?Y si matan al Rey?
?Hasta aqu¨ª hemos llegado. El pueblo espa?ol no puede admitir una provocaci¨®n m¨¢s. Recordemos, telegr¨¢ficamente, la historia. No fue el empuje republicano, sino la cerraz¨®n de los mon¨¢rquicos, quien aisl¨® y destron¨® a Isabel II; quien trajo, con sus votos en una asamblea parlamentaria ilegal, la I Rep¨²blica a una Espa?a en que no hab¨ªa sino unas docenas de republicanos militantes; quien amarg¨® la vida del rey Alfonso XIII, le encerr¨® en el callej¨®n sin salida de la primera dictadura y le abandon¨® al asalto de la calumnia personal y pol¨ªtica durante el a?o 1930. Los primeros ataques frontales al Rey, que ahora estallan aislados, recuerdan a nuestra conciencia hist¨®rica aquellos tanteos insultantes que el Gobierno de 1930 no acert¨® a cortar de ra¨ªz, en agraz, y que acarreraron en pocos meses un alud imparable.Estamos a tiempo. Pero hay que aplicar, sin esperar un d¨ªa m¨¢s, la cirug¨ªa pol¨ªtica que exigen la Constituci¨®n y las leyes. Si las leyes no son suficientes para proteger la figura y la misi¨®n del Rey, arb¨ªtrense las necesarias por procedimiento de urgencia. Pero sin olvidar la responsabilidad de las Cortes, es el Gobierno quien debe ejercitar inmediatamente -es asombroso que no lo haya hecho ya- toda su capacidad legal de disuasi¨®n frente a quienes vierten sobre una persona y una instituci¨®n inviolable toda su baba de frustraciones. El Gobierno tiene en su mano la posibilidad de cortar, antes de que degenere de forma cancer¨ªgena ante la impunidad, tan funesta campa?a. Espa?a entera se lo exige, y le apoyar¨¢ incondicionalmente, sin la menor duda. Nadie puede permitir que uno de los aspectos m¨¢s delicados y un¨¢nimes de la Constituci¨®n nazca violado, como letra muerta.
Porque, adem¨¢s, ni nos atrevemos a contestar serenamente a la pregunta alevosa que hoy proponemos como revulsivo nacional al frente de estas l¨ªneas. Si se cumpliera tan espantoso presagio, terminaba en Espa?a el imperio de la ley; se hund¨ªa la Constituci¨®n en el vac¨ªo; retornaba, inevitable, la dictadura; se cancelaba fulminantemente la democracia; y la muerte, esa pena de muerte que hemos arrojado de nuestra convivencia, volver¨ªa a ser protagonista de nuestra historia. Puede que algunos irresponsables enloquecidos pretendan precisamente eso. Pero el resto de los espa?oles comentar¨ªamos la tragedia -que Dios alejar¨¢ de nosotros- con la frase genial de un insigne historiador ante el asesinato de un insigne pol¨ªtico: ?Ello era todo en aquellos momentos. Todo desapareci¨® con ¨¦l.?
, 8 noviembre
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