La Antigua
Es bueno tener una vieja ciudad al fondo, es bueno tener algo detr¨¢s, un respaldo, una historia, un pueblo, una gente: ese fondo inagotable, ese pozo de ceniza, sombra y memoria para la sed de pasado, mucho m¨¢s apremiante ya que la sed de futuro, a ciertas edades carrozonas. Es bueno tener un Valladolid.Los vallisoletanos vienen haci¨¦ndome part¨ªcipe ¨²ltimamente de la amenaza que se cierra en torno de la Ant¨ªgua, bella torre rom¨¢nica de un romanismo que se sue?a g¨®tico, y a cuya sombra esbelta y casi femenina yo he jugado de chico a las canicas, a la pelota (sobre el cartel que lo prohib¨ªa, ¨²nica pintada de la ¨¦poca, con el ?Gibraltar espa?ol? y el ?Franco-Franco-Franco?), e incluso he orinado, un poco contra el muro, contra la piedra de plata y tiempo, con ese anticlericalismo de pantal¨®n corto que nos enrabiaba a los piadosos ni?os de postguerra.
Ahora me mandan los vallisoletanos un pergamino en castellano antiguo, hablando de los peligros de la torre (dama de las torres la llamaban los poetas locales, claro), y me adjuntan carta en castellano de hoy, si no cheli, por lo menos legible. Me dice Garc¨ªa Dom¨ªnguez:
-Se ha creado una Comisi¨®n pro defensa de la Antigua. Hay que defender su entorno de la destrucci¨®n de que est¨¢ siendo objeto al verse rodeada de edificios de nueva construcci¨®n que conseguir¨¢n totalmente ocultar la torre desde todos los ¨¢ngulos.
C¨®mo me arrepiento ahora de mis pelotazos y mis orines a una torre que amaba y amo, a una torre que, si lo pensamos freudianamente, le ha dado esbeltez a mi alma. En Valladolid pod¨ªa uno elegir quedarse para siempre a la sombra de la Antigua o huir a otros soles que calentaban m¨¢s.
Yo fui pr¨®fugo y reprob¨®. Ya voy siendo incluso n¨¢ufrago. Miguel Delibes, por ejemplo, prefiri¨® quedarse a la sombra del sol rom¨¢nico de esa torre.
-Mira, Paco, en la peque?a ciudad se ven las vidas redondas, completas, desde el nacimiento hasta la muerte, y eso es bueno para el escritor.
Ten¨ªa toda la raz¨®n, como siempre, pero ahora le roban la torre de la Antigua, que es como que le roben a uno una torre en el ajedrez de la v?da.
Y en cada ciudad espa?ola, en cada pueblo, capital, comarca, nacionalidad, autonom¨ªa, cosa, hay una torre que es el menhir que da sentido a la vida cotidiana, y a su sombra hay un sabio como los que encontraban Azor¨ªn y todo el 98 por la geograf¨ªa peninsular, viendo el tiempo desde otro tiempo que no es el tiempo contaminado y apestoso de la Gran V¨ªa.
?Qu¨¦ hacen los patrimonios nacionales, juntas de la cosa, Ministerios del ramo, Adelphas y alhel¨ªes, qu¨¦ hacen? Cre¨ªamos que hab¨ªamos restaurado Espa?a para siempre con colgar la mole de Chillida en la Castellana. ?Ven ustedes c¨®mo son necesarias las municipales, e insisto en ello todos los d¨ªas, con tozudez y contumacia y recalcitrancia de hombre que no sabe ni quiere saber de pol¨ªtica, de hombre que, en cambio, sabe de hombres?
La Antigua, que es ya para m¨ª, en la memoria -Se?or, Se?or-, como la estilizaci¨®n en torre del recuerdo de mi madre, va a ser cercada y tachada por la especulaci¨®n, el crecimiento (estamos creciendo a lo tonto, como el hipop¨®tamo, y no elegantemente, como la jirafa), el horterismo y la alcaldada franquista, que sigue sonando en toda Espa?a desde la cruz de la Iglesia conservadora hasta la fecha de hoy mismo.
No hay escapatoria, Miguel, hermano. Yo huyo de la torre para llevarla conmigo. T¨² te quedas junto a la torre y cuando nada te queda, sino gloria, te suprimen la torre, que tanto se te ha ido pareciendo, con los a?os, en verticalidad y bonhom¨ªa. Parece que en tu pr¨®xima novela optas por la alabanza de aldea. Ya ves, Miguel, hermano, que hasta nos tachan ?a torre de la nublada aldea filipense. Y si nos quitan la torre, ?d¨®nde iremos a orinar nuestra tristeza?
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