Periodistas y escritores: miedo a la libertad
LA MENTALIDAD gremialista y el esp¨ªritu de cuerpo, con su tendencia a forzar el numerus clausus en las profesiones, es un vivero de malos ejemplos. A veces, quienes permanecen fuera de esos inexpugnables castillos, en vez de pedir que sean derribadas las murallas tras las que se parapeta el temor a la libertad, buscan con denuedo la puerta falsa que les permita penetrar en el recinto prohibido. Ahora acabamos de ver al propio presidente de la Federaci¨®n de Asociaciones de la Prensa lanzar toda la caballer¨ªa del esp¨ªritu corporativista contra el ?intrusismo? en la profesi¨®n period¨ªstica; ofensiva que ha encontrado su r¨¦plica en las posiciones sim¨¦tricamente inversas, defendidas por algunos de los participantes en. el Congreso de Escritores de Almer¨ªa.El presidente de la Federaci¨®n ha hecho suya p¨²blicamente la doctrina de transformar la profesi¨®n period¨ªstica en algo que se parece bastante a un monopolio. S¨®lo quienes dispongan de un carnet de prensa tendr¨ªan derecho, seg¨²n esta teor¨ªa -absolutamente fiel a la legalidad vigente del franquismo- a entrar en las redacciones. La afirmaci¨®n de que las ense?anzas impartidas en las viejas escuelas de periodismo capacitaban eficazmente para ejercer la profesi¨®n puede ser f¨¢cilmente desmentida por los propios egresados de esos centros, que tuvieron que aprender desde cero su oficio al ingresar en la plantilla de un diario o de una revista. Y casi tan desgraciada es la tentativa de reivindicar para la desorganizada facultad de Ciencias de la Informaci¨®n el monopolio de la formaci¨®n de periodistas. Es altamente dudoso que un t¨ªtulo universitario pueda ser nunca una condici¨®n sine qua non para trabajar en un peri¨®dico. Creemos que eso resultar¨ªa in¨²til y arbitrario. Pero, aunque as¨ª fuere, ninguna facultad espec¨ªfica podr¨ªa arrogarse la exclusiva de abrir las puertas de una profesi¨®n que necesitar¨ªa tambi¨¦n, en todo caso licenciados universitarios salidos de otras facultades cient¨ªficas y human¨ªsticas. Como tampoco la existencia de las Asociaciones de la Prensa deber¨ªa excluir, tal y como sostiene el se?or Ans¨®n, las actividades de las centrales sindicales en el mundo period¨ªstico o el derecho a la vida de las uniones de periodistas o de periodistas deportivos. Y quede bien claro que estimamos que la formaci¨®n del periodista es una necesidad esencial y que son las propias organizaciones profesionales las llamadas a desempe?ar un papel de excepci¨®n en este terreno. Pero de ah¨ª al establecimiento corporativista y antiliberal del carnet media un abismo.
Por otra parte, algunas de las sugerencias y propuestas del Congreso de Almer¨ªa apenas tienen mayor consistencia, pero sintonizan con la misma melod¨ªa corporativista que comentamos. La pretensi¨®n de que las obras de dominio p¨²blico regresen al campo privado de los derechos de autor para engrosar los fondos de la Mutualidad de Escritores, no s¨®lo descansa en un razonamiento falso (esos pagos no se, har¨ªan a cuenta de los beneficios de los editores, sino que repercutir¨ªan en los lectores, obligados a pagar un mayor precio por los cl¨¢sicos), sino que, adem¨¢s, reivindica para narradores, poetas o ensayistas la exclusiva de un privilegio corporativo de muy dudosa justificaci¨®n. La petici¨®n de que se conceda un trato de favor a los libros escritos en los idiomas que se hablan en Espa?a implica, en realidad, una discriminaci¨®n de las obras de otras culturas, cuya traducci¨®n enriquece la nuestra; un proteccionismo paleto que equipara las novelas con los zapatos y una especie de exigencia de ?subida lineal? con cargo al Presupuesto del Estado, cuyos fondos habr¨ªa que utilizar, en todo caso, para amparar obras cuya calidad y originalidad son despreciadas, al menos en un primer momento, por el mercado.
Pero todav¨ªa resulta m¨¢s sorprendente el rodeo dado por algunos participantes en el Congreso de Almer¨ªa para burlar la celosa vigilancia del recinto amurallado que se quiere hacer de la prensa y encontrar el portillo que les permita ingresar en la ciudad prohibida. La doctrina de que las colaboraciones regulares en un diario o en una revista son una relaci¨®n laboral encubierta enriquece el repertorio del teatro del absurdo con una pieza que hace juego con las pretensiones al monopolio de la prensa de los titulares de un carnet oficial.
Todo esto, en definitiva, no responde sino al regusto ancestral del espa?ol por los sueldos de la burocracia. El gremialismo y el corporativismo heredados por esta sociedad del nacionalsindicalismo amenazan as¨ª con imponer sus estrechos intereses y su gusto por las exclusivas, los privilegios y los monopolios, que no hacen sino expresar la enfermedad de nuestro siglo: el miedo a la libertad. Exactamente lo ¨²nico que no le es permisible ni a un periodista ni a un escritor.
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