Una ocasi¨®n perdida
Secretario de Organizaci¨®n de la Confederaci¨®n Sindical de CCOOSe ha escrito mucho sobre el tema de los acuerdos que habr¨ªan de sustituir al ya casi extinguido pacto de la Moncloa. Pero uno tiene la impresi¨®n de que la carencia de tales acuerdos seguir¨¢ proyectando su sombra negativa sobre el inmediato futuro, y por eso habremos de seguir hablando de ello bastante tiempo.
La pregunta se hace inevitable: ?c¨®mo es posible que coincidiendo todos en su necesidad no se haya llegado a ninguna parte? Modestamente, pienso que a veces se escuchan respuestas que no entran en el fondo de la cuesti¨®n, reduciendo a razones t¨¢cticas lo que es expresi¨®n de una fase caracter¨ªstica de la lucha de clases en los pa¨ªses desarrollados o cuasi desarrollados de Occidente.
En Espa?a, que forma parte de ese mundo, las consecuencias son m¨¢s agudas, pues se mezclan los factores de la crisis general con los derivados de un modelo de desarrollo econ¨®mico surgido en la entra?a del sistema dictatorial impuesto por el franquismo.
Lo com¨²n en este per¨ªodo hist¨®rico en una serie de pa¨ªses es que la existencia de la democracia pol¨ªtica -que toda la izquierda consciente defiende sin reservas- y la correlaci¨®n de fuerzas entre las clases sociales no permite al capitalismo plantear salidas a la crisis sin contar m¨¢s que antes con la clase trabajadora, ni tampoco a los partidos y organizaciones de los trabajadores proponerse para lo inmediato el cambio de sistema.
De esta situaci¨®n se desprende que las transformaciones que tratan de abrirse camino, all¨ª donde la lucha de clases adquiere mayor organizaci¨®n y agudeza, implican la imposibilidad de dar salidas a la crisis sin un reparto equitativo de los sacrificios que conlleva. Pero esos sacrificios no pueden ser entendidos como meras actuaciones sobre la pol¨ªtica de rentas, sino a trav¨¦s de un avance y profundizaci¨®n de la democracia, que se traduzca en una mayor participaci¨®n de las fuerzas progresistas y de izquierda en todos los centros de decisi¨®n pol¨ªtica y econ¨®mica; esto es, en los centros de poder.
Las medidas espec¨ªficas pasan por elaborar un plan de solidaridad nacional contra el paro -primer problema de Espa?a-, por la participaci¨®n de los trabajadores en los ¨®rganos de gesti¨®n y control de la Seguridad Social, empresa p¨²blica, juntas de precios; por la reconversi¨®n y reestructuraci¨®n de sectores en crisis, fortalecimiento d el sector p¨²blico, leyes de negociaci¨®n colectiva y acci¨®n sindical en la empresa, c¨®digo de los derechos de los trabajadores, devoluci¨®n del patrimonio sindical, democratizaci¨®n del aparato del Estado, desarrollo de leyes dimanantes de la Constituci¨®n, etc¨¦tera.
La negativa a aceptar, tanto el sector predominante en el Gobierno como la CEOE, que ¨¦stos y otros temas sirvan para que la democracia sea m¨¢s profunda es una de las causas fundamentales por las que no ha habido pactos,
La carencia de pactos es, por tanto, algo m¨¢s complejo que el hecho de existir un oscuro panorama pol¨ªtico y un electoralismo a flor de piel, potenciado en buena medida por la propia situaci¨®n pol¨ªtica y la debilidad del Gobierno.
En el fondo de todo est¨¢n los intereses de clase representados por la mayor¨ªa de UCD y la patronal, que han pretendido imponer una alternativa desprovista de medidas consecuentes para hacer frente a los problemas que padece nuestra sociedad, muy en especial lo relacionado con el paro, al tiempo que se han negado a ofrecer las contrapartidas necesarias para el desarrollo de la democracia. En otras palabras, han pretendido y siguen pretendiendo descargar la crisis sobre los trabajadores a trav¨¦s de su oferta de pacto social, inaceptable no s¨®lo desde la ¨®ptica de los intereses que representa la izquierda, sino del inter¨¦s nacional. No es que socialmente resulte injusto; es que econ¨®micamente no resolver¨ªa las causas m¨¢s profundas de la crisis -el modelo de crecimiento-, y pol¨ªticamente debilitar¨ªa a la democracia por la frustraci¨®n que producir¨ªa en las masas.
En las condiciones de nuestro pa¨ªs, el pacto social es inviable. No puede, por tanto, sorprender que las conversaciones habidas con el Gobierno hayan resultado nulas, pues el sector m¨¢s consciente del movimiento sindical ten¨ªa obligadamente que oponerse a semejante chapuza, salvo que abdicara de su misma identidad.
Ahora bien. Si el sindicalismo de clase ha tenido fuerza para impedir un pacto social, no ha tenido la suficiente para conseguir un acuerdo econ¨®mico y pol¨ªtico en esa l¨ªnea de profundizaci¨®n democr¨¢tica a la que nos venimos refiriendo.
Soy consciente que estrat¨¦gicamente, Cara al objetivo de unidad sindical hacia el futuro y a la imperiosa necesidad de conseguir la unidad de acci¨®n entre las centrales sindicales mayoritarias en el presente, es desaconsejable dedicarse a repartir culpas. Pero creo que es constructiva la cr¨ªtica que debe hacerse a quienes han preferido optar por una alternativa que significaba la p¨¦rdida de una ocasi¨®n para, con el menor coste social y el menor desgaste pol¨ªtico, intentar arrancar esos espacios de poder a que me vengo refiriendo. Aclaro que en el concepto movimiento obrero deben incluirse los partidos representativos de la ideolog¨ªa e intereses de la clase obrera.
La segunda conclusi¨®n que se deriva de lo anterior es que quienes desde la izquierda se han opuesto a participar en unos acuerdos econ¨®micos y pol¨ªticos, es posible, aunque lo dudo, que hayan desarrollado una pol¨ªtica consecuente con tales intereses de partido, pero inconsecuente con su programa de transformaci¨®n social. Expresado de otro modo, y dicho sea con el mayor respeto a sus opciones, la oposici¨®n a unos acuerdos econ¨®micos y pol¨ªticos da la impresi¨®n que ha obedecido a un excesivo cuidado de la imagen cara a pr¨®ximas elecciones, a costa de descuidar la necesidad de imprimir una orientaci¨®n progresista a las v¨ªas de desarrollo pol¨ªtico y econ¨®mico.
El argumento de que lo que correspond¨ªa era llegar a unos acuerdos econ¨®micos entre centrales, patronal y Gobierno, dejando al Parlamento en exclusiva las cuestiones pol¨ªticas, puede ser v¨¢lido si la referencia es acabar con la llamada pol¨ªtica de consenso. Pero en la pr¨¢ctica, tal como los hechos lo est¨¢n poniendo en evidencia, lo que se ha favorecido es que la derecha econ¨®mica y pol¨ªtica trate de imponer una mera imitaci¨®n de salarios sin contrapartida alguna.
Hay quienes han cre¨ªdo ver en la firmeza de CCOO en mantener que las negociaciones fueran a ?cuatro bandas? el prop¨®sito de utilizar la fuerza que le otorga ser la primera central del pa¨ªs, para facilitar la pol¨ªtica de consenso y el protagonismo del PCE. No se ha analizado con rigor que la pretensi¨®n era utilizar todo el peso de la izquierda para hacer avanzar la democracia, intentando que en esa pol¨ªtica participaran tambi¨¦n otros sectores progresistas, objetivamente interesados en ese proceso democratizador.
No se ha tenido suficientemente en cuenta que la naturaleza de la alternativa que ha de darse a los problemas que padece nuestra Patria y, muy en particular, los trabajadores, era y es objetivamente pol¨ªtica y econ¨®mica.
No se me escapa que aun con la participaci¨®n de los partidos habr¨ªa resultado dif¨ªcil arrancar contrapartidas que significaran esa ocupaci¨®n de parcelas de poder hasta ahora no conquistadas por la izquierda. Pero ese es el camino m¨¢s adecuado en las condiciones peculiares que atravesamos. No se trata de negar el papel que corresponde a las instituciones democr¨¢ticas. Pero en el Parlamento no siempre se realiza una pol¨ªtica acorde con la realidad social. Mal camino tendr¨ªamos si en el futuro todo se redujera al juego de las mayor¨ªas aritm¨¦ticas, sin tener presente esa realidad social. Valga de indicaci¨®n y experiencia lo sucedido dentro de la comisi¨®n encargada de elaborar el proyecto de ley sobre Acci¨®n Sindical en la empresa. All¨ª se vaci¨® de contenido el texto inicial a base de votaciones, con diecinueve a favor y diecisiete en contra, resultando luego demasiado audaz para los que ganaron el atreverse a promulgarlo.
Pero a¨²n hay m¨¢s hechos que refuerzan la idea de que se ha perdido una buena ocasi¨®n de intentar por v¨ªa negociada una mejor posici¨®n para los trabajadores y para una soluci¨®n m¨¢s favorable a sus problemas. El primero es que todos los sondeos confirman que el corrimiento del electorado dentro del espectro que abarcan los dos partidos mayoritarios va a ser apenas sensible, El segundo es que si, hipot¨¦ticamente, el Gobierno hubiera conseguido ponerse de acuerdo con una patronal como la CEOE y unas centrales sindicales como CCOO y UGT, para sacar adelante un pacto econ¨®mico, la capitalizaci¨®n pol¨ªtica la habr¨ªa hecho UCD. Aunque los procesos de intenciones son siempre peligrosos, cabe incluso pensar que lo realmente esperado es que no se produjeran los acuerdos, considerando que as¨ª se desgastaba al Gobierno, por un lado, y a los m¨¢s firmes opositores del pacto social, por el otro.
Entre otras razones, la situaci¨®n de los poderes f¨¢cticos hacen impensable un Gobierno de izquierdas tras unas pr¨®ximas elecciones legislativas. Quien no vea esto es que est¨¢ ciego. No es el prop¨®sito de este trabajo adentrarse en las combinaciones que pudieran hacerse. Lo ¨²nico que me parece claro es que la carencia de unos acuerdos econ¨®micos y pol¨ªticos es un duro golpe para todos, en especial, aunque algunos no lo comprendan, para cuantos deseamos cambiar el modelo olig¨¢rquico de desarrollo, que es como decir para la mayor¨ªa de nuestro pueblo.
De momento, nos encontramos con un endurecimiento casi brutal del gran empresariado y con una inevitable confrontaci¨®n en la negociaci¨®n colectiva. El panorama se ha oscurecido y, por muy optimista que se sea, es f¨¢cil comprender que el instrumento de los convenios no puede resolver los problemas estructurales que nuestra sociedad padece, sin que esto quiera decir que no deba lucharse para que en las negociaciones de los mismos se tenga en cuenta, adem¨¢s de la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de los afectados, el tema de los derechos sindicales y el problema de los parados.
La tercera conclusi¨®n es que los pactos siguen siendo necesarios, haya o no investidura, haya o no elecciones.
Lo que corresponde es discernir todos cu¨¢l es la correlaci¨®n de fuerzas real, cosa que para cualquier principiante en el conocimiento de la vida pol¨ªtica y social es algo que no s¨®lo puede medirse por las proporciones parlamentarias, aunque este sea uno de los datos m¨¢s significativos. Que lo piense el Gobierno, que lo piensen la patronal, las centrales y los partidos. Porque es elemental que la resultante de lo que unos pretenden mantener y los otros arrancar es siempre fruto de esa correlaci¨®n de fuerzas. El gran problema es si para saberlo el Gobierno y la patronal necesitan provocar un movimiento huelgu¨ªstico y est¨¢n dispuestos a asumir la responsabilidad que les toque en las consecuencias del mismo. Invocar el sentido de responsabilidad de los dem¨¢s es itinecesario, pues lo tienen. Basta, para comprobarlo, examinar la trayectoria de actuaci¨®n de las organizaciones obreras en el per¨ªodo de transicion que vivimos desde hace tres a?os.
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