Otros son los cuadros que faltan en el museo del Prado
Elegir un objetivo equivocado y errar, adem¨¢s, el tiro. A tales extremos cabe ce?ir la denuncia aparecida a principios del mes pasado, y con verdadera exuberancia tipogr¨¢fica, en las p¨¢ginas de El Imparcial. Craso error de base y probada ligereza de planteamiento a pique han estado de sembrar una confusi¨®n tal que, de haber ido adelante, hubiera encarnado a las mil maravillas el arquetipo de aquella inefable ceremonia ir¨®nicamente entronizada por nuestro Fernando Arrabal. Se comenz¨® por sustanciar una grave acusaci¨®n en torno a la desaparici¨®n de cuadros mil de nuestra principal pinacoteca, prosigui¨®se interpretando equ¨ªvocamente el escrito de r¨¦plica aducido por su director y m¨¢s cualificado responsable, y se concluye, a falta de argumentos m¨¢s s¨®lidos, por poner en tela de juicio probados m¨¦ritos personales y leg¨ªtimos t¨ªtulos acad¨¦micos.Molest¨® al colega de la ma?ana que el director del Prado acogiera entre risas y bromas la descabellada denuncia en torno a la presunta desaparici¨®n de 7.000 cuadros. ?Es acaso ?l¨ªcito bromear y re¨ªr cuando se dan por supuestamente desaparecidas 7.000 obras de un museo cuyos fondos apenas si exceden las 6.000? No ya el profesor Pita Andrade, el mism¨ªsimo Pit¨¢goras hubiera tenido, caso de vivir, cumplida facultad y ocasi¨®n para la carcajada. El mero sugerir, de otro lado, que Jos¨¦ Manuel Pita Andrade accedi¨® a su c¨¢tedra por v¨ªa digital es ignorar de plano el sistema vigente (acertado o err¨®neo) para la provisi¨®n de tal menester did¨¢ctico. En lo tocante, por ¨²ltimo, a su designaci¨®n como director del Prado, poco hay que oponer o sospechar, dado que la ley no contempla ni admite otro cauce.
Conozco suficientemente a Pita Andrade (aunque entre nosotros no haya mediado palabra en relaci¨®n con el caso que me ocupa) como para dar fe de su preparaci¨®n y dedicaci¨®n a las tareas que por una suerte de obligaci¨®n moral, y tras no pocas negativas ajenas y propias, en su d¨ªa acept¨® y hoy desarrolla con una entrega muy fuera de lo com¨²n. Apenas tom¨® posesi¨®n de su cargo, prometi¨® todo tipo de informaci¨®n, y no creo que se haya sentido defraudado quien de ¨¦l haya tenido a bien solicitarla. Dijo que aceptar¨ªa toda cr¨ªtica veraz, leal y elegante, y pocos pueden arg¨¹ir (y menos que nadie El Imparcial que haya dejado de cumplir lo dicho, respondiendo, incluso, con moneda de la mejor ley. Se propuso recabar la autonom¨ªa que al museo compete como propia, descentralizar sus funciones, democratizar muchos de sus cometidos, extenderlos a provincias.... y en ello van sus mejores afanes, como pueden atestiguarlo sus m¨¢s directos colaboradores y quien quiera cerciorarse por s¨ª mismo.
Ni favor ni intriga
Me parece tambi¨¦n fuera de todo lugar la sola insinuaci¨®n a las presuntas intrigas de que se vali¨® Pita Andrade para hacerse con el cargo de director del museo -pieza, al menos por ahora, nada codiciable-, y me gustar¨ªa conocer las fuentes a que recurri¨® el eventual denunciante. S¨®lo quien anda en el mundo de la intriga tiene por costumbre u obsesi¨®n fiarlo todo a ella. Y no es ¨¦ste, precisamente, el caso del actual director del museo del Prado. Sepa nuestro desinformado informador que al profesor Pita Andrade se le present¨® la opci¨®n (hace exactamente tres a?os) de ocupar, por sola v¨ªa de concurso, una c¨¢tedra en Madrid, renunciando a ella por no verse envuelto, justamente, en ese mundillo de la intriga tan socorrido y manejado en el acaecer de la Villa y Corte. Me atrevo, en fin, a agregar que dentro de la discutible pol¨ªtica seguida por el Ministerio de Cultura, el nombramiento de Pita Andrade como director del museo del Prado responde a muy certera e incluso excepcional decisi¨®n.
Elegir un blanco equivocado y errar, adem¨¢s, el tiro. En verdad que la inexactitud de la descabellada denuncia corre infeliz pareja con su flagrante inoportunidad. Muchos y muy graves son los prob lemas que sobre el Prado se precipitan y acumulan, dimanados, todos ellos, de una legislaci¨®n absurda, desatinada, elaborada en aut¨¦nticas sesibries, de comadreo y dirigida, que ni a prop¨®sito, a cercenar toda labor propiamente cultural en una instituci¨®n que es algo m¨¢s que emblema o adorno de cultura. No cabe mayor desatino que atribuir a quien apenas lleva unos meses en el tim¨®n de tan destartalado nav¨ªo las desventuras de anta?o. Cuando, contra viento y marea de una legislaci¨®n demencial, el profesor Pita Andrade y sus m¨¢s directos colaboradores de primer¨ªsima fila (el subdirector, P¨¦rez S¨¢nchez, y el conservador, D¨ªaz Padr¨®n) tratan de regenerar el colmo de la degeneraci¨®n, a nadie que est¨¦ en s¨ª hab¨ªa de ocurr¨ªrsele lanzar contra ellos invectivas y promover pol¨¦micas. El mal, repito, radica en el disparate de una legislaci¨®n y de una historia en la que no tuvieron arte ni parte los actuales rectores del museo, y que yo tratar¨¦ de resumir, en este y sucesivos comentarlos, por v¨ªa y a t¨ªtulo de la m¨¢s congruente y objetiva de las denuncias.
Por no abrumar al lector con todo un aluvi¨®n de datos, procurar¨¦ orillar el lapso o par¨¦ntesis que se abre con la apertura misma del Prado al p¨²blico (19 de noviembre de 1819) y su dependencia directa de la Corona, prosigue con la creaci¨®n (decreto real de 1912) de un patronato investido de autonom¨ªa, y viene a cerrarse, en 1958, con la ley de Entidades Aut¨®nomas, que abordaba la regulaci¨®n definitiva de una serie de pr¨¢cticas m¨¢s o menos dispares y nada claras en t¨¦rminos administrativos. Esta ley, origen deteriorado de la reglamentaci¨®n vigente, suprimi¨® gran cantidad de organismos, clasificando aquellos que se juzgaba necesario prosiguiesen como tales. Entre ellos qued¨® comprendido el museo del Prado en la categor¨ªa B, como organismo aut¨®nomo, beneficiario, en parte, del Presupuesto del Estado y subsistente, en la otra, con sus propios ingresos.
El sentido de la ley del 58 es claro. Por un lado, subordina el aparato administrativo a objetivos y fines, cuales los culturales, que no son propios de los administradores p¨²blicos (caso, igualmente, de las universidades, institutos de Ense?anza Media ... ). De otra parte, la ley defin¨ªa el sistema de gobierno de tales entidades culturales, dot¨¢ndolas de una estructura colegiada, como f¨®rmula la m¨¢s viable de direcci¨®n. En tal sentido, el museo del Prado, con las peculiaridades propias de la legislaci¨®n espa?ola, se acomodaba a la tradicional forma de gobierno de los m¨¢s importantes museos de Europa. Dentro de semejante marco legal, todo organismo aut¨®nomo tiene que depender de alg¨²n ministerio y cumplir con todas las disposiciones administrativas que regulan la remuneraci¨®n de personal, sistemas de contrataci¨®n.... sin que en tal punto prevalezca ning¨²n viso de autonom¨ªa.
La piramide administrativa
Conviene recordar que la Administraci¨®n obedece a este triple patr¨®n: Administraci¨®n central (ministerios, con sus delegaciones provinciales, gobiernos civiles ... ), Administraci¨®n local (diputacipnes, ayuntamientos, mancomunidades ... ) y Administraci¨®n ¨ªnstitucional (organismos aut¨®nomos). Siempre ha sido pr¨¢ctica legal que tanto las administraciones locales como las institucionales dependan en mayor o menor proporci¨®n de la Administraci¨®n central, con los consiguientes y muy acusados v¨ªnpulos centralizadores. En el caso de los organismos aut¨®nomos, la dependencia es doble: adscripci¨®n, seg¨²n qued¨® dicho, a un determinado ministerio y supervisi¨®n de toda tramitaci¨®n econ¨®mico-administrativa a trav¨¦s de la intervenci¨®n que el Ministerio de Hacienda tiene en cada departamento.
El sistema de autonom¨ªa administrativa ofrece, pese a todo pesar, unas cuantas ventajas:
a) Independencia de criterio en la selecci¨®n del personal cient¨ªfico y en la elaboraci¨®n de programas de investigaci¨®n y trabajo, con la posibilidad real de elegir a las personas en atenci¨®n a su exclusiva competencia cient¨ªfica, lejos de toda presi¨®n del lado de cuerpos de funcionarios, administradores p¨²blicos, grupos pol¨ªticos, econ¨®micos y sociales.
b) Facultad de reglamentar su espec¨ªfica actividad, salvaguardando a la instituci¨®n de todo in
tento de desviaci¨®n de sus concretos cometidos.
e) Presencia, en el propio organismo, de un interventor delegado de Hacienda igualmente propio, con fundado conocimiento de las verdaderas dificultades de la instituci¨®n y con capacidad para avalar las soluciones pertinentes a cada situaci¨®n y caso.
d) Posibilidad de ser entidad patrimonial y recibir, en cuanto que tal, subvenciones, donativos y legados, as¨ª como ahorrar las sumas no gastadas de algunos cap¨ªtulos de su presupuesto y no verse obligado, por su condici¨®n de organismo aut¨®nomo, a la absurda pr¨¢ctica de consumir todos los fondos presupuestados para cada ejercicio anual.
e) Agilizaci¨®n del proceso burocr¨¢tico y mayor transparencia administrativa: el organismo aut¨®nomo tiene la obligaci¨®n de publicar, al final de cada ejercicio, una memoria ejecutiva de ingresos y gastos.
f) Capacidad para elaborar cada a?o su propio presupuesto y poder, en consecuencia, financiar las actividades que se juzguen convenientes; capacidad que, por otro lado, se extiende a la rectificaci¨®n de las sumas presupuestadas, sin mayores dificultades adin inistrativas.
Tal fue la organizaci¨®n legal de nuestro museo del Prado, llegando a conocer, por obra y gracia, especialmente, de su autonom¨ªa cient¨ªfica (y por la ejemplar labor de alguno de sus directores, de que en otra entrega dar¨¦ suficiente noticia) momentos de esplendor, aun dentro de la precariedad en que m¨¢s de una vez vi¨®se obligada a ejercer su noble encomienda. Y digo fue, porque a partir de 1968 (diez a?os despu¨¦s de lo ya comentado) perdi¨® el museo del Prado todo, absolutamente todo, lo que ad mi nistrativam ente le hab¨ªa favorecido y con lo que hab¨ªa llegado a emparentar, en tal aspecto, con los m¨¢s afanados museos de Europa. Quede para la historia que el director de Bellas Artes era, a la saz¨®n, Florentino P¨¦rez Embid, pr¨ªncipe del comadreo, regente de manga ancha y factotum general del cotarro.
El origen de la cat¨¢strofe
En 1968 el museo del Prado pierde, efectivamente, su condici¨®n de organismo aut¨®nomo y pasa a depender del entonces reci¨¦n y mal parido Patronato Nacional de Museos. Nuestra primera pinacoteca qued¨® constituida, a contar de tan infausta fecha, como una simple secci¨®n administrativa (la pen¨²ltima de las categor¨ªas en que se sustenta la pir¨¢mide de la Administraci¨®n con may¨²sculas). La capacidad de maniobra y decisi¨®n de tan baja subdivisi¨®n resulta pr¨¢cticamente nula, limit¨¢ndose su funci¨®n legal a la aplicaci¨®n de una legislaci¨®n muy concreta y reductiva, del todo disconforme con la naturaleza que a un museo como el nuestro corresponde y define. A partir de tal d¨ªa, se inicia una ¨¦poca de inconcebible y profundo deterioro en todos los aspectos de la vida del museo, hasta llegar a un extremo de postraci¨®n del que dif¨ªcilmente podr¨¢ verse libre si no se deroga, a la mayor urgencia, la ley que actualmente lo desampara.
Los rasgos o elementos m¨¢s acusados de esta situaci¨®n, gravemente atentatoria contra la integridad cient¨ªfica y administrativa del museo del Prado son los que siguen:
a) El Patronato Nacional de Museos (que engloba ahora a todos los museos de Espa?a) se ha reunido una sola vez: el d¨ªa de su constituci¨®n, y en el despacho del entonces y ya citado director general de Bellas Artes. De ello se desprende que, desde tan triste fecha, jam¨¢s se ha tomado alguna decisi¨®n cient¨ªficamente v¨¢lida ni sobre el museo del Prado ni sobre cualquier otro del pa¨ªs. Por otro lado, todas las decisiones administrativa adoptadas desde entonces -muchas y muy desafortunadas- no son legales, si se tiene en cuenta que la ¨²nica autoridad con capacidad legal ni tuvo a bien convocar reuni¨®n alguna, ni se molest¨® en refrendar presupuestos y nombra mientos. Desde el punto de vista administrativo, no es osado, pues afirmar que tan caprichosa actividad o inactividad ha venido siendo profundamente irregular y escandalosa, con grave deterioro de las instituciones y del patrimonio de Espa?a, debiendo descubrirse en ello la inconfesable decadencia del sector.
b) Este segundo apartado vale de hecho, para albergar una escena surrealista de la m¨¢s pura estirpe. Ocurre que el presidente del Patronato Nacional de Museos es el director general del Patrimonio Hist¨®rico Art¨ªstico, dependiente del Ministerio de Cultura, y el del Patronato del Prado es el propio ministro de Cultura. Y comoquiera que ¨¦ste es una simple secci¨®n de aqu¨¦l, se deduce que el ministro acaba por ser subordinado de su propio subordinado, el mencionado director general.
c) Al verse el Patronato del Prado vac¨ªo de aut¨¦ntica entidad jur¨ªdica, su director queda igualmente desprovisto del valor que antes ten¨ªa como representante suyo y pasa a interpretar un papel carente de toda personalidad administrativa. Ni la Administraci¨®n acierta a definir, de alg¨²n modo, semejante puesto, ni el director puede actuar en nombre de algo o de alguien. ?Qui¨¦n es, as¨ª las cosas, la m¨¢xima autoridad administrativa del museo? El subdirector gerente (y que nos dure el que por fortuna ahora tenemos) que, al ser jefe de secci¨®n, ocupa el v¨¦rtice m¨¢s alto (i tan bajo ha ca¨ªdo la jerarqu¨ªa muse¨ªstica!) de la capacidad de nombramiento administrativo dentro del propio museo.
d) Libre de las ataduras que podr¨ªa acarrear un patronato in vestido de verdadera capacidad jur¨ªdica, la Administraci¨®n puede hacer caso omiso de aquel cuida doso sistema que la provisi¨®n de vacantes comporta, si¨¦ndole igualmente factible aumentar o restrin gir su n¨²mero, as¨ª como nombrar a su antojo a cuantas personalidades (o despersonalidades) juzgue oportuno.
e) Rota la personalidad jur¨ªdica, los nombramientos del perso nal cient¨ªfico no son controlado por nadie, incumpli¨¦ndose con ello la propia reglamentaci¨®n vigente, que exige sean a propuesta del Patronato del Prado.
f) Como el Patronato Nacional no act¨²a, todo el mecanismo administrativo recae en su secretario general, que es quien realmente ha tenido en los ¨²ltimos a?os el verdadero control. Y es de saberse, para mayor inri, que ninguno de estos secretarios se ha dignado visitar el museo del Prado desde 1968, actuando con el consiguiente y total desconocimiento de los problemas internos y sin que hayan faltado, en algunos casos, expl¨ªcitas manifestaciones de agresividad.
g) Ante tan an¨®mala situaci¨®n se hace harto explicable que no salgan a oposici¨®n las plazas de conservadores del Prado, y cuando sale alguna (dos anunciadas en 1977), nadie controle los programas, o se consienta que a los dos concursantes (especialistas, ambos, de prestigio internacional) se les proponga unos ejercicios eliminatorios (como si entrara en los prop¨®sitos de la Administraci¨®n eliminar a dos personalidades que se ver¨ªan rifadas en no pocos museos for¨¢neos) de los que s¨®lo el ¨²ltimo corresponde a la especialidad respectiva, al tiempo que se tolera la composici¨®n de unos tribunales faltos de fiables expertos en la concreta disciplina de cada caso.
Otros son los cuadros
Quede para pr¨®xima ocasi¨®n el recuento pormenorizado de otras y otras deficiencias y anomal¨ªas que s¨®lo el talento y el tes¨®n de los que dentro del museo trabajan (tal es el t¨¦rmino m¨¢s ajustado a verdad) pueden ir paliando, frente a los caprichos de una Administraci¨®n que o los relega al olvido o entorpece frontalmente su abnegado quehacer. Valgan (y cuantas m¨¢s, mejor) las denuncias, siempre y cuando haya certera elecci¨®n en el blanco y buena punter¨ªa en el tiro. Atribuir al actual director, y a sus laboriosos y m¨¢s directos colaboradores (primer¨ªsimas figuras, repito, en menesteres de investigaci¨®n, conservaci¨®n y docencia) la desaparici¨®n de un solo cuadro del Prado (?ni el m¨¢s desde?able de los dibujos!) es tanto, extendiendo el desm¨¢n, como hacerles responsables del incendio de Roma o de la destrucci¨®n de It¨¢lica famosa. Otros son los que tienen que responder, y l¨ªneas arriba se resumen unos cuantos cargos de los que urge dar cuenta (con o sin fiscal del Reino) y exigir cuanto antes el oportuno remedio. No son cuadros pict¨®ricos los que faltan en el museo del Prado; cuadros de directivos competentes, a nivel de Administraci¨®n con may¨²scula, son los que en todo este asunto se echan muy de menos, junto con una ley que devuelva la autonom¨ªa o no entorpezca, al menos, la encomiable labor de quienes velan por nuestra primera y una de las principales pinacotecas del mundo.
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