A los controladores franceses
Durante este verano he seguido en los peri¨®dicos la defensa de sus reivindicaciones a costa de los derechos y libertades, problemas y molestias, angustias y tensiones de miles de seres que nada ten¨ªan que ver con el asunto y que, para colmo, ni eran connacionales de ustedes en su inmens a mayor¨ªa. Sin embargo, me acuso de no haber sentido el problema en su verdadera dimensi¨®n por aquello tan b¨¢rbaro, pero tan real, de que una cat¨¢strofe en el otro extremo del mundo nos afecta menos que la pulmon¨ªa del vecino del piso de abajo.Pero esta noche he vivido hora a hora la angustia de un padre Comprendo que ustedes habr¨¢n provocado, sin duda, casos mucho m¨¢s tr¨¢gicos. Pero no los he vivido como ¨¦ste; un padre, viejo o joven, sano o enfermo, da igual, un padre ha tenido que esperar horas y horas y horas (exactamente diecinueve horas) la incertidumbre del regreso de su hijo hasta que ustedes tuviesen a bien concederle el derecho de reunirse con su familia...
Se?ores controladores, cuando el mundo marcha hacia la libertad de los hombres y el respeto a los derechos humanos, ustedes le hacen regresar a la ley de la selva. A la ley del m¨¢s fuerte. Tienen ustedes, como vulgarmente se dice, ?la sart¨¦n por el mango? y utilizan su fuerza no ya contra quien deben, sino contra miles de inocentes que no pueden defenderse, transform¨¢ndolos despiadadamente en rehenes e instrumentos de presi¨®n.
Supongo que su Gobierno, como responsable ¨²ltimo del servicio p¨²blico internacional que ustedes deb¨ªan desempe?ar, no se sentir¨¢, sin embargo, responsable y ni mi Gobierno, ni ning¨²n otro, llevar¨¢ el asunto al Tribunal Intemacion¨¢l de Justicia de La Haya. En las Naciones Unidas se seguir¨¢ hablando de los derechos humanos que, en el caso concreto de ustedes, consisten en pisotear impunemente los derechos de los dem¨¢s. Es triste y lamentable.
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