Guillermo Cabrera Infante, en el camino de Santa Fe
Creo que fue Silvestre, el escritor, el que describi¨® el primero ese largo y feliz camino de Santa Fe que Guillermo Cabrera Infante ha seguido recorriendo infatigable. El coprotagonista de Tres tristes tigres va cambiando, en una infancia que ya no es tan temprana pero que sigue siendo tan fascinada, los viejos signos de la biblioteca paterna por las m¨®viles luces del cine. Su Eldorado particular, que pasa por la tienda de viejo en la que la cultura se vuelve fungible y definitivamente cambiable, se demuestra al final como otra quimera, no por m¨¢s dorada menos enga?osa, y Silvestre, como Cabrera Infante, cae por fin en la maldici¨®n que al parecer conjurara desde la temprana adolescencia: la escritura.Por supuesto, para entonces el escritor es ya un ser h¨ªbrido, devorador de cuanto toca y creador de esos equ¨ªvocos que surgen del. contagio imparable entre esos dos mundos que hasta el final se siguen mostrando irreductibles pero que se entrelazan como lianas de la memoria. La literatura destierra las viejas estructuras lineales del relato, en un af¨¢n ambicioso por suplantar y adelantar aquella otra realidad fant¨¢stica y movediza, y as¨ª caen los tiempos en los flash-back, y caen los espacios en su materialidad absorbente que los convierte en mitos, y caen los personajes, m¨¢scaras vivas a quienes o¨ªmos hablar sin pasar por el doblaje, salvo cuando ellos mismos se doblan, y queda el autor tan oscuro y difuso, tan impenetrable y a la vez tan claro como el director de la pel¨ªcula. Y como con todo, el cine sigue siendo la pasi¨®n y la tentaci¨®n camal y amorosa, cuando el viajero de ese Santa Fe trail lo intenta, vuelve a ser la mordida de cola, la vuelta al otro origen, la literatura misma.
Arcadia todas las noches
Guillermo Cabrera Infante. Editorial Seix Barral, Barcelona, 1979.
Ese es, se?oras y se?ores, ladys and gentlemen, el caso de esta Arcadia que, al final del camino, s revela como mito y como literatura. Se podr¨ªa probar que cuanto aqu¨ª dice Guillermo Cabrera Infante sobre cinco colosos del cine vuelve a ser su propia maldici¨®n y se podr¨ªa probar que es siempre la misma, la que le lleva a la reflexi¨®n sobre su propio hacer en esa mirada narcisista y l¨²cida.
Orson Welles, Hitchcock, Howard Hawks, contra todo pron¨®stico, John Huston y Minnelli puede afirmarse que son -por sus obras les conocer¨¦is- ¨¢lter egos del propio Cabrera y, desde luego, que esa reflexi¨®n de Cabrera sobre el monstruo de cinco cabezas lo es en realidad sobre la suya propia, de la que da m¨¢s claves que las que quisiera. Toda la po¨¦tica de G. Ca¨ªn, po¨¦tica de la broma y de la angustia, po¨¦tica de la limitaci¨®n del escritor ante la vasta inabarcable realidad, lucidez epif¨¢nica que conduce al lector hasta la historia y hasta las cosas mismas por el hecho de nombrarlas, est¨¢ ya en estas cinco conferencias por m¨¢s de una raz¨®n ejemplares. Y tambi¨¦n los recursos del llamado estilo, que demuestran ahora ser recursos del mismo pensamiento, o de esa zona inclinada donde la visi¨®n del mundo se vuelve relato. Son los chistes de la misma f¨¢brica, la autocita ante un lector que conoc¨ªa perfectamente a G. Ca¨ªn antes de que fuera asesinado y, sobretodo, la conservaci¨®n en el papel impreso y para el consumo ¨ªntimo de ese lenguaje hasta hace poco il¨ªcito, descaradamente oral, para ser o¨ªdo desde el escenario, que vuelve inquietante una palabra supuestamente escrita para ser hablada.
Estamos, est¨¢ claro, en la voluntaria mezcla querida por Cabrera, la que sus lectores reconocen de inmediato: el camino de Santa Fe, que pasa por el oeste ambiguo, vuelve a cerrarse en esta confusi¨®n de g¨¦neros. Como en Tres tristes tigres, como en As¨ª en la paz como en la guerra, como, por seguir hablando de cine, en Un oficio del siglo XX. Y no puede sorprendernos entonces esa digesti¨®n infinita y literaria, de la que aparecer todas sus obsesiones: desde Shakespeare a Joyce, o desde Dashiel Hammet a sus padres policiales. Y no piensen ustedes que las referencias ven¨ªan dadas por halcones malteses u otras evidencias: nadie, seguramente, volver¨¢ a ver la misma pel¨ªcula tras la lectura del libro que la convierte, voluntariamente, en el r¨ªo presocr¨¢tico. Efectos del tiempo, es decir, del cine.
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