Victoria para la muerte
Catedr¨¢tico de la Universidad de SalamancaHay hombres que tienen una extra?a tendencia a leer las cosas por su reverso. No les interesa la cara con que aparecen, sino aquella otra que casi siempre nos queda velada. Por ello, toda noticia y todo resultado, tambi¨¦n los resultados electorales y la voz de las urnas, los perciben desde un reverso invisible, ocultado por quienes tienen intereses y oculto a su vez para quienes no tienen inter¨¦s, es decir, perspicacia y generosidad suficiente para ir m¨¢s all¨¢ de la opini¨®n y distinguir las voces de los ecos.
Esos hombres se caracterizan por tres cualidades: 1) Que no se conforman con saber lo que pasa y lo que se dice, persistiendo siempre hasta saber por qu¨¦ pasa lo que pasa, y desde d¨®nde se dice lo que se dice. 2) Que se sienten atra¨ªdos, sobre todo, por los aspectos humanos y ¨¦ticos de las situaciones hist¨®ricas, sintiendo necesidad de saber qui¨¦nes son vencedores y qui¨¦nes las v¨ªctimas reales en cada proceso hist¨®rico. 3) Que sufren una irresistible atracci¨®n por defender causas perdidas, es decir, por levantar aquellas voces y hablar en nombre de aquellos que por debilidad, pobreza o decoro no tienen voz o no pueden asumir la propia defensa en una sociedad que est¨¢ forjada por la ley del m¨¢s fuerte.
I
Desde esa actitud, yo quiero invitar a una meditaci¨®n ante al mapa de los resultados electorales y preguntarme qu¨¦ ha pasado con la Espa?a campesina: Castilla, Extremadura, Arag¨®n, Galicia... Una vez m¨¢s es descrita como, la vencedora, y otra vez se dice que los leones de Castilla se han llevado la voz y la victoria. Pero ?no ser¨¢, como anta?o, una nueva victoria para una nueva muerte? La primera, la llamada contienda civil, la ganaron ellos en primera fila, pero en segunda la perdieron. El hero¨ªsmo qued¨® de su lado, y la promoci¨®n econ¨®mica y el desarrollo industrial subsiguientes quedaron. en cambio, del otro lado.
1. La situaci¨®n econ¨®mica. La Espa?a campesina ha llegado al extremo de sus posibilidades de supervivencia. Y hoy se halla ante un mortal dilema: seguir condenada a la exportaci¨®n o aceptar un lento exterminio por consunci¨®n. Sus hijos no tienen otro camino abierto. La vida en el campo ha perdido no s¨®lo las posibilidades econ¨®micas necesarias para que el trabajo sea rentable y competitivo, sino que ha perdido otra cosa m¨¢s radical: la dignidad, aquello que nos da arraigo y gozo para perdurar en un mundo con libertad y sin temor, acogiendo y siendo acogidos. Vivir en el campo es ser un paria, un impotente, un in¨²til. La vida en el campo carece de esperanza y, por ello, de impaciencia; carece de aliciente y, por ello, de futuro. Donde no se ama ni se engendra, no se canta ni se espera, all¨ª ha desaparecido la paloma de la paz y de la vida.
2. La marginaci¨®n pol¨ªtica. Qu¨¦ penosas situaciones se han vivido en los ¨²ltimos meses. Quienes antes se pasearon con una soberan¨ªa que oscilaba entre la insolencia y el paternalismo, ahora volv¨ªan pidiendo la limosna del voto, profiriendo en una oratoria pordiosera promesas que jam¨¢s se pararon a pensar si seriamente podr¨ªan cumplir. Nadie se ha manchado las manos con el barro de la tierra. ?Qu¨¦ pol¨ªticos se tomaron a fondo el problema de cientos de miles de familias campesinas, pendientes de unos precios: los tomates, de la Vera, las jud¨ªas de Barco, el trigo de Ar¨¦valo, las remolachas de Olmedo ... ? Cosechas enteras sin vender, productos fin¨ªsimos falsificados contra una designaci¨®n de origen, carencia total de controles y criterios para establecer precios, dejando el dolor de manos encallecidas a merced del ¨²nico postor. Todo est¨¢ por hacer en, ese orden. Y esa dura, primaria realidad, es la piedra de toque para todos los partidos.
3. La desigualdad de oportunidades. La Espa?a campesina est¨¢ en v¨ªsperas de su tercera marginaci¨®n, tras otras dos mortales sufridas en los ¨²ltimos decenios. Primero se opt¨® por la industrializaci¨®n de la periferia y de la capital del pa¨ªs. El campo no se industrializ¨® y la agricultura sigui¨® a merced del arado romano. Para promover esa Espa?a industrializada fue necesaria la mano de obra importada de aquella Espa?a campesina, destinada as¨ª a ser humillada en Euskadi, en Catalu?a, En Francfort y en Londres, sufriendo el vilipendio de una lengua extra?a, de unos hombres altivos y de u?a nostalgia corrosiva. Los desertores del arado han sufrido primero la pobreza propia, y luego, la humillaci¨®n de aquellos ¨¢ quienes sirvieron.
4. La autonom¨ªa de la pobreza. Estamos en v¨ªsperas de una nueva humillaci¨®n. Quienes han logrado el poder seguir¨¢n considerando a esta Espa?a campesina, pac¨ªfica y dom¨¦stica, porque no tiene fuerza ni armas para gritar. La acallar¨¢n, y apoyar¨¢n, en cambio, las pretensiones y exigencias auton¨®micas de las regiones ya ricas, derivando grandes sumas del presupuesto nacional para callar o frenar la oposici¨®n de aquella Espa?a rica pol¨ªtica, cultural y econ¨®micamente. Por ello, en esta luz, y s¨®lo en ¨¦sta, las autonom¨ªas que aparecen como la suprema expresi¨®n de la democracia son la suprema expresi¨®n de la injusticia. Cuando Soria y San Sebasti¨¢n, Zamora y Barcelona tengan la misma renta per capita, es decir, cuando se haya restablecido una real igualdad previa, entonces la autonom¨ªa es necesaria y obligada. Mientras los recursos hidr¨¢ulicos de Salamanca vayan hacia el Norte, las cajas de ahorros de Castilla tengan que invertir en otras regiones y la madera de Soria marche hacia Valencia, cualquier pol¨ªtica, por m¨¢s progresista y avanzada que se presente encubre un genocidio espiritual y est¨¢ sembrando Espa?a de hombres desarraigados, preparando guerrilleros del futuro ya que esos hijos de la pobreza dif¨ªcilmente olvidar¨¢n la humillaci¨®n sufrida por sus padres y preferir¨¢n ser fieles a aquella sangre antes que dejarse enriquecer y silenciar en tierra extra?a.
5. La cultura rural. El campo espa?ol sigue sin encontrar su camino educativo: antes, determinado por una escuela ¨²nica, donde una persona ense?aba todo: ahora, a merced de unas concentraciones escolares, que son una palanca m¨¢s de desarraigo y, siendo inevitables, a¨²n no han encontrado la v¨ªa propia a fin de educar en el campo y para el campo. sin nostalgias arcaicas y sin resentimientos viscerales.
Al no haber existido un desarrollo econ¨®mico coherente, como resultado de una programaci¨®n de comarcas especialmente productivas, todo lo dem¨¢s se ha hundido. No ha habido una promoci¨®n educativa, sanitaria y t¨¦cnica, que haya ido forjando a la vez una vida digna all¨ª. Y al no existir todo eso, incluso all¨ª donde un producto inesperado ha creado una riqueza real, no han surgido libertad, amor a la tierra, esperanza. Porque s¨®lo hay libertad donde hay fuentes de pan y de cultura. Aqu¨¦l da impulso, y ¨¦sta, sosiego; es decir, la capacidad de mirar al mundo sin miedo y de encontrar el centro del universo all¨ª donde un hombre piensa, trabaja, ama y cree hasta el fondo. Tal seguridad s¨®lo la tienen quienes poseen recursos y capacidad para dominar y pensar el mundo desde sus ra¨ªces y, con ¨¦l, pensar en ra¨ªz al hombre.
6. La ciudad y el campo crean dos maneras distintas de ser hombre. Por ello, la cultura rural crea unas esperanzas y unas necesidades, una libertad y un miedo expec¨ªficos. Cultura de la amistad mezclada con envidia; solidaridad unida al desd¨¦n y al individualismo; cultura del hombre critero pechando con los poderes primordiales del clima y de los vientos, de las estaciones propicias o mal¨¦ficas. All¨ª la lenta, la human¨ªsima cultura del relato oral, de la transmisi¨®n transida de dolor o de gozo personal; la lectura nocturna y sosegada, el lento coloclulo familiar. All¨ª esa cultura sustituida hoy por la mudez que que inflige una subcultura televisiva, ofreciendo productos inaccesibles, mundos de ensue?o y delicias, galas y pr¨ªncipes ajenos al trabajo y, al af¨¢n diarios. El hombre del campo, en cambio, se las ve con esas otras experiencias primordiales: nacer y morir, engendrar y sufrir, que endurecen y ens anchan el hombre a todo lo natural y a todo lo humano.
II
Reclamar todo esto no es sucumbir a la nostalgia u olvidar que el campo espa?ol ha de prepararse para entrar cuanto antes en el Mercado Com¨²n Europeo. Es reclamar, como nueva y liberadora, una vieja manera de ser hombre con libertad y esperanza en el mundo, tanto en el campo como en la ciudad. S¨®lo una revolucl¨®n cultural, que comporta la econ¨®mica y moral, pueden generar hoy esa esperanza a los hombres del campo. Esa es la s¨ªgnificaci¨®n oositiva de los nuevos partidos regionales y candidaturas independientes. ?Y pensar que, por el contrario, otros partidos todav¨ªa quer¨ªan apagarnos m¨¢s la voz y aminorar m¨¢s nuestro voto!
Qu¨¦ tragedia si fuese verdad que los pobres y campesinos, alimentados en la marginaci¨®n Y el desamparo, hubieran instal¨¢do otra vez en el poder a ?la Espa?a de boutique y apartamento?. Si eso fuera as¨ª estar¨ªamos ante un nuevo expolio de la tierra -?los prados para urbanizaciones!- y ante una nueva humillaci¨®n de los insertores y desertores del arado. Yo quiero conjurar de antemano esa nueva marginaci¨®n y retar a quienes ganaron a que muestren con obras si van a ser esclavos y servidores de aquella Espa?a o est¨¢n dispuestos a dar de verdad el pan y la palabra, la dignidad y la esperanza, a la Espa?a de tractor y de zajones. Quiero preguntar si est¨¢n dispuestos a dejarla a su suerte de exportaci¨®n y de exterminio, bajo el peso de los trabajos y los d¨ªas, o la aceptar con real voluntad de promoci¨®n.
Pero las responsabilidades no est¨¢n s¨®lo del lado del poder pol¨ªtico. ?Qu¨¦ ha hecho el proletariado industrial, desolidariz¨¢ndose de su origen rural y optando por pactar con una burgues¨ªa que, medianamente enriquecida, no parece albergar mayor aspiraci¨®n? ?Qu¨¦ ha sido de los miles de ni?os yunteros que, nacidos de la gleba, ocupan ahora el poder de la c¨¢tedra, de los consejos de direcci¨®n, de las poltronas en los ministerios o de las sillas episcopales? ?Qui¨¦n acompa?a hoy con amor a la Espa?a campesina, que muere en la soledad?. Y, sobre todo, ?qui¨¦n est¨¢ dispuesto, dentro de una realista programacion economica darle posibilidades de vida y de futuro?
En orden a que el 1 de marzo no sea una victoria m¨¢s para la muerte, yo reclamo para la Espa?a campesina el pan y la palabra.
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