El encuentro de Mosc¨²
EL RECIENTE viaje de Enrico Berlinguer a Mosc¨² ha concluido con un comunicado conjunto cuyas dificultades de elaboraci¨®n se hacen visibles en la propia redacci¨®n del documento. No se puede decir que el secretario general del Partido Comunista italiano haya realizado su Canosa particular, ni tampoco que los dirigentes del PCUS se hayan rendido, con armas y bagajes, a la buena nueva del eurocomun¨ªsmo mediterr¨¢neo. Los comunistas italianos han ofrecido, como prenda para un cierto entendimiento, el apoyo a importantes aspectos de la pol¨ªtica exterior de la URSS y un diplom¨¢tico silencio sobre las cuestiones en las que su desacuerdo con los dirigentes sovi¨¦ticos no parece negociable. El PCUS, por su lado, ha hecho una tajante condena del terrorismo de los grupos aventureros de la ultraizquierda en Italia, cortando as¨ª las especulaciones sobre hipot¨¦ticos apoyos de los pa¨ªses del Este a las Brigadas Rojas, y ha reconocido que la l¨ªnea de los partidos comunistas occidentales puede contribuir a la cooperaci¨®n entre Estados con reg¨ªmenes sociales diferentes; lo cual, sin embargo, no implica que esa v¨ªa eurocomunista, adecuada para la distensi¨®n internacional, sea aceptada por los sovi¨¦ticos como ?el marxismo de nuestro tiempo? o como la orientaci¨®n estrat¨¦gica con derecho a sustituir a la dictadura del proletariado.As¨ª, pues, los dos interlocutores han llevado a cabo una jugada diplom¨¢tica, tomando la expresi¨®n no como ejercicio de simple cortes¨ªa, sino como esfuerzo por descubrir elementos de acuerdo entre dos posiciones de poder. En este sentido, el encuentro de Mosc¨² confirma la progresiva desaparici¨®n de los nexos de comuni¨®n ideol¨®gica entre los comunistas sovi¨¦ticos e italianos, sustituidos por relaciones de simple asociaci¨®n pol¨ªtica entre los gobernantes de un poderoso Estado y los dirigentes de un partido que puede llegar a ficirmar parte del Gobierno de su pa¨ªs en breve plazo de tiempo. En los tiempos, no demasiado lejanos, de la Komintern y de la Kominform, cuando los comunistas de todos los pa¨ªses se consideraban miembros de un ¨²nico movimiento internacional regido por inamovibles principios comunes y por normas disciplinarias inquebratables, el comunicado de anteayer en Mosc¨² hubiera sido impensable. Ahora, en cambio, ni los sovi¨¦ticos han tratado de hacer comulgar a los Italianos con las ruedas de molino de la dictadura del proletariado, del car¨¢cter plenamente socialista de la Uni¨®n Sovi¨¦tica y de la pureza axiom¨¢tica del catecismo marxista-leninista, ni los italianos se han esforzado por conseguir las condiciones ideol¨®gicas de los dirigentes del PCUS para el eurocomunismo. Ni los unos ni los otros han tratado, tampoco, de echarse en cara sus pecados respectivos, sean las violaciones por los sovi¨¦ticos de los derechos y libertades de sus ciudadanos y de los pa¨ªses situados en su ¨®rbita, sean las infracciones cometidas por el PCI de los planteamientos ideol¨®gicos y estrat¨¦gicos considerados por Mosc¨² como dogmas de fe o principios sagrados de la moral y las buenas costumbres comunistas.
Esa evidente secularizaci¨®n del movimiento comunista internacional es s¨®lo el trasfondo del encuentro de Mosc¨². La b¨²squeda de una tregua entre el PCUS y el PCI obedece a motivos inmediatos. A los dirigentes sovi¨¦ticos, cuya actual estrategia internacional tiene como objetivo prioritario el aislamiento, de China, seguramente les preocupa un posible acercamiento entre ¨¦sta y los partidos eurocomunistas europeos. No cabe descartar, tampoco, que la actitud del PCUS sea consecuencia de tensiones en la c¨²pula de su direcci¨®n; pero la adivinanza de las fuerzas que se mueven en el seno de esa cerrada y asfixiante atm¨®sfera es un ejercicio en el que tradicionalmente vienen fracasando los m¨¢s renombrados aficionados al deporte de la kremlinolog¨ªa. Por ¨²ltimo, cabe apuntar la posibilidad de que los sovi¨¦ticos traten de seguir por el camino, iniciado hace unos meses con la violenta diatriba de Tiempos Nuevos contra el se?or Carrillo, de distinguir entre un eurocomunismo bueno, o al menos tolerable, y un eurocomunism¨® malo, y desde luego intolerable. En ese reparto de papeles, Enrico Berlinguer har¨ªa el papel de un Erasmo culto, autocontrolado y prudente, mientras que a Santiago Carrillo le corresponder¨ªa el menos lucido personaje de un Lutero poco refinado te¨®ricamente, propenso a estallidos emocionales y precipitado en sus decisiones. El PCI se halla pr¨®ximo al poder y ocupa un decisivo lugar en la sociedad civil italiana; por si esta posici¨®n de fuerza no fuera suficiente para ganarse el respeto de la URSS, los comunistas italianos han manejado con mayor habilidad y tacto las protestas contra la violaci¨®n de los derechos humanos en los pa¨ªses del Este, el aggiornamento de su ideolog¨ªa y de su estrategia, y el debate acerca de la naturaleza del ?socialismo rural?.
El PCI se ha limitado as¨ª pues, a poner en sordina sus discrepancias con el PCUS y a subrayar sus afinidades. Las. razones de ese movimiento seguramente hay que buscarlas en el evidente giro hac¨ªa la derecha de la Democracia Cristiana, que pone en peligro la estrategia del compromiso hist¨®rico, y en las interferencias del Departamento de Estado norteamericano en la pol¨ªtica italiana, que amenazan con impedir la entrada en el Gobierno de los comunistas.
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