Pina L¨®pez Gay
Eladio Garc¨ªa, del PTE, habla en el Siglo XXI. La extrema izquierda ingresa as¨ª en la Orden de los Caballeros Templarios de la derecha espa?ola. Armado caballero con un golpe de oratoria y candelabro, Eladio anuncia la fusi¨®n PTE/ORT.Pina L¨®pez Gay, menuda y de larga melena, con el maquillaje atroz de la agresi¨®n ultra en la cara, me dice:
-Ya me han quitado los puntos del pecho.
Con Franco, estos chicos y chicas estar¨ªan haciendo el bachillerato intensivo y nocturno de la revoluci¨®n maoista u otra. Lo bueno de la democracia -con ser tan mala- es que les da el oro bebedizo del buen whisky de los clubs financiero/pol¨ªticos y eso les calma mucho
-A m¨ª siempre me acompa?an dos chicos -me dice Pina con su voz de novia andaluza- Pero se hab¨ªan adelantado a por el coche, y como los otros me vigilan siempre, pues me cogieron. Luego me han llamado por tel¨¦fono: ?La pr¨®xima ser¨¢ la ¨²ltima.? Y yo: ?Tus muertos.?
Con Franco, estos chicos y chicas estar¨ªan pastando en los manuales revolucionarios de Ho-Chi-Minh y el Ch¨¦. Lo bueno de la democracia, con ser tan mala, es que Pina L¨®pez Gay ha tra¨ªdo al Siglo XXI su largo pelo que, como en las hero¨ªnas de Garc¨ªa Lorca, huele a caballo y a sombra.
Gil-Robles y Gil-Delgado, Antonio Alvarez Sol¨ªs, Emilio Romero, un republicano kitsch que llama franquista a Su¨¢rez y estalinista a Carrillo (con las protestas de Eladio, claro), Julio Diamante, Lauro Olmo. Ra¨²l Morodo y sombras de progres barbados que se pierden y despistan por los espejos y las cornucopias del Club, como revolucionarios al ojeo.
Cenamos en una sala que preside un mural franquista: Franco, pintado con una t¨¦cnica involuntariamente ir¨®nica, pero respetuosa, parece ahora un Franco del Equipo Cr¨®nica. Alguien le pone una medalla y ¨¦l saluda con la mano mala. Al lado de Pina se sienta Orozco, un hombre de Cambio.
-?Es su novio? -pregunto a mi infiltrado en el PTE.
-Es un asiduo. A veces le sacan en Diario 16 o en Cambio, pero en la secci¨®n de mujeres.
-?Tiene otro hombre?
-Yo creo que s¨ª.
Hay como una cansada resaca de catacumba en la que ya no entra el mar, de gruta marina en la que ya no resuenan las grandes palabras de la revoluci¨®n. Cenamos una tortilla, un bistec como de Magritte, solitario y perfilado, un helado que no me tomo. Hay caf¨¦, copa y puro, como en los toros y como en las cenas pol¨ªtico/ burguesas. Mientras Eladio habla y habla, Pina se est¨¢ en silencio, con su esparadrapo en la frente, como si le hubieran sellado la frente, los ultras, para que no piense cosas malas.
Tiene veintisiete a?os la secretaria general de la Joven Guardia Roja. Y tiene la sede de su partido ( o cual es una locura) en la calle de Vel¨¢zquez, o sea en zona nacional. De la filosof¨ªa y la antropolog¨ªa ha llegado a la pol¨ªtica. Andaluza y revolucionaria, es la eterna Marianita Pineda que lo borda sempiternamente una bandera a la Tercera Rep¨²blica. Espa?ola. Eso le preguntaron a Eladio en la cena:
-?Y la forma del Estado?
-Ya veremos.
Hoy son dem¨®cratas porque son pocos. O a la inversa. Pina L¨®pez Gay dice que en Rusia no hay libertad, que la Rusia de hoy no tiene nada que ver con el comunismo:
-Quiz¨¢ la Rusia del 17.
Hace ocho o diez a?os, cuando los estudiantes de toda Espa?a discut¨ªan con los caballos franquistas en los campus universitarios, esta ni?a guapa y lista, menuda y morena, nac¨ªa a la lucha pol¨ªtica, pu?ado de mujer hacia la Historia.
A Pina L¨®pez Gay le han partido la carita. Pero eso pasa, Pina, pasa siempre. ?Me irrita la mujer pasiva. Yo soy muy cabezona.? De la moqueta de los campus, pisada por el caballo de Atila, a la hierba elegante del Siglo XXI. Bajo Franco estar¨ªa bordando una bandera por las noches, Pina L¨®pez Gay. Lo bueno de la democracia, siendo tan mala, es que ahora Pina vive la ebriedad callada de la marginaci¨®n y la minor¨ªa. La verdad parece m¨¢s cuando est¨¢ menos repartida. Pina, con la carita rota, amenazada de muerte, es una Rosa Luxemburgo/planta juvenil de El Corte Ingl¨¦s. Y no tiene novio.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.