La pol¨ªtica y la nueva sociedad
Paulatinamente a lo largo del franquismo y aceleradamente a partir de 1960 fue emergiendo hasta surgir decididamente una nueva sociedad espa?ola (as¨ª la llam¨¦ yo por entonces) diferente por completo de la costra pol¨ªtica que la recubri¨® hasta el 20 de noviembre de 1975, ?Puede decirse que a partir de esta ¨²ltima fecha lo pol¨ªtico se ha ido ajustando, cada vez m¨¢s ce?idamente, como el guante a la mano, a lo social? En un corto per¨ªodo, desde el refer¨¦ndum de diciembre de 1976 hasta las elecciones de junio de 1977, pareci¨® que s¨ª. Ha sido la -breve- ¨¦poca feliz de las nupcias espa?olas con la democracia. La separaci¨®n, por ahora todav¨ªa amistosa, se produjo pronto. La ? clase pol¨ªtica? se entreg¨® al corte y confecci¨®n de un texto constitucional -la mejor, como. siempre, de todas las constituciones posibles-, en el estilo y las expectativas propias del siglo XIX; y antes, durante y, sobre todo despu¨¦s del parto constitucional se dedic¨® y se va a dedicar a la disputa del Poder. Entretanto, el pa¨ªs, cada vez m¨¢s vuelto de espaldas a la carrera competitiva de los partidos, va a lo suyo: a cuando menos, mantener el nivel de vida ya logrado, el autom¨®vil el equipo cornpleto de aparatos electrodom¨¦sticos,, la segunda residencia para el verano y los fines de semana, el dinero de bolsillo para el aperitivo, el cine, la cena fuera de casa una vez a la semana y el ir de compras. En la ?revoluci¨®n? ya no piensa casi nadie; las nacionalizaciones le parecen al trabajado, un mal asunto-, la co gesti¨®n, un timo; y la autogesti¨®n -salvo a unos cuanios ?socla¨²stas ut¨®picos? al estilo de los premarxistas-, una irrealista experiencia que no vale la pena de ensayar. La masa de los trabajadores limita sus aspiraciones a un aumento salarial que compense -si es posible, con unas pocas creces- la inflaci¨®n y a una progresiva reducci¨®n de la jornada laboral. Estoy convencido de que esta mayor¨ªa de la poblaci¨®n, asistida de una voluntad resuelta de integrarse en,la llamada ?econom¨ªa social'de mercado?, pasar¨ªa su voto, llegado el momento, a una derecha que, abandonando nostalgias franquistas, adoptase sin reservas lo que llaman democracia y, mediante la inversi¨®n de cuantas divisas exporta o retira de la circulaci¨®n, acabara con el desempleo. El triunfo de los conservadores ingleses en un pasado todav¨ªa no lejano es el mejor vaticinio de lo que habr¨ªa de ocurrir aqu¨ª si, al fin, y tina vez completamente desgastado el fr¨¢gil prestigio de Su¨¢rez, nuestra derecha, lo que no es f¨¢cil, se volviera inteligente.?Concluir¨ªan con ello nuestras cuitas? Las estrictamente pol¨ªticas s¨ª, pero las otras, de ning¨²n modo. La juventud se siente completamente ajena a la sociedad pol¨ªtica establecida. Una minor¨ªa, felixmente reducida: ETA y GRAPO a la izquierda (o lo que sea), Fuerza Joven a una derecha algo menos desatontada, se da a la violencia y a su exaltaci¨®n, a una ?moral de la violencia?. (Estoy hablando en serio: por eso no menciono a los dirigentes, al notario de Madrid, Blas Pi?ar, que ha tomado, el relevo del notario de pueblo Ralmundo Fern¨¢ndez, Cuesta. ?Cabe imaginar una profesi¨®n menos radical y m¨¢s perfectamente dans l'ordre que la notarial?) La gran mayor¨ªa de los j¨®venes, sencillamente se desentiende y se entrega a la ?moral de la vagancia? (tan respetable, piensan, como la del trabajo), a la experiencia er¨®tica en todas sus variedades; a la psicod¨¦lica (lo mismo), si se es m¨¢s ?responsable?; a la ecologista, si se es m¨¢s anticipatorio; a la religiosa (que no es una garant¨ªa contra la violencia -nunca lo ha sido necesariamente, ni en la ¨¦poca de la Inquisici¨®n, ni en la del Templo de Dios-, ni en favor del orden establecido -religiones libertarias-).
Cada sociedad posee sus ritos, sus mitos, su moral y tambi¨¦n (otro d¨ªa lo veremos) sus vicios, todo ello ligado en su correspondiente unidad cultural o subcultural. La sociedad establecida sacramentalmente ritualiz¨® el matrimonio y, residualmente, en la ceremonia republicana del matriniqnio civil (o c¨ªvico) franc¨¦s. (Hay que haber asistido a una de esas ceremonias laicas para advertir c¨®mo, prolongaban o intentaban prolongar la religi¨®n c¨ªvica de la diosa Raz¨®n.) Pero una liturgia laica es ya una liturgia que ha entrado en la v¨ªa de su abrogaci¨®n. Las comunidades juveniles actuales han desritualizado las bodas. Casarse empieza a ser como ponerse corbata, algo que ¨²nicamente se acepta por razones ?burocr¨¢ticas? o por razones ?de socledad?: usos administrativos de trabajadores de ?cuello blanco?, usos en definitiva no menos administrativos que los a¨¢teriores, a los que se accede para contentar a unos padres anticuados. Se introducen en cambio, aunque con creciente ?informalidad? -m¨¢s aparente que real-, nuevos ritos y nuevos mitos. De ellos hablaremos en d¨ªas sucesivos.
Cierto que la juventud no es una ?clase social? y que de ella ?se sale?. (A veces ni se llega de verdad a entrar: hayj¨®venes que nacieron ya viejos, prestos a militar en UCD.) S¨ª, pero nuevos j¨®venes vienen, indefectiblemente, a ocupar el puesto de quienes no lo fueron nunca o dejaron de serlo. ?Se desentender¨¢n de ellos lbs pol¨ªticos, para no prestar atenci¨®n sino a los secularizados adventistas de la nueva -y ya vieja- sociedad industrial avanzada? Ser¨ªa, sin duda, grav¨ªsima negligencia, mas ?pueden entenderse con ellos?
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