La benem¨¦rita y el domador de elefantes
?Ustedes se imaginan una discusi¨®n con dos elefantes por medio, entre una pareja de la benem¨¦rita y un domador for¨¢neo, barritando y hablando cada cual en su lengua: los proboscidios en vayan ustedes a saber qu¨¦, los del tricornio en castellano y el valeroso artista en alem¨¢n? ?No? Pues eso, pese a su ignaro escepticismo. fue a acontecer hace unos d¨ªas en la villa de Luque. di¨®cesis de C¨®rdoba, no lejos de Baena y regada -es un decir- por el arroyo Salado.Don Herman Kendlez, sentadito en su tractor, atoaba por el secano -o llevaba a la sirpa por el barbecho- dos remolques que, a juicio de la Guardia Civil. eran, m¨¢s largos que lo permitido por la ley y la costumbre. Le dieron el alto, le entr¨® el cabreo ario puro, rompi¨® a bramar Y, ni corto ni perezoso, abri¨® una de las jaulas y solt¨® dos elefantes m¨¢s bien cumplidos, que, ajenos a la bronca, se tumbaron en medio de la carretera.
?Y qu¨¦ pas¨®?
Pues nada: que cuando al domador se le calmaron los ¨¢nimos y entr¨® en raz¨®n, las aguas volvieron a su cauce y los elefantes a su jaula. Lo que no sigui¨® fue el convoy, que hubo de partirse en dos para caber en el reglamento. A los domadores alemanes, a veces, es muy saludable llevarles la contraria y no dejarles hacer, porque cuando no se les paran los pies a tiempo se ponen muy latosos, la verdad es que se ponen insufribles.
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