?Pero qu¨¦ es el Senado?
Hay un hecho evidente en el pol¨ªtico y en el escritor pol¨ªtico. Se habla, y se escribe de acuerdo con la situaci¨®n en la que se est¨¢. El pol¨ªtico en la Oposici¨®n es un personaje diferente al pol¨ªtico en el Poder. La situaci¨®n de oponente es c¨®moda, es f¨¢cil, es agradecida, y hasta puede ser brillante si el pol¨ªtico tiene talento. La situaci¨®n en el Poder es dif¨ªcil, es comprometida, es fatigosa y solamente es l¨²cida para aquellos que tienen una dotaci¨®n intelectual y unos, recursos excepcionales, como los ten¨ªa Manuel Aza?a en la Segunda Rep¨²blica, o el profesor Adolfo Mu?oz Alonso -que no fue jefe de Gobierno- en el viejo r¨¦gimen. Desde la Oposici¨®n, el pol¨ªtico est¨¢ obligado a decir que todo es malo; y desde el Poder, el pol¨ªtico tiene que anunciar todos los d¨ªas que todo es bueno. El modo es tambi¨¦n distinto. El oponente es imprudente, desenfadado, mordaz. El gobernante es prudente, encajador, paciente. El oponente es nuncio de para¨ªsos; el gobernante es viajero de desiertos. El oponente enloquece; el gobernante se hace el loco.Es m¨¢s compleja, dif¨ªcil y azarosa la situaci¨®n del escritor pol¨ªtico. Mientras que al pol¨ªtico se le exige solamente que se oponga o que defienda lo que tiene en las manos el que gobierna, al escritor pol¨ªtico se le pide que lo razone. Un pol¨ªtico de la Oposici¨®n puede decir en estos momentos al Gobierno -sin faltarle raz¨®n- que la econom¨ªa no va bien o que es un desastre. Pero un escritor tendr¨¢ que probar a sus lectores las razones o las causas de ese desastre. Por eso el escritor pol¨ªtico es una especie peculiar, en un partido, en el Parlamento o en el Gobierno. En principio ya tiene la descapitalizaci¨®n previa de la adscripci¨®n. El estado perfecto del escritor pol¨ªtico es el de ser independiente; asumir otro tremendo riesgo, como es el de no estar adscrito a ning¨²n partido; no figurar en el Parlamento o en el Gobierno. Y, por supuesto, no vencerse de alg¨²n lado, porque podr¨ªa ser lo mismo, si esto sucediera, que estar adscrito. Yo he estado en el trance de la adscripci¨®n, a lo largo de muchos a?os, y por eso conozco el pa?o. A m¨ª no me pueden venir con habilidades los adscritos en estos momentos, porque se exponen a que los deje sentados de culo. El objetivo de este art¨ªculo es, exclusivamente, comentar hechos de indudable valor pol¨ªtico, aunque tenga que referirme a las personas sin otro ¨¢nimo que el del testimonio.
Probablemente, por las razones de estar pasando por una situaci¨®n hist¨®rica y pol¨ªtica de transici¨®n, no hay un verdadero Gobierno con autoridad y con actividad creadora; ni una Oposici¨®n a la manera como se entiende en un r¨¦gimen democr¨¢tico. La invenci¨®n o actualizaci¨®n del consenso ha puesto en precario, a la vez, a los dos grandes instrumentos de la democracia, y que son el Gobierno y la Oposici¨®n al Gobierno; la actividad responsable del Gobierno y el control del poder instalado en el Parlamento. Confiemos en que, aprobada la Constituci¨®n, se instaure la democracia verdadera y se meta el consenso debajo de la mesa. Preferentemente con siete llaves.
Pero el escritor pol¨ªtico no tiene per¨ªodos hist¨®ricos o bulas de la transici¨®n. Hay dos escritores pol¨ªticos que lucieron estos a?os pasados, o porque estuvieran a la contra del Poder, y ¨¦ste es el caso de Luis Apostua; o porque entraba y sal¨ªa de ¨¦l, como Ricardo de la Cierva. Ahora mismo los dos est¨¢n instalados en el Gobierno y en el Parlamento. El primero es diputado y el segundo es senador. Apostua aparece tambi¨¦n en organismos de la Administraci¨®n, y Ricardo de la Cierva es asesor especial del presidente del Gobierno. Yo me pongo en su pellejo y busco en sus admirables art¨ªculos, exclusivamente, y l¨®gicamente, sus acrobacias. A m¨ª me pas¨® otro tanto, pero en menos proporci¨®n y gravedad. Lo voy a decir. Yo dirig¨ªa un peri¨®dico de opini¨®n, y de muchos lectores, y estaba en el Parlamento. El peri¨®dico no era privado, sino que pertenec¨ªa al mundo institucional. Mis ventajas consist¨ªan en que la empresa propietaria del peri¨®dico ejerc¨ªa en aquel r¨¦gimen, por virtud de la ley, y de la praxis, la ?contestaci¨®n?. Yo era en aquel r¨¦gimen, y respecto al Gobierno, un opositor en la legalidad, ciertamente, un opositor d¨¦bil, porque la estructura de las libertades no eran amplias. Ten¨ªa otra ventaja a mi favor: el viejo r¨¦gimen era una composici¨®n de familias pol¨ªticas sin consenso. Yo estaba en una de ellas, y pod¨ªa permitirme eso y criticar a las dem¨¢s. Pr¨¢cticamente, mi compromiso era gaseoso, aunque estuviera en el Parlamento y en la instituci¨®n econ¨®mico-social del antiguo r¨¦gimen. Yo pod¨ªa pechar con mis dificultades; pod¨ªa tener ciertas dosis de opini¨®n. Esto era frecuente en la dictadura. Augusto Ass¨ªa, o Seara, o V¨¢zquez Montalb¨¢n, o Rafael Calvo, o Haro Teeglen, y tantos otros, ejerc¨ªan su ?cuarto poder? cr¨ªtico. Ahora, cuando tiene lugar el despliegue de la libertad de expresi¨®n, la obediencia al Gobierno en unos, casos, y la estrategia de los partidos, recorta las libertades de muchas plumas. La condici¨®n de ?partidario? se come la libertad y la independencia del escritor.
El caso de Apostua, de Ricardo de la Cierva y de otros es tremendo. La disciplina de un partido en la democracia es mucho m¨¢s f¨¦rrea que la disciplina del Movimiento o del sindicato en el franquismo. El ejemplo de las purgas en los partidos de la izquierda y los silencios corales en el Parlamento est¨¢n a la vista. Los se?ores Apostua y Ricardo de la Cierva tienen la obligaci¨®n de no destruir el m¨¦todo y los objetivos de la Uni¨®n del Centro Democr¨¢tico. Les pasa lo mismo a los escritores pol¨ªticos que militan en los partidos de la izquierda. ?D¨®nde est¨¢n ahora mismo, con ¨¦xito, los escritores pol¨ªticos independientes? Hay uno que me llama especialmente la atenci¨®n -me la ha llamado siempre- y es Carlos Luis ?lvarez, C¨¢ndido, aunque le sobren para este cometido algunas altas dosis de abstracci¨®n intelectual. Precisamente a Ricardo de la Cierva no le ha gustado la opini¨®n que tiene Carlos Luis ?lvarez sobre el Senado. Y ello es natural. Ricardo de la Cierva es senador, y Carlos Luis Alvarez es un escritor pol¨ªtico de calle, de libros, de relaci¨®n social, o de tribuna de prensa. Ricardo de la Cierva ha estado trabajando en el proyecto de Constituci¨®n durante el debate en el Senado. Se ha visto necesitado de defender al Senado y de decir, pasmosamente, la gran aportaci¨®n del Senado al proyecto constitucional. Y el Senado, admirado y querido Ricardo de la Cierva, es una C¨¢mara asexuada y ambigua, procedente de una situaci¨®n preconstitucional y predemocr¨¢tica. Es una repetici¨®n, en precario, del Congreso. Es una especie de damero maldito de significaciones, de situaciones y de colectivos extra?os, mixtos, un poco recolectores de personas, de biograf¨ªas, de compromisos y de cosas. Al Congreso fueron las autenticidades, y al Senado, todas estas cosas, en el c¨¦lebre d¨ªa 15 de junio. En el Senado no ha habido ninguna reforma sustancial del proyecto de Constituci¨®n elaborado por el Congreso, sencillamente porque hab¨ªa un pacto, un consenso, entre los dos grandes partidos de esta predemocracia, m¨¢s los comunistas, que est¨¢n adscritos, por razones de estrategia inteligente, a la Moncloa. Los se?ores senadores no pod¨ªan hacer ninguna reforma capital a la letra y al esp¨ªritu de lo acordado en el Congreso, porque no habr¨ªa sido posible. Algunas actitudes y algunas enmiendas rechazadas prueban todo esto. Cuando dos partidos pol¨ªticos componen la mayor¨ªa aplastante en el Parlamento, y se ponen de acuerdo, parece rid¨ªculo se?alar los ¨¦xitos del Congreso o del Senado. El ¨¦xito, si es que se ha producido, pertenece en exclusividad a los dos partidos protagonistas de este acontecimiento, Todo lo dem¨¢s no ha pintado nada. Especular ahora con las brillantes enmiendas de Cela para probar la eficacia y brillantez del Senado es tomarnos el pelo a los ciudadanos. Y yo, por lo menos, no me dejo.
La Constituci¨®n, queridos compa?eros de la literatura pol¨ªtica, ha tenido en su redacci¨®n m¨¢s r¨¢bulas que ide¨®logos. Es una Constituci¨®n redactada por juristas y por tecn¨®cratas. Ha habido como un acuerdo ¨ªntimo, no confesado, de apretar las clavijas de cosas pensando en el contrario, o de no hacer grandes precisiones atractivas para convertir luego la Constituci¨®n, cada uno, en un instrumento arrojadizo. Sinceramente, esta Constituci¨®n es mejor que sus dos precedentes liberales o democr¨¢ticos: la del 76 o la del 31. No estoy tan seguro que sea la que corresponde a la sociedad actual, y a la que viene, en estas postrimer¨ªas del siglo. Pero ¨¦ste es el tema. Mi reflexi¨®n era la del gobernante que no lo hace con plenitud, y opera temerosamente ante las otras fuerzas pol¨ªticas; y la del opositor, que no se opone a nada serio e importante, y solamente anuncia o promete, o dice alguna, boutade aislada; y la del escritor pol¨ªtico que, instalado en una democracia, le mudan la conciencia por una invitaci¨®n al servicio, y la pluma, por un incensario. Efectivamente, hay polvorines dispuestos para volar esta experiencia democr¨¢tica en una actitud global, y parcial¨ªsima, de descalificaci¨®n total, la democracia no ha tenido buen pasado, pero ?por qu¨¦ no ha de tener un buen futuro? Se echa mucho de menos una actitud saneadora del r¨¦gimen democr¨¢tico que no nos venga facturada por los partidos o por el Gobierno en su arte de la pol¨ªtica. Hace falta urgentemente credibilidad. Nadie es identificable ahora mismo de manera pura. Se dice que los pol¨ªticos son inteligentes o habilidosos porque pactan, porque hacen cosas sorprendentes, porque est¨¢n con la sonrisa o la m¨¢scara puesta. Si la autenticidad no fuera posible, hay que decir las causas. A lo mejor son razonables. Poco tiene que ver lo que hacen los partidos con lo que dicen en sus programas que son. Pues esto habr¨¢ que explicarlo. El caso de los escritores pol¨ªticos es todav¨ªa m¨¢s grave. No es aceptable defender sus poltronas con razonamientos mediocres. Parece irremediable, o necesario, defender las poltronas. Pero a los escritores pol¨ªticos comprometidos en sus silencios o en sus inciensos, lo menos que se les puede exigir es oficio y talento.
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