ punto interesa que sea o no italiano? ?Qui¨¦n nos garantiza que el hecho de ser africano, indio o suraniericano le d¨¦ competencias para ?desoccidentalizar? a la Iglesia? No deja de sorprenderme la importancia que los sectores progresistas siguen dando a la elecci¨®n de la persona. Yo encuentro mucho m¨¢s l¨®gicas las reflexiones de tipo humario que hace unos d¨ªas expresaba el conservador cardenal Siri en su homil¨ªa sobre la elecci¨®n del nuevo pont¨ªfice. La imagen hist¨®rica de una orgartizaci¨®n piramidal. cuyo v¨¦rtice orienta, decide y dirige a todo el cuerpo de la Iglesia es t¨ªpica de los conservadores. Y si toda la Iglesia va a depender de un hombre, habr¨¢ que hacerle un chequeo a fondo, asegurando hasta el ¨²ltimo cromosoma.
Los no cat¨®licos tienen m¨¢s raz¨®n para mirar as¨ª al papado. Porque todav¨ªa pesa mucho la religi¨®n m¨¢s numerosa de Occidente y podr¨ªa influir seriamente en la marcha. del mundo. Tambi¨¦n ellos miran con atenci¨®n a la ?logia? central de la bas¨ªlica romana de San Pedro, esperando el momento solemne en que el primero de los cardenales di¨¢conos anuncie, ?urbi et orbi?, el nombre del cardenal elegido. Pero todas estas consideraciones, rumores y c¨¢balas, con su fundamento de verdael, son coricesiones a la sugestividady no llegan a entrar en el meollo de la cuesti¨®n del sucesor de, Pedro.
En primer lugar, porque no ser¨ªa humano tratar de invertir las pir¨¢mides de Egipto y tratar de hacer creer que su perennidad hist¨®rica podr¨ªa haberse logrado igualmente asent¨¢ndolas sobre su v¨¦rtice. Ciertamente, la Iglesia no es una sociedad democr¨¢tica. pero sus rasgos caracter¨ªsticos la sit¨²an a mucha m¨¢s distancia de una monarqu¨ªa absoluta. El hecho de que sea una persona la que act¨²a como cabeza de todo el cuerpo eclesial no llega a justificar el dramatismo, la lucha de intereses y aun la trascendencia hist¨®rica que algunos comentaristas de estos d¨ªas parecen atribulir al presente c¨®nclave. Por otra parte, la separaci¨®n del trono v del altar ha llegado a tal nivel en la conciencia hist¨®rica que ning¨²n poder pol¨ªtico necesita tomar posiciones fiente a la Figura de cualquier cardertal papable.-
Tampoco las circunstancias del mundo, con ser graves, ni las divisiones internas de la Iglesia tienen por qu¨¦ colorear de dramatismos innecesarios las deliberaciones de los cardenales electores. La nave de Pedro ha tenido siempre conciencia de estar surcando mares profundos y a¨²n de afrontar en todo tiempo tormentas atronadoras. Ya en la segunda mitad del siglo IV escrib¨ªa San Basillo en una de sus cartas: ?Toda la Iglesia se disuelve..., esto es un gran naufragio.? Testimonios parecidos abundan en San Le¨®n Magno y en San Agust¨ªn, por no acudir a los lugares comunes de los siglos oscuros del Vaticano medieval o renacentista. Todas las dificultades internas que mdudablemente van a surgir en este c¨®nclave no creo que vayan a superar el calificativo de ?normales? si se las compara con las de otras ¨¦pocas.
El ex abad de San Pablo Giovanni Franzoni pide un Papa que no sea ?Papa?, es decir, que no sea ?soberano?, ?un Papa que sepa destruir esa jaula de oro que es el papado como estructura jur¨ªdico- pol¨ªtico-institucional?. En t¨¦rminos parecidos se han pronunciado otras voces progresistas. La distinci¨®n entre ?papado hist¨®rico? y ?ministerio de Pedro? no es una invenci¨®n de los cristianos revolucionarios. Es del mismo concilio y a ella se acaban de referir un grupo de te¨®logos centroeuropeos. Pero lo que a m¨ª, al menos, me llena de esperanza es que el pontificado de Pablo VI signifique un paso decisivo en orden a esa especie de ?purificaci¨®n? del papado en la b¨²squeda del aut¨¦ntico ?ministerio de Pedro?. Lo que a la muerte de Juan XXIII se percib¨ªa como un impulso inconcreto, hoy aparece encarnado ya en instituciones cuya marcha, por estar a¨²n cerca del cambio de agujas de la estaci¨®n de partida, no deja de asegurar rumbos distintos y una nueva posici¨®n a cualquiera que sea llamado ahora a ejercer el ?ministerio de Pedro?. No me pregunten ustedes d¨®nde est¨¢ la frontera exacta entre ese minister¨ªo evang¨¦lico del futu,ro sucesor de Pablo VI y los elementos hist¨®ricos del papado que hoy son ya anacr¨®nicos. Se hace referencla estos d¨ªas al lujo del Vaticano, al empaque diplom¨¢tico con su red de nunciaturas, al poder temporal del Pont¨ªfice, a la burocracia centralista de la curla... Quiz¨¢ todo esto no es tan importante: las grietas de los muros de un gran edificio humano llaman siempre m¨¢s la atenci¨®n de los meros visitantes que las semillas que est¨¢n germinando y brotando con fuerza precisamente en las mismas ruinas del pasado. La reflexi¨®n teol¨®gica es imprescindible. pero la vida de la Iglesia es rnucho m¨¢s decisiva.
Y la Iglesia est¨¢ saliendo de una concepci¨®n de s¨ª misma, menos secular y racional. El faturo sucesor de Pedro, tanto en su labor ?ad intra? como ?ad extra? de la comunidad cat¨®lica, tiene indudablemente que orientar su funci¨®n en torno al nuevo sentido que tienen hoy para la Iglesia conceptos como el de ?comuni¨®n?, ?colegialidad? y ?catolicidad?. La verdadera purificaci¨®n del papado camina a la par con la vivencia que logren todos los miembros de la Iglesia de esas tres palabras.
?Comuni¨®n? es un t¨¦rmino admirable que no puede ser comprendido a partir de la etimololog¨ªa ?cum? y ?unio?. Contra lo que se cree espont¨¢neamente, procede del adjetivo ?munis?, ca¨ªdo en desuso. El castellano ?inmune?. dedicado al hombre exento de una ley de una responsabilidad o de un contagio, indica por oposici¨®n cu¨¢l sea el contenido de ?munis?. ?Com-munio? se refiere directamente a los que conllevan una responsabilidad com¨²n a los que participan en una misma responsabilidad o misi¨®n. No se logra la ?comuni¨®n? con la mera union asociativa de los creyentes. Hablar de una ? Iglesia de comuni¨®n? equivale a poner en primer t¨¦rmino la participaci¨®n de todos los bautizados en la obra de Cristo. Ewserdadero car¨¢cter de la lolesla es el de ser una sociedad ?por comuni¨®n?. quese realiza desde dentro, por la participaci¨®n corresponsable de todos los creyentes. Nada tiene que ver esto con la democracia pol¨ªtica ni con el principlo del pueblo soberano, donde la ciudadan¨ªa est¨¢ decidida, naturalmente, por elementos externos. De ah¨ª que la funci¨®n de unidad que caracteriza al ?ministerio de Pedro? no transcurre normalmente por la v¨ªa vertical de la disciplina exterior. ni es el fruto de una ?jefatura?. El esquerna ?jerarqu¨ªa-fieles?. o ?Iglesia docente-Iglesia docente? conduc¨ªa a una Iglesia clericalizada o lo que es lo mismo, a una ?Iglesia de poder?. Pablo VI percibi¨® de este modo distinto de ejercer su suprema autoridad: la celebraci¨®n de los s¨ªnodos romanos como instituci¨®n de comunicaci¨®n entre y con todos los obispos del mundo. la voz cada vez m¨¢s propia y respetada de las conferencias episcopales. ciertas aparentes vacilaciones atribuidas a su car¨¢cter respetuoso, son ya hechos adquiridos e indican claramente el camino, s¨®lo comenzado, de la evoluci¨®n del papado. Es un camino de conversi¨®n, de prioridad de lo interior sobre lo exterior de la fe sobre la organizaci¨®n, el dilema pretendido por observadores externos entre reforma o ruptura se supera por el camino de una iglesia que se encuentra a s¨ª misma y se convierte al Evangelio.
La ?colegialidad? de los obispos y su relaci¨®n con el primado de Pedro fue, como se sabe, una de las cuestiones calientes del pasado concilio. Sin duda porque el ?ministerio de Pedro?, en su realizaci¨®n hist¨®rica, se ha venido confundiendo con algunos de los rasgos de un soberano terreno. Nos referimos. claro est¨¢, a la ?colegialidad? propiamente dicha que s¨®lo se realiza en el horizonte universal de la Iglesia y que no debilita en modo alguno la jurisdicci¨®n universal del romano Pont¨ªfice. Porque en otro sentido M¨¢s amplio y no estrictamente dogm¨¢tico se habla hoy en el plano pastoral de colegialidad de decisi¨®n colegial y de gobierno colealal en el ¨¢mbito de la parroquia, de la di¨®cesis o de una circunscripcion nacional. Los padres del Vaticano I pusieron el ¨¦nfasis en la personal infalibilidad del Papa con la f¨®rmula ?es sese, non ex consensu ecclesiae? (por su propla autoridad y no en virtud del consenso tributado por la asamblea de los creyentes). Los del Vaticano II aceptando l¨®gicamente dicha f¨®rmula evitaron, sin embargo, la palabra ?solus?. Porque de una manera misteriosa, pero real, el Papa tiene que interpretar ese consenso de toda la iglesia. El no constituye un poder exterior. de una cabeza que estuviera apartada y por encima del cuerpo, sino algo interior al mismo que recibe tambi¨¦n el influjo, la comunicaci¨®n que le viene a trav¨¦s de todo el colegio episcopal. En la idea org¨¢nica de la comunidad, la cabeza incorpora, personaliza Y representa la vida de todo el cuerpo, no por delegaci¨®n de voto al modo democr¨¢tico. sino porque todo el cuerpo de la Iglesia se mira y reconoce en esa cabeza que visibiliza al mismo Cristo. La potestad de magisterio y la jurisdicci¨®n universal del Papa son algo inuy distinto de una soberan¨ªa terrena.
La consolidaci¨®n interior de la igIesia pasa indudablemente por la renovaci¨®n personal de la fe en Jesucristo de cada uno de los cristianos. m¨¢s que por el ejercicio de una autoridad disciplinar. Las normas visibles v aun las rnismas fronteras externas de la Iglesia han perdido vigencia no tienen por que asumir aquella importancia que se les atribu¨ªa hace unos decenios.
El Papa es adem¨¢s el s¨ªmbolo o el ?icono? de la Iglesia. Y las relaciones de ¨¦sta con el mundo tienen que ser plenamente evangelizadoras. La inmensa variedad de pueblos, de culturas de situaciones y de vocaciones personales que intentan vivir hoy la fe cristiana aportan tambi¨¦n a la Iglesia de hoy una conciencia nueva de su ?catolicidad?. ?Precisamente porque la Iglesia es cat¨®lica tiene que ser tambi¨¦n particular? (P. Herv¨¦ Legrand). Pablo VI fue el Papa del di¨¢logo y de la evangelizaci¨®n de las ?culturas? en plural. Asumir plenamente la ?catolicidad? significa mucho m¨¢s que contar con un clero ind¨ªgena. no pocas veces ?romanizado?. Significa. que la misma fe del Evangelio puede Y debe ser expresada con voz propia por cualquier lengua o cultura, sin aditamentos hist¨®ricos europeos o italianos. La reflexi¨®n teol¨®gica y el sentir del pueblo fiel, sobre todo en las iglesias j¨®venes acredita la presencia de una actitud cr¨ªtica contra toda ideolog¨ªa que pretenda erigirse como modelo exclusivo de interpretaci¨®n de la fe, por muy adecuada que resultase en un determinado momento hist¨®rico o en un ¨¢rea cultural. La voz de los obispos del continente negro y de las ricas culturas orientales, escuchada con veneraci¨®n en los ¨²ltimos s¨ªnodos romanos, ha descubierto esta nueva ?frontera? de la catolicidad. hoy absolutamente insoslayable. para el futuro sucesor de Pedro.
Pedir un Papa ?cat¨®lico? y una curia romana verdaderamente internacional, exigir una descentralizaci¨®n de la Iglesia, puede ser una manera humana de hablar. Pero no equivale a decir que necesitamos un Pont¨ªfice de la India, de Africa o de Suram¨¦rica. Lo que se pide es que el sucesor de Pedro sea capaz de identiflicar, en la fe de Cristo, las voces de todos los continentes, pueblos y culturas. Lo de menos es su regi¨®n de origen: lo importante es que tenga un coraz¨®n sencillo Y desprendido a la vez libre en¨¦rgico, para llevara cabo toda la purificaci¨®n necesarla del ministerio que encarna.
Hace poco m¨¢s de un siglo, all¨¢ por el a?o 1870. cuando al Papa le fueron arrebatados, los Estados pontificios, muchos cat¨®licos conservadores daban por perdida la libertad espiritual del romano Pont¨ªfice. La historia ha demostrado exactamente lo contrario. Ese desprendimiento del poder temporal y de cualqu¨ªer concepci¨®n secular en la organizaci¨®n de la Iglesia es lo que est¨¢ liberando verdaderamente al ?ministerio de Pedro?. A m¨ª no me preocupa que el futuro Papa sea o no italiano: me interesa mucho m¨¢s que sea un aut¨¦ntico creyente.
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