"Viridiana"
Kant dej¨® establecido que en este mundo no hay nada realmente bueno salvo la buena voluntad. En cambio, Hegel consideraba que ¨¦ste era un punto de vista unilateral que trata de exhibirse como posesor de validez universal: ?El esfuerzo de justificaci¨®n por la recta intenci¨®n es el aislamiento de un lado particular que se afirma como esencia subjetiva de la acci¨®n.? En la espl¨¦ndida pel¨ªcula de Luis Bu?uel Viridiana encontramos una inolvidable ilustraci¨®n de ambas posturas, con decantamiento final, m¨¢s o menos ir¨®nico, hacia la opini¨®n hegeliana. La subjetividad ?buena?, la consciente de haber huido al fin de los malos ejemplos de nuestros mayores y de las torpes pasiones de quienes nos rodean, la voluntad acrisolada en puro deber y respeto a lo m¨¢s elevado tropieza con las restantes subjetividades ?viciadas?, volcadas a lo disgregador y lo destructivo. La buena voluntad sabe que es buena porque convierte en malas a todas las otras a su alrededor. Con el pretexto que da su rectitud y su respeto universal, se desata la org¨ªa de la transgresi¨®n, la embriaguez, la violaci¨®n, el crimen... La buena voluntad afloja las ataduras y brinda su ejemplo impecable, con lo que no consigue m¨¢s que exasperar a los malintencionados. Entonces, melanc¨®lica pero firmemente, el kantiano da suelta al hegeliano que todos llevamos dentro. Pasamos de la moral subjetiva a la ¨¦tica objetivada estatalmente, de la buena fe al peso de la ley, del penal abierto a las alambradas. Pese a todo, la buena intenci¨®n permanece buena y a salvo, justificando moralmente todas las medidas tomadas para sofocar la rebeli¨®n del mal. Como ya nos advirti¨® Hegel, ?la historia universal no es en modo alguno el lugar de la felicidad?.El kantiano que ocupa puestos pol¨ªticos suele ser un hegeliano que se ignora o se descubre a s¨ª mismo demasiado tarde. Puede llegar a ser el hombre p¨²blico m¨¢s peligroso: ?Dios nos libre de los c¨¦sares de buena voluntad! Cuando el kantiano llega a desempe?ar un cargo de mando traslada inmediatamente todo el peso de su recta intenci¨®n al puesto que ocupa. En virtud de la buena intenci¨®n de quien lo asume, el cargo debe hacerse respetable y bueno a su vez. Pues si algo hab¨ªa de malo en dicho cargo, qu¨¦ otra cosa pod¨ªa ser sino precisamente la mala voluntad de quienes lo ocupaban? La buena voluntad s¨®lo reconoce como enemigo a la mala voluntad, no a un cargo, un papel jer¨¢rquico o una estructura de poder. La combinaci¨®n perfecta para el mantenimiento del orden ser¨¢ lograr que funcionarios kantianos ocupen los puestos del Estado hegeliano. Una vez beatificada as¨ª la estructura de poder por la indudable recta intenci¨®n de los que hoy la ocupan -tan distinta de las pasiones inconfesables y antidemocr¨¢ticas que animaban a sus predecesores-, la violencia y el descontento deber¨ªan desaparecer de inmediato. Pero no es as¨ª. Al contrario, el horror se hace m¨¢s intenso y multiplica sus desmanes. Es preciso buscar la causa de esto, que no puede residir m¨¢s que en alguna mala voluntad, en tal caso en la de los s¨²bditos. Efectivamente, a ¨¦stos se les concede autonom¨ªa y exigen independencia; se les comienza a reformar las c¨¢rceles para humanizarlas y ellos siguen obcecados en la amnist¨ªa... El funcionario kantiano descubre entonces que trata con desalmados. Y es que ino todo el mundo puede permitirse tener un alma, pues es ¨¦sta una exquisitez m¨¢s f¨¢cil de paladear en el despacho de un ministerio que en la celda de una prisi¨®n. Rodeado y acosado por los desalmados, al kantiano s¨®lo le queda el refugio de la estructura hegeliana que le sustenta: all¨ª encontrar¨¢ las armas adecuadas para imponer la buena voluntad, si no subjetiva, al menos objetivamente. Y comienza a sospechar el funcionario kantiano que quiz¨¢ sus predecesores tampoco tuvieron realmente mala voluntad; quiz¨¢, como en su propio caso, hubieron de hab¨¦rselas sencillamente con la perversa intenci¨®n de los desalmados...
Malos, lo que se dice malos, siguen siendo los de siempre, lo mismo que en aquel c¨¦lebre chiste de Mingote: al cielo, lo que se dice al cielo, s¨®lo van a ir los de toda la vida. El fugaz espejismo de que la c¨¢rcel estaba llena. de infelices v¨ªctimas de la explotaci¨®n capitalista o de esa nueva clase revolucionaria que tanto se echa en falta, ha dado paso a la cruel certidumbre de que en la c¨¢rcel lo que hay son criminales y sinverg¨¹enzas, como siempre temimos: por eso la buena intenci¨®n no basta y hacen falta penales de m¨¢xima seguridad, celdas, de castigo y batallones. antidisturbios. Tras el ilusorio cromo progre de un pueblo vasco con su peculiaridad injustamente pisoteada por el franquismo y resistiendo heroicamente en la guerrilla con las armas en la mano, surge la l¨²gubre realidad de virulentos separatistas antiespa?oles entregados cerrilmente a la violencia desestabilizadora: se acab¨®, pues, la buena voluntad y quiz¨¢ a Franco no le faltara del todo raz¨®n... Imagino el di¨¢logo mudo que tendr¨¢ lugar dentro del funcionario-Viridiana cuando est¨¦ tom¨¢ndose un g¨¹isqui en el bar de su ministerio: el hegeliano que se agazapa en el sal¨®n de mandos de su cabeza susurrar¨¢ sarc¨¢sticamente al deca¨ªdo kantiano que hay en su coraz¨®n: ??Qu¨¦ hace una buena voluntad como t¨² en un mundo como ¨¦ste?? Y el resto es silencio.
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