El equilibrio del terror como necesidad
LOS CONTINUOS roces que desde la primavera pasada se producen entre sovi¨¦ticos y norteamericanos no autorizar¨ªan, a primera vista, mucho optimismo en cuanto a la firma de un nuevo acuerdo SALT sobre reducci¨®n de armas estrat¨¦gicas. Sin embargo, puede que antes de que acabe el a?o tenga lugar su firma. No hay otra alternativa al m¨ªnimo de seguridad que estos convenios proporcionan a todas las naciones, a los grandes en particular, m¨¢xime cuando su aceptaci¨®n no est¨¢ acompa?ada de una dr¨¢stica limitaci¨®n en otras actividades -las de la diplomacia sinuosa o la guerra convencional, en concreto-, que ¨¦sa s¨ª ser¨ªa insoportable y no negociable, tanto para Washington como para Mosc¨².De este modo se asiste al espect¨¢culo de las fricciones, enga?osas hasta cierto punto, entre las dos grandes potencias sobre la pol¨ªtica africana, la venta de ordenadores o los derechos humanos, que s¨®lo adquieren una categor¨ªa verbal al compararlas con los imponderables de la alta estrategia. No se deber¨ªa caer en el alarmismo, frecuente, de ver continuos deterioros en las relaciones sovi¨¦tico-norteamericanas. Hay en ¨¦stas dos niveles perfectamente diferenciados y hasta cierto punto independientes. Los enfados, hasta ahora, no han puesto seriamente en entredicho la relativa estabilidad en los repartos de influencias y en la distensi¨®n, es decir, en la consagraci¨®n de unas fronteras que, trazadas a nivel global, dif¨ªcilmente ser¨¢n vulneradas por el efecto de los procesos a los disidentes sovi¨¦ticos o las restricciones del comercio de EEUU a la URSS. Una mentalidad compartida ha ense?ado a la Casa Blanca y al Kremlin las virtudes de la paciencia y del olvido. La confianza en su propia seguridad les autoriza, en consecuencia, a la firma de pactos de alcance universal que ellos administran, y ante los que, ocasionalmente, ceden los peque?os enfrentamientos bilaterales.
Por otra parte, las SALT son acuerdos c¨®modos. No cubren toda la panoplia de las armas estrat¨¦gicas ni imponen a sus signatarios una coerci¨®n total; tampoco eliminan las investigaciones en materia militar. Son precisamente estos progresos, que nunca se detienen, los que garantizan llegar a un nuevo compromiso. Las ¨²ltimas aportaciones norteamericanas sobre la posibilidad de destrucci¨®n de misiles con rayo laser, y las declaraciones del secretario de Defensa, Harold Brown, sobre la permisividad del sistema ICBM de plataformas de misiles m¨®viles (menos vulnerables que los instalados en silos), dos campos en los que tambi¨¦n trabajan los t¨¦cnicos sovi¨¦ticos, suponen la presentaci¨®n de nuevas bazas o la entrega de materiales para negociaciones futuras. Nunca significar¨¢n, repetimos, el dejar de justificar el enriquecimiento y la ampliaci¨®n de un arsenal por la confianza relativa que proporcionan ante la potencia similar de los arsenales del contrario.
Si el equilibrio del terror no fuese tan perfecto y el poder de la tecnolog¨ªa de la destrucci¨®n tan vasto, las fricciones aparecidas entre la Casa Blanca y el Kremlin habr¨ªan ocasionado con creces la p¨¦rdida de la distensi¨®n. Recordemos los violentos discursos del presidente Carter, en Annapolis, y de Brejnev, en Praga, en el mes de junio, coincidiendo con la cumbre de la OTAN en Washington; las graves acusaciones que levant¨® la guerra de Zaire, en el mes de mayo y, en fin, toda la serie de advertencias, cuando no de amenazas veladas, que en bocas americanas pusieron los procesos de los disidentes sovi¨¦ticos. Nunca lleg¨® la sangre al r¨ªo, porque al mismo tiempo Carter afirmaba, una y otra vez, que, pese a todo lo anterior, seguir¨ªa adelante el proceso de las SALT, por cuya presunta obstaculizaci¨®n los sovi¨¦ticos no dejaban de acusarle.
Habr¨¢, pues, nuevo acuerdo SALT. Su borrador ya parece haber encontrado coincidencias notables entre sovi¨¦ticos y norteamericanos. Con la firma se consolidar¨¢ el particular sistema de seguridad global en que nos encontramos, verific¨¢ndose entre Estados Unidos y la Uni¨®n Sovi¨¦tica la existencia de dos planos de relaciones, con posibilidad de divergencias en uno, pero no en el otro, donde rige la voluntad ¨²nica de mantener la necesidad del equilibrio del terror.
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