Dos imagenes del hombre
La lengua lo distingue: algo y alguien, nada y nadie, qu¨¦ y qui¨¦n. Es lo que ha llevado a la pareja de conceptos cosa y persona. La confusi¨®n de lo que es tan claro e inmediato, tan inmediatamente claro, ha hecho que el pensamiento cient¨ªfico y aun filos¨®fico se obstine en la pregunta err¨®nea ??qu¨¦ es el hombre??, en lugar de la ineludible, pero siempre eludida, ??qui¨¦n soy yo??.Desde los comienzos de la filosofla griega se ha ido perfilando una idea o interpretaci¨®n del hombre como persona, que en su n¨²cleo ¨²ltimo podr¨ªa resumirse as¨ª: alguien corporal, que entiende el mundo, lo envuelve todo Con su pensamiento, es libre -y, por tanto, responsable-, elige su Vida (?como el arquero busca el blanco?, seg¨²n Arist¨¦teles), puede ser bueno o malo, feliz o infeliz, y desea seguir viviendo despu¨¦s de la muerte, para siempre.
Esta idea del hombre viene a converger -en sucesivas aproximaciones, con fricciones, enfrentamientos, conciliaciones- con ,otra l¨ªnea no filos¨®fica, sino religiosa, jud¨ªa y cristiana, que, siendo muy distinta, muestra una extra?a coherencia con la anterior. Seg¨²n esta otra imagen, el hombre ha sido creado por un acto efusivo de amor de Dios y no como las cosas, sino ?a su imagen y semejanza?; por eso es ?como Dios? (s¨®lo que finito e imperfecto), participa en la vida divina, llama a Dios ?Padre? y por ello es hermano de los dem¨¢s hombres, de todos los dem¨¢s hombres; est¨¢ llamado a una vida perdurable y sobrenatural; es tan libre y responsable que en sus manos est¨¢ su destino: puede salvarse o condenarse, puede elegir -m¨¢s a¨²n, tiene que elegir- ahora su realidad para siempre. Por si faltara poco, su cuerpo est¨¢ destinado a la resurrecci¨®n, al esplendor, y queda en perpetua solidaridad con los hombres, en este mundo y en el otro: por el amor y por lo que se llama la comuni¨®n de los santos.
El resultado de esta sorprendente convergencia es la imagen del hombre, que se ha ido perfeccionando en el pensamiento de Occidente durante unos veinticinco siglos. Como idea, como imagen de una realidad -la nuestra- es algo admirable. Si no fuese verdad no se nos ocurrir¨ªa decir m¨¢s que esto: ?Qu¨¦ l¨¢stima? Y, al mismo tiempo, surgir¨ªa una pregunta asombrada, de dif¨ªcil respuesta: ?C¨®mo se le habr¨¢ ocurrido al hombre? ?C¨®mo habr¨¢ podido inventar algo tan rico, tan complejo y, a la vez, tan claro, tan inteligible, tan espl¨¦ndido?
Pero hay un momento en que esta manzana empieza a tener un gusano dentro. ?Cu¨¢ndo? No es f¨¢cil decirlo, no es c¨®modo de precisar. Se dir¨ªa que hay repetidos intentos de perforar la piel roja y reluciente, de penetrar en la pulpa jugosa y fresca.
El renacimiento se inicia desde el entusiasmo: Nicol¨¢s de Cusa, Cop¨¦rnico, Luis Vives, Giordano Bruno, Galileo. Pero pronto, en nombre de la ?ciencia? (y por parte de los que no la crean, de los que apenas la dominan), empieza la destrucci¨®n de la imagen personal del hombre. No hay alguien, no hay qui¨¦n. Todo es ?algo?, tado es ?qu¨¦?. Olvidando lo que sabe el lenguaje desde hace milenios, a golpe de los nudillos en la puerta, contestar¨¢ esta ?ciencia?: ??Qu¨¦ es??, en lugar de ??Qui¨¦n es?? (que es lo que preguntamos todos cuando no nos han hecho un lavado de cerebro en alguna peluquer¨ªa ?cient¨ªfica?).
Y ?qu¨¦ se contesta a esa pregunta, respuesta a la llamada de los nudillos humanos en la puerta? Siempre se hab¨ªa dicho: "Yo.? Es decir: una persona circunstancial, ¨²nica, insustituible, que no se puede confundir con ninguna otra, que por eso tiene un nombre (primariamente, un nombre vocativo, un nombre con el cual se llama). El cristiano adem¨¢s cree que Dios lo conoce por ese nombre propio, que lo llamar¨¢ por ¨¦l, que se ocupa de ¨¦l personalmente, con infinita atenci¨®n inagotable, que lo tiene en sus manos, pero lo quiere libre, que conservar¨¢ toda su realidad, de manera que nada de lo que hace, piensa, desea o quiere se perder¨¢.
Pues, por incre¨ªble que parezca, desde el siglo XVIII se va afirmando y estableciendo una imagen del hombre que anula todo esto y nos va acercando cada vez m¨¢s a la prehistoria. Se olvida que el hombre es persona, se lo entiende como un organismo formado por azar y necesidad, sin libertad y, por tanto, sin responsabilidad (aunque nadie es tan ?juzgador? como los que as¨ª piensan), sin sentido. Algo que, lejos de elegir su vida, est¨¢ sujeto a los mecanismos de la biolog¨ªa, la psicolog¨ªa, la ecnom¨ªa. En. una palabra, una cosa, una cosa como las dem¨¢s.
La pasi¨®n de igualitarismo, que empieza a dominar hacia la misma ¨¦poca, ha podido parecer un sentimiento de noble hermandad entre los hombres, pero pronto descubre un af¨¢n de confundir: personas con cosas, hombres con organismos, organismos con la materia inorg¨¢nica. Empieza a afirmarse y extenderse por el mundo occidental un extra?o rencor contra la excelencia.
La idea de que cada uno de nosotros sea ¨²nico, insustituible, necesario; de que tenga valor por s¨ª mismo, sea libre y pueda elegir por s¨ª mismo su destino, tenga que hacer su vida, exista para Dios, que lo conoce por su nombre y lo llamar¨¢ un d¨ªa, esa idea resulta insufrible para muchos de nuestros contempor¨¢neos.
?C¨®mo se entiende??C¨®mo se puede proponer como la ¨²ltima palabra de la ciencia la destrucci¨®n de todo el refinad¨ªsimo pensamiento que va desde S¨®crates, Plat¨®n y Arist¨®teles hasta Descartes, Leibniz, Newton, Kant, Bergson, Ortega?
Esta segunda imagen rencorosa del hombre, que ha ido haciendo su camino desde hace algo m¨¢s de dos siglos, con mayores recursos e insistencia en los ¨²ltimos cien a?os, la imagen del hombre como cosa, sin libertad, sin elecci¨®n, tra¨ªdo y llevado por los reflejos ps¨ªquicos o las estructuras econ¨®mico-sociales, sin horizonte ni posibilidad de innovaci¨®n, destinado a la destrucci¨®n org¨¢nica, a la simple aniquilaci¨®n, cuyos proyectos, por tanto, son intr¨ªnsecamente vanos e ilusorios, esta imagen no tiene porvenir.
?C¨®mo va el hombre a aceptar por largo tiempo una idea que, adem¨¢s de significar una degradaci¨®n de lo que hab¨ªa llegado a pensar de s¨ª mismo durante un par de milenios, contradice su evidencia? El hombre se siente alguien que no est¨¢ dado y hecho, que tiene que elegir y decidir, y, por tanto, es libre; que, para que su vida tenga sentido, necesita seguir viviendo siempre (y, sobre todo, que sigan viviendo siempre las personas amadas).
Alg¨²n d¨ªa, creo que muy pronto, los hombres y mujeres de Occidente se frotar¨¢n los ojos como quien despierta de una pesadilla, se preguntar¨¢n, con asombro y un poco de verg¨¹enza, c¨®mo han podido dejarse seducir un momento por una idea tan primitiva y tosca, tan inveros¨ªmilm ente reaccionaria. Entonces volver¨¢n a esforzarse por entender, a la luz de sus nuevas experiencias, ese misterio que es una persona. Y, lo que es a¨²n m¨¢s interesante, por ser personas.
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