Nada ha cambiado en el museo del Prado
?El museo, amenazado efectivamente por el paulatino deterioro del ambiente atmosf¨¦rico madrile?o, lo est¨¢ tambi¨¦n, y en muy grave medida, por la continua y sostenida degradaci¨®n de la sensibilidad general y oficial, por la inercia de much¨ªsimos a?os, por la falta de iniciativa e imaginaci¨®?en su gesti¨®n, por su innegable cerraz¨®n a una actitud de proyecci¨®n abierta y popular, y por su utilizaci¨®n, en los ¨²ltimos a?os, como fuente de ingresos o como instrumento pol¨ªtico, antes que como centro de investigaci¨®n o de educaci¨®n c¨ªvica.? Quien esto escribe es ni m¨¢s ni menos que el subdirector conservador del Prado, profesor P¨¦rez S¨¢nchez, en posesi¨®n de un conocimiento excepcional de entretelas y entresijos del museo (agr¨¦guese a su s¨®lida formaci¨®n el hecho de haber colaborado estrechamente con sus cuatro ¨²ltimos directores) y una muy fundada y sincera capacidad de denuncia que para s¨ª quisieran muchos de los que se pagan de independientes y atrevidos.Recurro, de entrada, al testimonio del m¨¢s informado de los informadores, con el ¨¢nimo de disuadir a quienes sin causa o fundamento vi¨¦nense quejando de falta de informaci¨®n por parte de los m¨¢s leg¨ªtimos celadores del museo y tratan de suplir por inexacta y privada noticia lo que de hecho es, o debiera ser, de p¨²blico dominio. Los d¨ªas 2, 4, 9 y 11 de marzo del pasado 1976, pronunci¨® el profesor P¨¦rez S¨¢nchez, en el aula de la fundaci¨®n Juan March, cuatro ilustrativas conferencias, bajo el t¨ªtulo com¨²n Pasado, presente y futuro del museo del Prado. Esas mismas cuatro lecciones fueron publicadas, al a?o siguiente, por la instituci¨®n que tuvo el acierto de promoverlas, en un cuidado folleto de ochenta p¨¢ginas y an¨¢logo encabezamiento titular. Recurra a ellas el que de veras se proponga adquirir alg¨²n conocimiento acerca de lo que fue, lo que es y lo que ojal¨¢ sea nuestro museo por antonomasia, en vez de fiar a sola suposici¨®n o rumor callejero el objeto de su denuncia desafiante o simplemente oportunista. A tales t¨¦rminos ci?e, justamente, el profesor P¨¦rez S¨¢nchez el caso que nos ocupa, advirtiendonos que hablar del Prado, precisamente ahora, puede parecer, seg¨²n la actitud de cada cual, un oportunismo o un desaf¨ªo. Y no deja de ocurr¨ªrsele a uno razonable tan directa alusi¨®n a esto y aquello, si se tiene en cuenta, de acuerdo con el propio, sentir de quien lo dice, que de un tiempo ac¨¢ viene siendo noticiable el alegre airear los problemas del museo, dando lugar a no pocas intervenciones p¨²blicas o semip¨²blicas, de variopinta entidad y origen. ?Todo el mundo -escribe el concienzudo profesor, subdirector y conservador- ha juzgado o querido juzgar situaciones cuya espec¨ªfica problem¨¢tica se desconoce con frecuencia por completo, y se ha creado una tensi¨®n general que hace que cualquier intervenci¨®n sobre la vida del museo, su situaci¨®n y su destino futuro se convierta en objeto de inter¨¦s.?
Elementales requisitos
No deja el propio P¨¦rez S¨¢nchez de temer (y por parecidas razones) que pueda sonar a desaf¨ªo su intento mismo de plantear los problemas del Prado, sinceramente, de ra¨ªz y con el conocimiento directo de su vivir de cada d¨ªa y de sus necesidades m¨¢s apremiantes. Duro, en efecto, y desabrido se le hace el confesar, sin eufemismos, que ese museo de nuestros orgullos, habitualmente bautizado (incluso por parte. de aquellos que jam¨¢s se dignaron cursarle una visita) como el mejor del mundo, no alcance a cumplir, ni remotamente, requisitos elementales de continuidad y servicio. He de decir, por ¨²ltimo, que mi m¨¢s afortunada coincidencia con el sentir del profesor P¨¦rez S¨¢nchez se produce (como en la anterior entrega qued¨® apuntado) en la invectiva a aquel ajeno elegir un blanco err¨®neo y marrar, por s¨ª fuera poco, el disparo: ?El subrayar que a veces se exageran unos da?os y unas amenazas mucho m¨¢s all¨¢ de su verdadero alcance, y se silencian otras exigencias de menor impacto popular, pero de id¨¦ntico e imprescindible valor par¨¢ su subsistencia y su funcionalidad c¨®mo instituci¨®n de cultura.?
Quien se decida, en fin, a denunciar maleficios y desventuras de nuestra principal pinacoteca procure no hacerlo por su cuenta y riesgo o sin la consulta adecuada de documentos cual el aqu¨ª y ahora elegido, en el que la oportunidad de acusaciones y alegatos corre feliz pareja con el saber cient¨ªfico, y el buen hacer y el diario vivir entre los muros del museo, en contacto directo con sus exigencias, deficiencias, esperanzas y desdenes. El museo del Prado es historia y tiene historia; una historia cuya lectura lineal nos ofrece el tornasolado testimonio del auge y la decadencia, de la magnificaci¨®n pol¨ªtica, puertas afuera, y la incuria p¨²blica, puertas adentro, llev¨¢ndonos a cuestionar como con tan exiguos medios y restricciones tan patentes (la de la autonom¨ªa cient¨ªfica y administrativa a la cabeza) haya podido y pueda subsistir y aun verse incrementado.
Desde sus or¨ªgenes se confi¨® la direcci¨®n del museo a personas no especializadas en las tareas m¨¢s caracter¨ªsticas de su propio quehacer y menester: la investigaci¨®n, catalogaci¨®n y estudio cient¨ªfico de sus fondos. A la inicial hornada de arist¨®cratas sucedi¨® otra, m¨¢s larga Y duradera, de pintores, no d¨¢ndose en unos ni en otros el grado de especializaci¨®n muse¨ªstica que su encomienda respectiva reclamaba, y traduci¨¦ndose su labor, por buena que fuese la voluntad de ¨¦stos y aqu¨¦llos, en, la ausencia notoria de cat¨¢logos razonados y estudios acad¨¦micos, dignos de tal nombre. Fue el primer director del Prado, en 1819, el marqu¨¦s de Santa Cruz, ,a quien Fernando VII hab¨ªa encomendado, el a?o anterior, la labor selectiva de los fondos. Sucedi¨®le en el empleo (1821) su cu?ado, el pr¨ªncipe de Anglona, que a su vez se vio reemplazado (182.3) por el marqu¨¦s de Ariza, y ¨¦ste por el duque de H¨ªjar (1926).
Estos arist¨®cratas (liberales, por lo com¨²n, y vinculados al mundo acad¨¦mico) se hab¨ªan cuidado, realmente, del aspecto econ¨®mico-administrativo, correspondiendo la direcci¨®n o asesor¨ªa art¨ªstica, desde los inicios, al pintor Vicente L¨®pez. De ¨¦l, precisamente, va a tomar origen toda ¨²na tradici¨®n de pintores, directores, conservadores, restauradores, cuyo suma y sigue llega hasta hace apenas unos a?os. Frente a la posible creencia y aparente congruencia de que sea un hombre del gremio el que asuma los cuidados de la pintura (el museo del Prado es, fundamentalmente, una gran pinacoteca), hay no pocas objeciones que traer a cuento. Precisamente por formaci¨®n y oficio, el pintor. investido de director de un museo corre el riesgo (si no para ¨¦l, s¨ª para la instituci¨®n) de imponer sus criterios y preferencias, de muy concreta ascendencia academicista, en la selecci¨®n, exhibici¨®n y restauraci¨®n de los fondos muse¨ªsticos. Sabido es, a t¨ªtulo de ejemplo, c¨®mo Fernando VII se burlaba de la obstinaci¨®n del citado Vicente L¨®pez en no colgar e incluso en no contemplar los temas de desnudo.
Los pintores-directores
Y si discutibles resultan los gustos y criterios de un pintor a la cabeza de un museo, poca o ninguna discusi¨®n procura, por principio, su formaci¨®n concreta, su escueta preparaci¨®n intelectual, de cara a la estricta especificidad muse¨ªstica. El pintor que acceda a tal cargo y menester, btiene (al margen de su oficio y la ense?anza restrictiva que tal oficio comporta) una especial vocaci¨®n y la preparaci¨®n consiguiente para tareas propias, y muy propias, de la investigaci¨®n, o tendr¨¢ (cosa temible) que, improvisarlas, o habr¨¢ de ceder su plaza (razonable actitud) a gentes verdaderamente probadas en el estudio de la historia, en la metodolog¨ªa de la catalogaci¨®n y en los muy meticulosos cuidados de la labor conservadora; exigencias, las m¨¢s genuinas, de una dedicaci¨®n muse¨ªstica, sensu stricto.
No, no cedieron cargo y plaza a los investigadores las buenas gentes del pincel y la paleta. Al pintor Vicente L¨®pez sucedi¨®, 1838, el pintor Jos¨¦ de Madrazo, cuyas artes y oficios de restauraci¨®n fueron esperadamente acordes con sus gustos. Tras el interregno de Juan Antonio Ribera, viene a escena (1860) otro Madrazo, don Federico, de quien se cuenta utilizaba el museo como estudio propio. En 1868 se hace cargo de la direcci¨®n del Prado Antonio Gisbert, origin¨¢ndose bajo su mandato, y a ra¨ªz de la desamortizaci¨®n de Mendiz¨¢bal, una lamentable dispersi¨®n de fondos. La llegada (1873) de Francisco Sans Cabot, artista mediocre y con exigua capacidad investigadora, da lugar a que la direcci¨®n y subdirecci¨®n del museo sean respectivamente compartidas, ampliando el cotarro, por un pintor y un escultor. A la reincorporaci¨®n de Federico de Madrazo (1881) sobreviene el sucesivo y poco productivo mandato de Vicente Palmaroli (1894), Francisco Pradilla (1896), Luis Alvarez (1897), inaugur¨¢ndose el nuevo siglo con la rector¨ªa de Jos¨¦ Villegas (1901) y la fecunda subdirecci¨®n de Salvador Viniegra.
Pareci¨® el nuevo siglo nacer con mejores augurios. En 1910 el reci¨¦n nombrado secretario del Prado, Pedro Beroqu¨ª, inicia tareas de catalogaci¨®n y escribe la primera historia del museo. Dos a?os despu¨¦s, es creado por real decreto el Patronato del Prado, cuyos pritneros pujos de autonom¨ªa no tardar¨ªan en chocar (premonici¨®n de lo que m¨¢s adelante hab¨ªa de ocurrir y sigue hoy sucediendo) con los intereses la Administraci¨®n. En 1918, es nombrado director Aureliano de Beruete, a propuesta del Patronato, mereciendo su labor renovadora c¨¢lidos elogios de an¨¢logas instituciones europeas.
Se volvi¨®, sin embargo, a las andadas con el nombramiento, 1922, de Fernando Alvarez de Sotomayor, pintor oficial por antonomasia, cuya larga gesti¨®n hasta el advenimiento de la Rep¨²blica hab¨ªa de verse cumplidamente prolongada (?premio al oficialismo a ultranza?) tras la guerra civil.
Con relativa consecuencia para con sus postulados educativos, la Rep¨²blica nombr¨® directores del Prado a Ram¨®n P¨¦rez de Ayala y a Pablo Picasso. Y no es que quiera uno poner en tela de juicio los m¨¦ritos literarios del uno y las excelencias pict¨®ricas del otro, pero s¨ª insinuar que en todo ello (en el nombramiento, sobre todo, de ¨¦ste) hubo algo de publicidad y oportunismo. Destinado aqu¨¦l a la embajada de Londres, se hizo cargo de la direcci¨®n interina del museo S¨¢nchez Cant¨®n, probando as¨ª sus primeras armas en un empleo en el que luego dejar¨ªa constancia de dedicaci¨®n y competencia. El r¨¦gimen de Franco nos devuelve, seg¨²n dije, a Alvarez Sotomayor reinstaur¨¢ndose la absurda tradici¨®n de los pintores - directores, etc¨¦tera..., agravada en este cas con las inquebrantables adhesiones de que dio prueba este artista oficial por excelencia hasta su sustituci¨®n por el profesor S¨¢nchez Cant¨®n, iniciador de la ¨¦poca que, contra viento y marea de una Administraci¨®n caprichosa y desatenta, llega a nuestros d¨ªas.
Amarga paradoja
En 1968 se produce la m¨¢s amarga de las paradojas. Al tiempo que se nombra un director capacitado, si los hubo, se crea el demencial Patronato Nacional de Museos, derogatorio (por lo que a nuestro caso concierne) de la ley de Entidades Aut¨®nomas, de 1958, y gravemente atentatorio contra la exigible peculiaridad administrativa y la ineludible independencia cient¨ªfica que un museo requiere. Ese director Fue Diego Angulo I?iguez, personalidad competente, insisto, donde las haya habido, esp¨ªritu renovador y animador incansable de las actividad propiamente investigadoras y esencialmente muse¨ªsticas. ?Qu¨¦ pod¨ªa hacer frente a un aparato administrativo que, de una parte, decide exaltarlo al cargo de director, y se dedica, de la otra, a torpedear una harto encomiable labor cient¨ªfica y docente? Dimitir. Tras ¨¦l vinieron Xavier de Salas y el actual director, Pita Andrade, que, aun sometidos a parecidas vejaciones, han llevado adelante (con el inestimable auxilio de P¨¦rez S¨¢nchez y D¨ªaz Padr¨®n) una s¨®lida actividad muse¨ªstica, solamente explicable, como antes qued¨® dicho, por v¨ªa de milagro.
Intempestiva, injusta e ingrata ha de ser, as¨ª las cosas, cualquier insinuaci¨®n de denuncia o protesta contra unos hombres que velan por los fondos del Prado con una abnegaci¨®n laboral y una entrega investigadora merecedoras de mejor premio que el desd¨¦n o la abierta histilidad de una Administraci¨®n que sigue basando sus decisiones en la m¨¢s inicua de las leyes. La sola comparaci¨®n de la vergonzante sumisi¨®n administrativa del Prado con la total apertura de otros museos europeos ahorra comentarios. Valga por todos el museo Brit¨¢nico, entidad patrimonial investida de absoluta autonom¨ªa de gesti¨®n y nombramientos, dependiente, para todas sus necesidades y exigencias, del presupuesto del Estado, aparte de los ingresos dimanados de su propia actividad, con una dotaci¨®n anual de cinco millones (?5.000.000!) de libras y al amparo y cautela de un patronato constituido por veinticinco miembros cuya equitativa elecci¨®n corresponde a la Corona, al Gobierno y a las academias.
Responsable ante el Parlamento, el museo Brit¨¢nico se gobierna con un director, un subdirector y un superintendente. Tiene nueve departamentos cient¨ªficos, conllos correspondientes servicios de conservaci¨®n. Cualquiera de los departamentos cuenta con un jefe y siete especialistas, disponiendo los servicios de conservaci¨®n (a las ¨®rdenes del encargado respectivo) de unos restauradores clasificados por materias, y un gabinete cient¨ªfico que controla los laboratorios. Cada departamento eleva anualmente una memoria del trabajo realizado (conservaci¨®n, catalogaci¨®n, conferencias, publicaciones, consultas profesionales ... ) y presenta un proyecto para el ejercicio venidero. La memoria ha de ser expuesta y defendida ante el Patronato (el Trustees), tras la visita de ¨¦ste y la consiguiente evaluaci¨®n de lo hecho por cada departamento respectivo. Hay un riguroso control de productividad cient¨ªfica, publicando el Patronato, cada tres a?os, otra memoria general de las actividades del museo.
Por lo que a la selecci¨®n de personal concierne, vale se?alar que la vacante de cada caso se hace p¨²blica en la prensa diaria y en la especializada, al tiempo que se constituye una comisi¨®n integrada por un miembro del ministerio, otro del museo, otro del departamento espec¨ªfico de dicho museo y un experto de la especialidad de otro museo de igual o superior categor¨ªa, o un cient¨ªfico universitario. La comisi¨®n selecciona,a los, futuros especialistas, mantiene con ellos conversaciones, somete el caso a votaci¨®n y les propone para el cargo, tras dos a?os de pruebas y dos evaluaciones semestrales por a?o, correspondiendo al Patronato, y s¨®lo a ¨¦l, su definitivo nombramiento.
Junto a la estrecha relaci¨®n del museo con la Universidad (cursos, seminarios, ciclos de conferencias, impartidos por los especialistas de la entidad muse¨ªstica) y la asiduidad de los viajes cient¨ªficos (no menos de siete por cada departamento), es labor propia de los especialistas la expertizaci¨®n de aquellas obras de arte, excluida su tasaci¨®n, que cualquier ciudadano quiera someter a dictamen. Incluso el museo dedica el tiempo de los expertos (lunes y viernes, por m¨¢s se?as, y de dos a 4.30) a esta espec¨ªfica tarea (?opinion on objetos?). Semejante , labor de expertizaci¨®n (que en Espa?a est¨¢ absurda y tajantemente prohibida a los especialistas del museo) resulta sumamente eficaz tanto para el inventario general de la riqueza art¨ªstica del pa¨ªs como para seguridad y certeza de colecciones universitarias y c¨ªvicas.... o de simples particulares.
Entre el desamparo y el rid¨ªculo
No quiero abrumar al lector con la suma y sucesi¨®n de otros cuantos datos, aunque se me ocurren harto suficientes los ya aportados a la hora de establecer el parang¨®n entre el museo londinense y el del Prado (y nada digamos de los del resto de Espa?a). El director de nuestro museo es nombrado por una orden ministerial, sin m¨¢s tr¨¢mite. Antes de la infausta legislaci¨®n de 1968, interven¨ªa al menos el Patronato y se hac¨ªa por decreto, lo que ven¨ªa a conferir al cargo un car¨¢cter de mayor seriedad y condici¨®n m¨¢s estable, cual acontece, por ejemplo, con los rectores de universidad. El resto del personal cient¨ªfico (en cuya elecci¨®n tuvo antes el Patronato una intervenci¨®n decisiva) es nombrado ahora por v¨ªa cuasidigital y sin consultar siquiera a la direcci¨®n del museo. Deje usted en blanco las dem¨¢s categor¨ªas y departamentos (hipot¨¦ticamente equivalentes a los del museo Brit¨¢nico) y sabr¨¢ cu¨¢ntas y cu¨¢les son las lagunas que, de acuerdo con la deplorable legislaci¨®n vigente, hacen naufragar a nuestra principal pinacoteca, atributo y s¨ªmbolo de tantas y tantas glorias cultural- exhibicionistas.
Tales son los verdaderos males del Prado, los mismos que con otras palabras, y harto mayor autoridad, ha acertado a denunciar nada menos que su director-conservador, frente a juicios ajenos poco veraces, aunque de mayor reclamo publicitario. La contaminaci¨®n no afecta en exclusividad a la atm¨®sfera ambi¨¦nte. Es la propia instituci¨®n muse¨ªstica la que se halla contaminada -y vuelvo a remitir mi juicio- al oportunamente formulado por el profesor P¨¦rez S¨¢nchez- por la degradaci¨®n de la sensibilidad oficial, por la inercia de muchos a?os, por un pertinaz hermetismo a todo intento de proyecci¨®n abierta y popular, por su utilizaci¨®n como fuente de ingresos o como instrumento pol¨ªtico..., y por la inconcebible legislaci¨®n que lo desampara y lo deja en rid¨ªculo a la luz de los m¨¢s eficientes de Europa. ?Algo ha cambiado en Espa?a?, viene dici¨¦ndose desde que la naciente democracia empez¨® a plasmarse en una legislaci¨®n renovadora. A imagen y semejanza de esta actitud tan compartida, volveremos por pasiva la oraci¨®n y, en tanto no sea derogada la norma legal pertinente a nuestro caso, no podremos por menos que afirmar y seguir en la denuncia: ?Nada ha cambiado en el museo del Prado. ?
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