Henry James, la tarea de una pasi¨®n
Las cenizas de Henry James descansan en un cementerio de Massachussetts. Circular destino que devuelve al autor de Retrato de una se?ora, a su pa¨ªs de origen. Este amigo de Flaubert y Turguenieff, Wells y Daudet, comparte con el primero ese empecinado respeto por la textura acabada, densa e ir¨®nica a veces, pero siempre sujeta a los imperativos ineludibles de una conciencia art¨ªstica siempre a flor de piel. Esa conciencia espec¨ªfica, implacable en el hacer de James, corrobora lo que ¨¦l mismo declara en su art¨ªculo titulado El arte de la ficci¨®n: ?La ¨²nica raz¨®n de existir de una novela es que ciertamente intenta representar la vida.? No es dif¨ªcil entender entonces, que para el escritor anglo-americano la tarea del observador no se agota en su mirada porque en ¨²ltima instancia, en el quehacer literario no hay fronteras. Y de lo que se trata, en definitiva, es de que la vida recobre para el lector, toda su complejidad, su misterio, su profundidad. Representar la vida ser¨ªa el postulado, sin el cual ese sistema que conformaba para James la literatura, no alcanzar¨¢ jam¨¢s su rango de artes exactas. Y ning¨²n escritor podr¨¢ escapar a esta mec¨¢nica ni mucho menos a su soporte ¨¦tico que consistir¨ªa en ser absolutamente sincero.Parece, sin embargo, imposible concebir semejante racionalidad para la literatura. Entre el espejo que nos retorna lo que ya sabemos, y la mano que nos da lo que necesitamos, James opta por lo segundo. Entonces la racionalidad ya no es inconcebible, no es insoportable. Existe para garantizarnos unas existencias independientes, con aliento, burlona sonrisa y tristeza propias, pero no lo suficientemente lejanas hasta el punto de que no las reconozcamos como los rasgos de un rostro ya antiguamente conocido.
Daisy Miller
Henry James. Laertes de Ediciones. Barcelona, 1978
Este fundador de la estirpe de los escritores norteamericanos expatriados (G. Stein, T. S. Eliot, Pound, por citar s¨®lo algunos) que fue Henry James, crea, a caballo entre el relato y la novela, tres tipos de climas narrativos: el denso y casi horroroso que caracteriza a obras como Otra vuelta de tuerca, La bestia en la jungla, Lo que supo Maisie,los de reflexi¨®n acerca de la creaci¨®n art¨ªstica o a prop¨®sito de los escritores como son La lecci¨®n del maestro, La figura en la alfombra, La muerte del le¨®n, La pr¨®xima vez, y por ¨²ltimo, las de preocupaci¨®n ¨¦tica, tal vez las m¨¢s autobiogr¨¢ficas, toda vez que hacen menci¨®n al puente tendido, reversible y tenso entre Europa y Am¨¦rica. A este ¨²ltimo apartado pertenecen obras como Los europeos, Los embajadores, Washington Square (conocida por su versi¨®n cinematogr¨¢fica m¨¢s comunmente como La heredera), Retrato de una dama, Daisy Miller.
Precisamente esta ¨²ltima novela, Daisy Miller, es la que nos interesa abordar ahora.
La preocupaci¨®n de Henry James por el choque insalvable seg¨²n el cual deb¨ªa producirse entre las formas de pensar y vivir americanas y europeas adquiere la forma en esta breve novela, de esbozo anunciador, como tambi¨¦n lo fue igualmente Los europeos (1878), de lo que constituir¨ªan a?os m¨¢s tarde una de sus mayores novelas, nos estamos refiriendo a Retrato de una se?ora (1881), sin olvidar tampoco tem¨¢ticamente a Washington Square (1881).
Daisy Miller ?encantadora peque?a coqueta americana?, se traslada a Suiza con su madre. All¨ª entabla una suerte de pirueta rom¨¢ntica con un joven tambi¨¦n americano, llamado Winterhourne, al cual, dicho sea de paso, le cuesta trabajo adoptar alg¨²n tipo de iniciativa sentimental si no cuenta con el consejo tan estrecho como selectivo de su anciana t¨ªa. El puntual ritual de ver el Coliseo ?a la luz de la luna?, colaborar¨¢ a que la heroina contraiga la malaria, para morir poco despu¨¦s, desapareciendo de la vida del pusil¨¢nime Winterhourne, tan inesperadamente como lleg¨®.
El conflicto entre la corruptora Europa y la ingenua Am¨¦rica, conflicto que James dar¨¢ forma maestra en The portrait of a lady, surge en esta novela apenas bosquejado. Y esto ocurre porque en Daisy Miller todav¨ªa no estaba resuelto uno de los problemas capitales de la narrativa de Henry James; nos estamos refiriendo a la creaci¨®n del centro de composici¨®n o registro de opini¨®n, t¨¦cnica que le permitir¨ªa a James en obras posteriores de mayor envergadura condensar el mayor volumen de experiencias humanas (los conflictos de los personajes) en la mente del propio protagonista que intentaba entender dichas experiencias o conflictos.
T¨¦cnicamente, y de alguna manera tambi¨¦n en su nivel tem¨¢tico, podemos decir entonces que Daisy Miller no aporta nada que no hubi¨¦ramos vislumbrado en algunas obras de Jane Austen y Nathaniel Hawthorne. Y, sin embargo, en el final de dicha novela no podemos eludir una extra?a sensaci¨®n, como ya nos ocurriera en Los papeles de Aspern; como si esa aparentemente as¨¦ptica tercera persona, detr¨¢s de la cual se esconde el omnisciente narrador, se nos confabulara en un final ambiguo por la alta carga de postrera iron¨ªa; suerte de gui?o de ojo que quiere alertarnos de un probable peligro de est¨¦ril ensimismamiento
Babelia
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