Ra¨ªces
LOS CIUDADANOS que acostumbran a emplear su ocio dominical en asistir a un partido de f¨²tbol, despu¨¦s del almuerzo en familia tuvieron ocasi¨®n para pasar por la moviola su indignaci¨®n cuando, despu¨¦s de la frustraci¨®n que les produjo la suspensi¨®n del encuentro a primeras horas de la tarde, el forzoso cambio de los programas de televisi¨®n para sustituir el inexistente Atl¨¦tico de Madrid-Rayo Vallecano por pel¨ªculas de dibujos animados les record¨® que los futbol¨ªstas estaban en huelga. Para su recreo y solaz, sin embargo, pudieron disfrutar, poco despu¨¦s, de un nuevo episodio de la serie Ra¨ªces, donde se rememora la ¨¦poca distante y lejana en que unos trabajadores no pod¨ªan cambiar de empleo s¨ª su patrono no les autorizaba expresamente para ello, y en que los eventuales traspasos de una hacienda a otra se hac¨ªan mediante pagos en dinero que ingresaban no en los bolsillos del jornalero, sino en las arcas de su antiguo amo. Resulta dif¨ªcil creer que la analog¨ªa entre la situaci¨®n jur¨ªdica de los peones de las plantaciones de algod¨®n, compadecidos por los televidentes, y la condici¨®n laboral de los jugadores de f¨²tbol, tan criticados por su decisi¨®n de declararse en huelga, no se haya abierto paso entre los aficionados al balompi¨¦ que siguen al tiempo la popular serie dedicada al Sur profundo.Naturalmente, ninguna analog¨ªa puede ocultar las diferencias entre las, situaciones comparadas. Los futbolistas no se definen por el color de su piel, ni tampoco han sido cazados por corsarios o traficantes en los litorales de Africa, sino simplemente descubiertos por expertos en las canteras locales. Y, por supuesto, algunos de ellos -muy pocos- ganan mucho dinero, aunque algunos esclavos tambi¨¦n llegaron a conseguir interesantes ingresos en Estados Unidos antes de la guerra de Secesi¨®n. Los futbolistas, a diferencia de los esclavos, pueden casarse sin permiso del presidente de su club. siempre que no sea durante la temporada, si bien su vida sexual es severamente controlada antes de un match importante, y tienen libertad de movimientos, aunque ¨¦sta puede ser severamente anulada durante d¨ªas, e incluso semanas por reg¨ªmenes concentracionarios, en los que entrenadores y directivos desempe?an el papel de funcionarios del cuerpo de prisiones.
?Por qu¨¦ los jugadores de f¨²tbol han ido a la huelga ?de piernas ca¨ªdas? el pasado domingo? Es evidente que tan espectacular e impopplar decisi¨®n ha sido la ¨²nica respuesta posible frente a la falta de esp¨ªritu negociador de los clubs y a la cuca inhibici¨®n de los responsables de la Federaci¨®n y de los Ministerios de Cultura y de Trabajo. Es literalmente incre¨ªble que, en sociedades modernas y democr¨¢ticas, personas que realizan un trabajo remunerado, sobre el que descansan recaudaciones millonarias en las taquillas, una loter¨ªa como las quinielas e ingresos sustanciales para la Hacienda p¨²blica, est¨¦n fuera de las ordenanzas laborales, pese a que alguna sentencia del Tribunal Supremo ha reconocido el car¨¢cter laboral de esa prestaci¨®n de servicios. Es abochornante que a finales del siglo XX un profesional pueda ser retenido, como si de un esclavo se tratase, por el club que tuvo la suerte de ficharlo en la adolescencia, con la sola compensaci¨®n de aumentarle sus ingresos anuales en un reducido porcentaje, inferior al alza del coste de la vida o los pactos de la Moncloa. Es simplemente escandaloso que sean los clubs quienes se embolsen los dineros cuando, por ¨¢nimo de lucro o por cualquier otra raz¨®n, deciden permitir a un jugador de su plantilla cambiar de aires. Y raya en lo inveros¨ªmil que se impida a un profesional seguir ejerciendo una actividad remunerada a partir de la edad de veintiocho a?os, como se pretende hacer con los jugadores de Tercera Divisi¨®n.
Hoy se re¨²nen los presidentes de los equipos de Primera y Segunda Divisi¨®n para ?estudiar las medidas? que deben aplicarse contra estos modernos seguidores de Espartaco. Con el buen estilo que suele caracterizar a los autoritarios despechados, algunos amenazan con ?tirar de la manta? y contar cu¨¢les son los ingresos reales de los jugadores de f¨²tbol, inculpados de defraudar a Hacienda -?ellos s¨®lo?- y arrojados a la fosa donde rugen esos ?aficionados? que dan suelta, los domingos por la tarde, a sus frustraciones y agresividades personales insultando a tirios y troyanos desde su asiento de preferencia. Pero ?cu¨¢ndo se har¨¢ la luz sobre las motivaciones que han llevado a algunos de esos ciudadanos, que jam¨¢s han hecho m¨¢s deporte que beber bicarbonato, a ser directivos de clubs y, por ende, se?ores de horca y cuchillo de unos profesionales a quienes se niega la condici¨®n de tales simplemente porque su actividad se relaciona con un juego de destreza f¨ªsica? Aparte de los simples aficionados a quienes divierte ocuparse de los asuntos de su club favorito, las directivas de los equipos de f¨²tbol han sido tambi¨¦n cobijo para la satisfacci¨®n de vanidades, veh¨ªculo para una popularidad f¨¢cil y coartada o instrumento para suculentos negocios particulares.
?No ha llegado ya la hora de aclarar el manejo que las directivas hacen de los dineros que les proporcionan socios y espectadores y el r¨¦gimen jur¨ªdico de esas entidades h¨ªbridas que son los clubs de f¨²tbol? ?Y no es el momento. de acabar con esos vestigios de esclavitud por impedir la libre contrataci¨®n de los servicios de los futbolistas y que les prohiben seguir en su actividad pasados los veintiocho a?os?
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