Optimismo y pesimismo en pol¨ªtica
Secretario generalde Alianza PopularTodos conocen el chiste de que el optimista es uno que, por si acaso, se pone a estudiar el ruso; mientras que el pesimista es el que se lanza a aprender el chino. Optimismo y pesimismo son siempre actitudes relativas, en funci¨®n de la informaci¨®n de que se dispone; y tambi¨¦n es conocida la frase de que un pesimita es un optimista mejor informado.
Por supuesto que, ante una misma informaci¨®n, es posible m¨¢s de una reacci¨®n; lo que est¨¢ en relaci¨®n con la experiencia y temperamento de cada uno, y tambi¨¦n ante los objetivos ¨²ltimos que se persiguen, y los criterios de valoraci¨®n. Lo que es bueno para uno es malo para otro, en m¨¢s de una ocasi¨®n. Y cuando el maximalismo de los objetivos se desborda, como ahora, lo que para la mayor¨ªa es una monstruosidad, parece plausible para unos terroristas, en funci¨®n de lo que ellos persiguen.
Tenemos, sin embargo, que buscar unos criterios objetivos de valoraci¨®n. Si unos montes arden, el a?o siguiente puede haber un pasto mejor para las cabras, pero, indudablemente, el balance es malo para el conjunto. Si a?o tras a?o el crecimiento del producto nacional es nulo, o casi nulo, y la poblaci¨®n sigue aumentando, sin grandes posibilidades de emigraci¨®n, es indudable que la cuota por persona va a menos, y ha de descender el nivel de vida. Si el n¨²mero de procesos criminales aumenta en m¨¢s de 70.00 al a?o, con una cuota de crecimiento de alrededor del 30%, es dificil calificar estas cifras de irrelevantes, porque los n¨²meros son claros.
Tampoco cabe decir que tales cosas no deben ser subrayadas porque eso crea pesimismo y derrotismo. Todo lo contrario. La actitud optimista es la que, no ignorando la realidad, se enfrenta con ella, para superarla y reemplazarla por otra mejor. El verdadero pesimismo consiste en enga?arse a s¨ª mismo, convenido de que, en el fondo, no hay nada que hacer.
Decir que va mal el orden p¨²blico en Espa?a es simplemente tomar constancia de hechos indudables. Asesinatos; raptos, amenazas graves; impuestos revolucionarios, cobrados a punta de pistola; centenares de familias obligadas a vivir fuera de su tierra. Banderas quemadas delante de las propias autoridades, sin que se ordene la intervenci¨®n de la fuerza p¨²blica. Entre tanto, se sanciona y suspende a los directivos de la Asociaci¨®n Profesional de la Polic¨ªa, se purga a los mandos de la Polic¨ªa Armada; se traslada y expedienta sin cesar a los responsables del orden p¨²blico.
Hemos tenido un buen a?o hidr¨¢ulico, agr¨ªcola y tur¨ªstico; pero en lo que no baja del cielo, hemos seguido en pleno estancamiento. Y s¨®lo el retornar al desarrollo industrial puede resolver nuestros problemas. Pues bien, a los precios actuales del dinero, al nivel actual de inflaci¨®n, y en las circunstancias de acci¨®n sindical en muchas empresas, la reluctancia a invertir es total; y en el caso de algunos grupos extranjeros no s¨®lo no se invierte, sino que se van retirando de lo que ya ten¨ªan. Cr¨¦ditos a corto y a medio plazo s¨ª se encuentran, pero eso aumenta un endeudamiento ya fuerte. Y no pocos capitales espa?oles se est¨¢n invirtiendo fuera; muchos de ellos, afortunadamente, en Iberoam¨¦rica.
Recordar estas cosas no es hacer pesimismo, ni echarle la culpa a la democracia, ni proponer ning¨²n golpe como soluci¨®n. Es, cabalmente, todo lo contrario: es decir que estos problemas existen, que pueden y deben ser acometidos, y que gobernar consiste en hacer frente a los problemas y asumir las responsabilidades correspondientes.
Mantengo un optimismo b¨¢sico sobre Espa?a. Creo en su profunda vitalidad, porque ha conservado un arranque idealista y una capacidad de renovaci¨®n superior a la de otras naciones de Europa. Pero esas fuerzas vitales se pueden perder sin la adecuada vertebraci¨®n. No es el camino para lograrla el desmontar primero ¨ªntegro el Estado, y proceder a inventarlo de nuevo; sino, como hicieron los ingleses, ir injertando en el viejo tronco las nuevas instituciones, de forma que en ning¨²n momento haya vac¨ªo de ley de autoridad capaz de aplicarla.
Se est¨¢ haciendo lo contrario: testigos claros, la forma en que se oper¨® en su d¨ªa con la organizaci¨®n sindical, o ahora se est¨¢ actuando con las instituciones penitenciarias. Y esto no puede continuar. Lo que justamente est¨¢ erosionando la confianza del pueblo espa?ol, y haciendo que las gentes no se interesen por las tareas parlamentarias y pierdan el respeto por los partidos pol¨ªticos, e incluso que lean menos los peri¨®dicos y semanarios, es el ver que nos hemos pasado un a?o discutiendo declaraciones abstractas, principios generales y renovaciones en un frente institucional muy amplio, mientras en la pr¨¢ctica todo segu¨ªa igual, tirando a peor. Si, en cambio, se hubieran hecho este a?o tres reformas claras y efectivas, y otras tantas el pr¨®ximo, y si se hubiera visto en cada caso resultados concretos y positivos, las cosas ser¨ªan muy diferentes.
El optimismo s¨®lo vendr¨¢ de la acci¨®n decidida y eficaz sobre temas concretos. Los planes de vivienda y de escuelas pudieron haber sido buenos ejemplos; pero nunca m¨¢s se supo. Y eso es lo que la gente, con raz¨®n, llama gobernar.
He recorrido mi querida tierra gallega este verano, de Ribadeo a Laguardia, de Viana del Bollo a Puentedeume, de El Grove a Quiroga. Los montes ard¨ªan sin control alguno; la flota de altura regresaba de sus caladeros tradicionales; la autopista del Atl¨¢ntico segu¨ªa parada, en el tramo clave Vigo- Pontevedra, con un puente colgante sobre el estrecho de Rande que ha costado m¨¢s de 3.000 millones, sin usar hace un a?o; con asesinatos terroristas en mi viejo mercado de Santiago, por el que pas¨¦ tantas veces de estudiante. Lo que m¨¢s me preocup¨® fue la falta de ilusiones, de empresas, de planes para los a?os pr¨®ximos, y que nadie esperaba nada de las nuevas instituciones preauton¨®micas. S¨®lo unos grupos activistas, pero todos con planteamientos negativos: matar guardias, quemar montes, cerrar f¨¢bricas, parar obras p¨²blicas. As¨ª no podemos seguir. H¨¢gase la libertad, h¨¢gase la democracia, h¨¢gase la justicia, h¨¢gase la reforma; pero haciendo Espa?a, no deshaci¨¦ndola.
Los que vemos repetirse inexorablemente el destejer de etapas anteriores de nuestra Historia contempor¨¢nea pedimos que se eviten los mismos errores, no somos inmovilistas, ni nost¨¢lgicos, ni pesimistas respecto de nuestro gran pueblo. Todo lo contrario. Lo que pedimos es seriedad, prudencia y esp¨ªritu constructivo.
Estoy persuadido de que gran parte de los espa?oles se est¨¢n dando cuenta de lo que va de lo pintado a lo real. A¨²n es tiempo de enderezar las cosas. Hace falta juego limpio, informaci¨®n veraz y que cada uno ocupe su sitio.
El hombre de Estado con experienc¨ªa no espera nunca soluciones f¨¢ciles, ni gratitud permanente, ni actitudes gallardas en todos los ciudadanos. Mantiene su optimismo en el manantial de lo popular, y en la verdad que al final imponen los hechos sobre las im¨¢genes. La hora de la verdad se acerca, m¨¢s all¨¢ de las peque?as pantallas. En ella confiamos.
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